Esta vez, se podían ver débiles vasos sanguíneos en la burbuja dorada.
—¿Oro? ¿Quién te hirió así? —soltó un grito horrorizado Jean.
—Sígueme.
Oro tomó su mano y la introdujo de manera algo brusca en una burbuja.
Jean acariciaba su dolorosa muñeca y miraba a su alrededor mientras se sentaba dentro de la burbuja. —¿Estamos siendo atacados por otros grupos de Gente del Mar? —preguntó nerviosa.
—No.
—Entonces, ¿qué está pasando?
La imagen de los cadáveres esparcidos por el mar surgió en la mente de Oro, abrumándolo con tristeza y quitándole cualquier deseo de hablar. Si Jean no hubiera regresado, si no fuera por la continuidad de su especie, él habría querido luchar hasta la muerte.
Su tribu se había enfrentado a la extinción desde el día que Jean desapareció. La paz que tuvieron durante estos diez años era solo una fachada mientras arrastraban su existencia débil.
—¿Qué está pasando exactamente? ¡Habla! —exigió Jean.
—Es él. —Esta respuesta fue forzada de Oro.
—¿Quién?