Silvio buscaba frenéticamente la figura de Draco en la residencia porque necesitaba informarle. Había estado buscando a Rosina en la ciudad durante dos horas, pero no había señal de ella.
Silvio regresó a casa e informó del incidente antes de que fuera demasiado tarde y Rosina desapareciera. La culpa lo estaba devorando vivo y se culpaba a sí mismo por distraerse y no poder proteger a Rosina, que era lo que se suponía que era su trabajo asignado.
—¡Su Alteza! ¡Príncipe Draco! —Silvio gritó. El pánico era evidente en su voz, y sus ojos temblaban.
Ferro apareció de la cocina con una expresión confusa.
—Señor Silvio, Su Alteza no está aquí en la residencia. El Príncipe está en el Palacio —Ferro dijo con el ceño fruncido.
—Oh, mi diosa —Silvio se frotó la cara por la frustración y su ansiedad corría hacia la habitación.
—¿Cuál es el problema, Señor Silvio? ¿Podría decirme dónde está la Princesa? —Ferro preguntó ya que se suponía que debían estar siempre juntos.