El hombre puso su hoja en mi garganta y apenas podía respirar.
Solo lo había visto una vez en toda mi vida.
En casa, en la manada de Luz de luna, había sido uno de los asesinos más preciados de mi padre.
Tan solo tenía como siete años y estaba fregando los pisos de la biblioteca cuando mi padre mismo entró.
Me escondí rápido porque, aunque estaba cumpliendo con mis deberes, sabía que a mi padre no le gustaba verme.
Apareció un hombre casi como una sombra.
Tenía la piel de rica tonalidad oliva y sus ojos que recuerdo eran de colores avellana.
Vestía con trozos de ropa, como algo que llevaría un lobo del desierto.
—¿Has sido discreto? —había preguntado mi padre.
No había nadie más en la habitación.
El espía asintió.
A lo largo de la conversación no lo vi hablar. Solo inclinar la cabeza o moverla en señal de negación.
Toda su presencia me asustaba.
Fue una vez que lo vi y aun cuando se presentó ante mí años después, sabía que era él.