El espía se encontró de frente con una figura encapuchada y luego se encogió hacia atrás.
—Tú eres el que mató al hombre —dijo el lobo del desierto—. Y hueles a mi hermana.
—Te he estado buscando —respondió la figura encapuchada.
—¿Qué quieres? —preguntó—. ¡Jamás trabajaré para ti!
Entonces el espía del desierto le escupió en la cara a la figura encapuchada.
La figura encapuchada se limpió los ojos y luego le dio al lobo del desierto un golpe tan potente que cayó al suelo sangrando.
Para que alguien golpeara al lobo del desierto y casi lo dejase inconsciente, haciéndolo casi indefenso, significaba que eran muy poderosos.
El lobo del desierto tosió sangre en el suelo y luego la figura encapuchada le pateó el estómago y él gimió.
Era como si algo le hubiera pasado a sus huesos y ahora estuviera débil e inmóvil.
Era como si toda su fuerza se hubiera drenado.