Los ojos de Xaden se abrieron de golpe y luego agarró su brazo antes de que ella siquiera intentara tocarlo.
Se sentó con delicadeza pero peligrosamente en el agua y su cabello mojado caía sobre su pecho perfecto.
Ella tragó saliva con dificultad.
—¿Qué haces aquí? —exigió él, con los ojos ardiendo como fuego.
Por un instante, todo lo que Jazmín pudo hacer fue admirar su cuerpo esbelto y bien musculado, como si la diosa misma hubiera dedicado su tiempo a esculpirlo de tal manera que pareciera uno de los dioses.
Un cuerpo definido que revelaba cuánto había luchado en el campo de batalla.
Y luego recordó que todavía lo estaba mirando y tragó saliva una vez más.
—No me gusta repetirme. No me obligues o recibirás una paliza de mi parte —le prometió él—. Ahora dime. ¿Qué haces en mi baño? ¿Cómo te atreves a entrar en mis aposentos?
—Y-yo... la señora B-Belinda me ordenó servir tu agua —explicó ella, con el sudor recorriendo su frente.