Jazmín se abrazó a sí misma mientras yacía acurrucada en un rincón de la oscura celda en la que había sido arrojada.
—¿Sería ese el fin de todo?
—¿La mataría él?
Sintió el frío contra sus piernas y se estremeció subiéndose el vestido a los pies intentando soportar lo mejor que podía.
En casa esto no era nada, estaba acostumbrada a dormir sobre el frío y duro suelo a veces como castigos y era algo a lo que se había habituado.
Pero después de estar en la manada Creciente por un tiempo y cómo las cosas habían sido tan diferentes de su hogar, no podía evitar admitir el hecho de que para ella era extraño.
Se había acostumbrado a una vida más suave donde podía dormir bajo una manta sin preocuparse de recibir patadas.
Aquí era donde se suponía que debía ser una esclava, pero se había acostumbrado tanto a su nueva vida que había olvidado quién era realmente.
Miró la fría y oscura pared que no le ofrecía nada que ver.