Leo se estremeció de horror en sus pies mientras miraba a la mujer desnuda frente a él.
—¿Qui-quién eres tú? —Leo intentó que su voz sonara firme, pero terminó en un tono chillón. Impulsó sus temblorosas piernas para levantarse y mostró que no tenía miedo, pero la humedad entre sus piernas mostraba la verdad.
—Ah, no quiero decir mi nombre —dijo Rosina y sacudió su ardiente cabello castaño rojizo para darle una pista a Leo.
Los ojos de Leo siguieron su mano, pero no había adivinado a nadie en mente ya que se estaba enfocando en encontrar una forma de escapar y sobrevivir.
—Ah, parece que no me reconoces, pero está bien —Rosina respondió y se lamió los labios con su lengua puntiaguda. Esa imagen de ella haciendo eso hizo que Leo sintiera escalofríos.
—No necesito conocerte —Leo tragó saliva y suspiró profundamente para reunir el coraje de decir su próxima palabra. No se movía de su lugar, pero su postura mostraba defensa por si Rosina atacaba.