La Reina Rosa se estiró al despertar en su cama.
Se sentó suavemente y sonrió para sí misma mientras miraba los rayos de brillante sol en medio de la nieve que ya caía.
Por primera vez en mucho mucho tiempo se despertó emocionada y comenzó a soltar la larga trenza única que llevaba.
Cuando terminó empezó a peinarla.
Ya estaba a medio escoger su vestido para el día cuando entraron sus criadas.
Se sorprendieron al verla empacando y organizando sus cosas.
—Su majestad —dijo la joven llamada Mary que frecuentemente atendía sus necesidades alarmada—. Ya está despierta.
Luego Mary y la otra chica sirvienta, Jenny, hicieron una reverencia apresurada con los ojos clavados en el suelo.
—Fue nuestro error llegar tarde. Debimos haber venido a atenderla desde antes. Perdónenos su majestad —se disculpó rápidamente Jenny.
Rosa movió su mano desestimando la disculpa.
—No se preocupen por eso —dijo con una sonrisa—. ¿Cómo pueden disculparse conmigo si no hicieron nada mal?