Rosina siguió el sendero por el que usualmente viajaba con el carruaje. Llevaba sus tacones en la mano mientras corría lo más rápido que podía para llegar a la cabaña. Después de unos minutos, pudo oler la esencia de Draco desde lejos.
—¡Sabía que tenía razón! —exclamó Rosina entre jadeos, pero luego olió algo más. Un aroma que no pertenecía a ninguno de los sirvientes de Draco. Ella había memorizado y familiarizado los aromas de los sirvientes y los guardias al acecho en las paredes del Palacio.
—¿Quién podrá ser? —susurró Rosina antes de esconderse detrás del árbol para observar. El carruaje estaba allí, y el cochero dormía en el suelo. La cabaña tenía velas encendidas en el interior, y ella vio la figura de Draco en la ventana.