La conciencia de Orso iba y venía debido a la pérdida de sangre, pero él hacía su mayor esfuerzo por permanecer despierto por su hermana, Ara.
Rosina sonreía maliciosamente. Para ella, matar a Orso instantáneamente era una bendición. Quería que él sufriera hasta el final de su vida.
—Ara, ¿serás una buena chica y vendrás a mí? —Rosina hizo un gesto para que se acercara con su dedo índice.
—Ara… vete… corre —susurró Orso impotente. No quería rendirse tan rápido.
Rosina puso los ojos en blanco. Se estaba impacientando ya que había tomado algo de tiempo jugando con ellos. Agarró el cabello de Ara, jalándola hacia atrás cuando intentó huir.
—Se acabó el tiempo. Ustedes dos no merecen ni un minuto más —declaró Rosina y se enfrentó a Orso, quien lloraba.
—Por-por favor… Deja que mi… her-he-hermana se vaya —susurró Orso con desesperación. Sus ojos llorosos miraban a Ara, quien luchaba por liberarse del agarre de Rosina.