Rosina soltó una risita mientras deslizaba su daga por los diez prominentes abdominales de Luigi, asegurándose de hacer un trabajo impecable delineando sus músculos. Su hoja se desvió hacia un lado cuando Luigi intentó mover su cuerpo para alejarse, lo que arruinó su trabajo.
—¡Quieto! ¡No te voy a matar! —gritó Rosina y estaba a punto de continuar su trabajo, pero Luigi seguía retorciéndose, sacándola de quicio.
Rosina se levantó con una sonrisa inocente antes de levantar su mano y abofetear las mejillas de Luigi tan fuerte para hacerle entender que debía ser obediente con ella.
—Sé lo que estás pensando —suspiró Rosina y acarició las mejillas hinchadas de Luigi por su bofetada—. Que soy una mujer cruel. Una mala mujer que te ha golpeado con fuerza.
Luigi la miró con miedo en sus ojos. Nunca había visto una belleza tan peligrosa en toda su vida. Se sentía como si estuviera frente a un depredador sin ningún medio de escape.