En el enorme salón, Zed ignoró las groserías de los demás concursantes. Internamente, no podía dejar de maravillarse de su buena suerte. Si hubiera sido Kiba, ellos habrían aprendido lo que significa enfrentarse a insultos que pueden hacer hervir la sangre de ira.
Mientras pensaba en esto, miró a los concursantes abusivos con una sonrisa pacífica.
—Quizá algunos de ellos tengan novias hermosas, o al menos hermanas y madres atractivas —reflexionó Zed con una expresión pensativa—. Si las cosas se mueven según mi plan... entonces muchas madres y hermanas estarán llorando por la pérdida de sus preciados hijos.
—Esas damas en luto necesitarán hombros sobre los cuales llorar. ¡Qué problemático...! —se lamentó Zed—. ¿Quién estará allí para ofrecerles un hombro y un pañuelo? ¿Quién les ayudará a sentir calor cuando los colmillos de la soledad las acechen?
Zed mostró una sonrisa muy feliz.