—Encantado de encontrarte aquí, mi excéntrico amigo.
Las palabras cayeron como una avalancha en los oídos del atónito Carmen. Sus palmas sudaban y humedecían la linterna en sus manos.
—¿Q-quién? —preguntó Carmen mientras la mano del dueño de la voz seguía descansando en su hombro.
Quería voltearse y comprobar quién estaba detrás de él, pero tenía la extraña sensación de que no era lo más inteligente que podía hacer. La sensación era una mezcla de terror y advertencia desde las mismísimas profundidades de su ser.
—¿Ni siquiera puedes identificar a tu amigo? —preguntó Kiba a cambio.
—Yo... —Carmen estaba seguro de que era la primera vez que oía esa voz.
Era de esperar, ya que solo había conocido a Zed y no a Kiba. Sin embargo, él no lo sabía, así que una vez más comenzó a pensar a quién pertenecía la voz.
Pasaron unos minutos, pero Carmen no avanzó nada, para la decepción de Kiba.