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Temprano la siguiente mañana, fui despertada por Loren.
—¿Está todo bien? —le pregunté.
Me asustaba pensar que simplemente entregar los cuernos a la sacerdotisa no había sido suficiente o que habían encontrado al Alce.
O al extraño hombre que me había hablado.
Tantas cosas pasaban por mi mente.
—Ayúdame a atender a los hombres que todavía están vivos —me informó—. Tú sabes el orden de uso de las pociones y qué usar para tratarlos, ¿no es así?
Asentí con la cabeza.
—Bien —dijo, y yo me levanté de mi cama y lo seguí hacia donde el amplio espacio en los Cuarteles estaba destinado para tratar a los enfermos.
Había tantos hombres allí.
Unos veinte de ellos.
Algunos habían perdido sus extremidades, piernas, ojos, habían sido mutilados. Muchas bajas diferentes.
Había gemidos de dolor.
Loren se volvió hacia mí —Ocúpate solo de aquellos. Yo me encargaré de los muertos.
—De acuerdo.