Rosina se mordía las uñas mientras pensaba profundamente. Había vuelto a su tienda después de hablar con Draco. No importaba cómo intentara convencerlo, él no estaba de acuerdo con que ella abandonara el grupo.
—No puedo quedarme aquí de brazos cruzados —murmuró Rosina y se puso de pie. Miró a su alrededor y se dirigió hacia las cosas que Draco había traído. Agarró una capa negra y una daga.
—Su Alteza —susurró Mari desde fuera de la tienda.
Rosina inmediatamente escondió la capa y volvió a sentarse en su silla, agarrando un libro y actuando como si estuviera leyendo. —Pasa.
—Sí, Su Alteza —chirrió Mari y entró en la tienda. Tragó saliva antes de caminar hacia la mesa de Rosina y colocar la leche caliente. —Me retiro, Su Alteza.
—No me molestes de ahora en adelante, Mari. Quisiera descansar —declaró Rosina firmemente, lo cual hizo temblar a Mari de miedo.
—S-sí, Su Alteza —susurró Mari e hizo una reverencia antes de salir apresuradamente de la tienda.