Rosina inhaló agudamente, ya que fue ella quien había dado esa regla en el contrato. Nunca lo había olvidado, pero su conciencia la hacía querer romper la regla.
—Entiendo —dijo Rosina y salió de la cabaña. No podía pensar en Mari siendo follada en contra de su voluntad, y todo se centraría en la lujuria.
El cuerpo de Rosina temblaba, y todo en lo que podía pensar era en que había cometido un error. No quería romper el contrato también, y decidió hacerse de la vista gorda.
—Ah —respiró hondo Rosina mientras comenzaba a huir. Su visión se volvía borrosa por las lágrimas que escapaban de sus ojos.
—¡¿Por qué estoy llorando!? —exclamó Rosina y se limpió las lágrimas mientras huía. No sabía a dónde la llevarían sus pies, pero no le importaba.
El vestido de Rosina había sido rasgado por las ramas cercanas, y varias de ellas le cortaron la piel, haciéndola sangrar. Quería alejarse lo más posible de la cabaña para no escuchar sus gemidos y gruñidos si tenían sexo.