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Solo miraba, atónita e incapaz de creer lo que veían mis ojos.
Los cuernos del alce se habían inclinado ante mí y hasta su reverencia era tan divina y majestuosa.
Luego levantó la cabeza y dio un paso atrás.
Me giré hacia la figura luminosa.
—No estás sola —dijo—. Cuando me necesitabas, he estado ahí para ti. En el momento adecuado cumplirás tu destino.
—¿Cumplir mi destino? —dije alarmada—. No entiendo de qué estás hablando. ¿Qué quieres decir con que has estado ahí para mí? Por favor, ayúdame a entender.
—Hija de la luna roja. Lo entenderás —aseguró— y justo cuando estaba a punto de empezar a suplicar, la luz comenzó a disminuir poco a poco hasta desaparecer completamente.
No había nadie allí.
Podría haber dicho que lo imaginé todo si no fuera por el alce blanco que todavía estaba frente a mí.
Ahora estaba pastando la hierba.
Antes de que pudiera empezar a determinar si lo había soñado o no, escuché algunos ruidos en el arbusto.