Mis labios cayeron en completa sorpresa
—¿Vuestra doncella? —pregunté confundida sobre a qué se referían.
La alta sacerdotisa me miró, su rostro aún solemne.
Me di cuenta de que había interrumpido justo en medio de un ritual y bajé la vista al suelo.
—Su doncella —dijo la alta sacerdotisa.
—¿Q-quién, yo? —pregunté sorprendida.
—Pero, por supuesto —dijo ella—. No veo a nadie más aquí.
—No, él solo me trajo porque no podía caminar bien —dije.
Y los hombres tosieron y entonces me di cuenta de lo que había dicho.
—N-no, no quiero decir que no podía caminar por nada de lo que hicimos. Solo que... —Me di cuenta de que estaba hablando demasiado así que paré y tomé una respiración profunda—. Él solo me estaba asistiendo. No soy la doncella.