Una pequeña niña se acurrucaba en la esquina de la habitación. Estaba sucia, con ropa vieja y desgastada que apenas cubría su piel para protegerla del frío.
La niña estaba encadenada dentro de una habitación oscura sin ventanas, pero no tenía miedo. Estaba tan acostumbrada a su entorno que pensaba que era la forma estándar de vivir.
Las cadenas de plata tintineaban cuando intentaba mover sus piernas más cerca para calentar su cuerpo. Aquellas cadenas hacían que su lobo estuviera débil y no podía ayudarse a mantener su cuerpo.
*Gruñido~*
Su estómago gruñía de hambre. No había sido alimentada en tres días, pero la niña no reaccionaba ya que estaba acostumbrada a la sensación de su estómago comiendo su propia carne.
Y si comía, le dolía el estómago, lo que la llevaba a evitar la comida a toda costa.
Sus ojos apagados se clavaban en el techo polvoriento. No sabía qué día era ni si era de mañana o de noche. Un ruido fuera de la puerta cerrada captó su atención.