Después de que Marie y Eleanor hubieran atendido a Jazmín y nevaba en la manada de la media luna, Eleanor llamó a su hermana a un lado.
Simplemente hizo contacto visual con ella y luego salió a uno de los grandes corredores que tenía la manada.
Se quedó allí admirando la nieve que era hecha por el hombre pero que había sido permitida por los dioses.
Estiró su mano y dejó que algunos copos de nieve cayeran en ella.
Había pasado tanto tiempo desde la última vez que había visto nieve.
Cuando escuchó a su hermana detrás de ella, habló sin girarse.
—Estás jugando con fuerzas oscuras mucho más fuertes de lo que jamás podrías enfrentar —dijo Eleanore.
Marie sonrió y luego fue a apoyar sus manos contra la barandilla del corredor y miró hacia la nieve.
—No me digas que unos muy simples y pequeños copos de nieve te asustan —dijo Eleanor—. Además, fueron un regalo de los dioses.