A pesar de que las habitaciones estaban designadas por nobleza y rangos, dentro del lugar del evento, todos eran iguales.
Rosina caminó adentro de la entrada y observó las decoraciones del interior. Estaba asombrada, y su atención fue capturada por las mariposas que volaban en el techo.
—Esto es increíble —murmuró Rosina. Iba caminando directamente cuando tropezó con alguien.
—¡Ugh, esto siempre me pasa a mí! —Rosina levantó la vista, y pensó que sería Dragón, pero era un hombre diferente.
Un llamativo cabello rubio que parecía oro y ojos azules brillantes, similares a los de Dragón, miraron hacia abajo a Rosina.
—Mis disculpas —Rosina hizo una reverencia e inmediatamente se dio la vuelta para irse.
—¡Espera! —el tipo la llamó, pero Rosina no le hizo caso.
Rosina no quería otro encuentro con un hombre. Quería pasearse y admirar el lugar en lugar de coquetear y buscar pareja. Rosina quería evitar a Dragón a toda costa.
El invernadero pronto se llenó de lobos, y el ruido de sus charlas resonó en el lugar.
Rosina, que estaba hambrienta, fue al bufet y tomó su desayuno para llenar su estómago.
Una estridente risa de un par de señoras se escuchó cerca. Rosina miró al lado y vio una figura conocida parada entre las señoras.
—Dragón —pensó Rosina y observó los finos mechones de cabello que cubrían partes de su frente. Su cabello negro azabache hacía que sus ojos azules resaltaran aún más.
Dragón la miró, lo cual Rosina evitó inmediatamente, y se concentró en el montón de panqueques.
Rosina en silencio agradeció a sus sirvientas por elegir su vestido porque varias lobas llevaban el mismo color amarillo.
Rosina tomó panqueques, pan tostado cubierto de mantequilla y café helado. Buscó con la vista alguna mesa disponible, pero todas estaban ocupadas.
Rosina decidió salir del invernadero y fue al jardín, donde vio algunas sillas vacantes.
Nadie estaba alrededor ya que todos estaban socializando dentro.
Rosina sonrió y miró el sol brillando en el cielo despejado. No hacía calor y la luz del sol se sentía agradable en la piel.
Rosina disfrutó de su tiempo comiendo sola mientras observaba las mariposas succionando néctar de las flores.
—Parece que te gusta estar sola —una voz familiar se escuchó detrás de Rosina.
Rosina ni siquiera miró hacia atrás, ya que sabía quién era. —¿Qué haces aquí? —preguntó.
Dragón se rió y se sentó enfrente de Rosina sin permiso, provocando que ella levantara una ceja por su acción.
—Eres muy atrevido, ¿no? —Rosina afirmó mientras rodaba los ojos.
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—De todas maneras me invitarías a sentarme contigo —dijo Dragón con confianza y colocó su plato en la mesa.
—Quizás sea justo lo opuesto de lo que piensas —Rosina soltó una risita y cruzó sus brazos sobre el pecho—. Había perdido el apetito debido a la presencia de Dragón.
Dragón se rió y ignoró su acción indirecta de antipatía.
Como Rosina no tenía más opción que tolerar a Dragón por el momento ya que no quería armar un escándalo y parecer alguien que se ve afectada por pequeñeces.
Rosina comió su comida con elegancia. Se sentía incómoda comiendo juntos sin decir una palabra. El silencio era soportable, pero le picaba la curiosidad de romperlo.
«Mantente elegante», pensó Rosina y centró su atención en las mariposas que volaban alrededor.
—Te ves linda con ese vestido. Nunca pensé verte con un color pastel —dijo Dragón y observó a Rosina de arriba abajo, incluso inclinando la cabeza solo para ver los extremos de su vestido.
Rosina cerró los ojos y exhaló lentamente antes de enfrentarlo. —Señor, ¿puedo preguntar si necesitas algo de mí? Creo que las señoras estarán tristes por tu ausencia en el invernadero.
Rosina mostró sus dientes perlados y una sonrisa amistosa a Dragón, quien se estremeció ante el tono de su voz.
Dragón bajó la cabeza y se escondió detrás de su mano mientras su cuerpo se convulsionaba de risa. Estaba tratando de evitar reírse.
—¿Hay algo gracioso, mi señor? —Rosina levantó una ceja ante la reacción de Dragón.
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—No, no —Dragón negó con la cabeza y se calmó. Sonrió y le guiñó un ojo a Rosina—. ¿Acaso estás celosa de esas señoras? Sé mía y trataré de ignorarlas lo máximo posible.
Rosina soltó una risita de diversión. Se levantó de su asiento ya que no quería conversar más con Dragón—. Mi señor, me temo que rechazaré tu oferta. Me valoro más que ponerme celosa de un hombre que no se contenta con una sola.
—Realmente eres una loba prejuiciosa. ¿Acaso piensas que soy un donjuán? —Dragón se levantó y miró a Rosina con diversión.
—Sí —Rosina afirmó con firmeza y hizo una reverencia—. Ahora me despido. Buen día.
Rosina le dio la espalda y se alejó lo más rápido posible, fuera de la vista de Dragón.
La sonrisa de Dragón desapareció y fue reemplazada por una mirada seria y severa. Se arregló su corbata y bebió su vino antes de dejar el jardín. Dragón no persiguió a Rosina a pesar de que estaba fascinado por ella.
Cuando Dragón entró al invernadero, las señoritas solteras se agolparon a su alrededor, captando su atención.
Como de costumbre, Dragón las entretenía, ofreciendo su mejor sonrisa seductora y dulce verbo, lo que fácilmente embelesaba a las señoras, pero ninguna le proporcionaba la chispa que sentía cuando estaba con Rosina.
Esa chispa eléctrica que encendía todos sus sentidos solo significaba una cosa, que ella era su pareja, pero era evidente que Rosina sentía lo contrario.
Los ancianos siempre les decían a los hombres que la chispa indicaba que eran parejas. Las lobas no sentirían la chispa; en su lugar, sentirían atracción y encanto hacia su pareja.
Dragón sabía que Rosina no estaba interesada en él. Había sentido la antipatía en sus ojos aunque su sonrisa y tono fueran encantadores y agradables. Eso le hizo pensar que Rosina podría no ser su pareja, o que era una loba difícil de conquistar ya que lo había visto coqueteando con otras señoras.
—Nah, estoy pensando demasiado —Dragón sacudió la cabeza para borrar ese pensamiento de su mente. Comenzó a entretener a las señoras para evitar pensar en Rosina y sus voluptuosos labios.