Cuando Murphy se apresuró al dormitorio, encontró a la Reina Elfa descansando en una silla de mimbre.
Al ver que su rostro estaba sonrosado y no parecía enferma en absoluto, Murphy pensó que en efecto había sido engañado por ella.
Estaba a punto de darse la vuelta y marcharse cuando la Reina Elfa abrió los ojos. —Ya que estás aquí, ¿por qué te vas sin despedirte?
—Escuché que de repente te enfermaste, así que vine a verte. —Murphy se rió de sí mismo—. Pero te ves muy bien. Debo estar pensando demasiado.
—De hecho estuve enferma antes. Mejoré justo ahora, así que me levanté para sentarme un rato.
Murphy respondió con indiferencia —Ah.
—¿No me crees?
—Lo que sea que digas. —Murphy no quería discutir con ella.
Lo que él no sabía es que su apariencia displicente hizo que la Reina Elfa estuviera aún más insatisfecha. Ella frunció el ceño y dijo:
—Si estás descontento, puedes decirlo. No tienes que mostrar esa expresión. Es molesto.