Mientras el abrazo parecía terminar, las manos de Kiba se deslizaron lentamente hacia su cara, sus dedos trazándola a lo largo del camino.
Un fuego hormigueante estalló dentro de ella, y él tomó su rostro entre sus manos.
—¿Me extrañaste? —preguntó Agatha, sabiendo muy bien cuál sería su respuesta.
—No, no te extrañé —la respuesta de Kiba la sorprendió—. Te deseé.
Agradablemente sorprendida, ella puso su mano en su cuello y bajó su cara. Lo besó suavemente.
—¡Yo también te deseé! —dijo Agatha al terminar el beso—. ¡El día se me hizo una eternidad!
Kiba no respondió con palabras, sino con un beso que contenía anhelos interminables por sus labios cítricos rosados. Ella respondió con entusiasmo, aplastando sus labios contra los de él.
—Prométeme, pase lo que pase, ¡nunca me dejarás! —Kiba le susurró en el alma mientras la besaba con avidez.