Perspectiva de Alicia.
Desde mi juventud, el País de las Maravillas fue mi escenario, un lugar donde lo absurdo y lo mágico danzaban en una peculiar coreografía de realidades alternas. Cada día era una aventura hilarante a través de un laberinto de asombro, poblado por criaturas tan peculiares que me hacían reír tanto como temblar.
Las ejecuciones eran como un té de la tarde con la Reina de Corazones; nunca sabías cuándo te tocaría ser el invitado 'especial'. En esa corte dominada por el miedo, donde cada susurro podía ser el presagio de la muerte, aprendí las lecciones más duras sobre el poder, sus abusos y como poseerlo te puede hacer perder la cabeza. "Literalmente".
Visité cada rincón del país, desde las más remotas aldeas hasta los paisajes más asombrosos, En mis viajes conocí toda clase de criaturas, cada una era más peculiar que el anterior. Una vez un hada intentó enseñarme a convertir rocas en panecillos. Resultó ser más difícil de lo que suena, especialmente cuando los panecillos salen volando.
Me convertí en una estudiante versátil, capaz de conjurar hechizos básicos en diversas ramas de la magia, pero solo siendo capaz de usar el fuego en todas sus formas para defenderme. Sin embargo, mi verdadero enfoque y fortaleza residían en la curación. Estas habilidades se convirtieron en mi salvación y en mi don para aquellos a quienes encontraba en mi camino, herramientas esenciales para enfrentar desafíos que de otro modo habrían sido insuperables.
Los desafíos en el País de las Maravillas iban más allá de lo físico. Mi camino me llevó a encontrarme con una noble oruga, cuya presencia irradiaba una profunda misterioduría. Sentada en su imponente seta, envuelta en espirales de humo azul, representaba una incógnita viviente. Su silenciosa contemplación me impulsó a cuestionar mi esencia y propósito.
Las flores parlantes, con sus pétalos de colores y palabras tan afiladas como sus espinas, damas malvarmosas que entonaban cánticos enredados en metáforas y juegos de palabras. Sus diálogos eran acertijos cubiertos de dulzura y veneno, donde "no es" significaba "tal vez" y "nunca" podía ser "siempre".
Y estaban los lagos de lágrimas, Nunca olvidaré mi primera 'natación' accidental en ellos. Cada vez que derramaba una lágrima, el lago crecía y crecía. Vastas extensiones de aguas saladas y reflejos distorsionados. Cada onda susurraba historias de tristezas y despedidas, evocando memorias de días llorosos y noches inundadas de suspiros. Eran espejos líquidos de melancolía, donde la desesperación se reflejaba en cada ondulación, tentándome a sumergirme en sus profundidades para escapar de la realidad cambiante.
El punto de inflexión llegó cuando me enfrenté a la Reina de Corazones para poner fin a su tiranía. Esa batalla no fue solo un enfrentamiento físico; fue una rebelión contra la opresión, un grito de libertad que retumbó en todo el reino.
Tras la caída de la Reina, asumí el trono, no como dictadora, sino como una líder justa y equitativa. Mi coronación marcó el comienzo de una nueva era, con el objetivo de sanar un reino desgarrado por el miedo y la división. Sin embargo, este nuevo rol trajo consigo desafíos inesperados con los que tenía que lidiar.
La invasión de los Korudi a Camelot se convirtió en un desafío inminente, no solo para el reino, sino también para mi liderazgo. La amenaza que representaban estos seres era un recordatorio crudo de las responsabilidades que pesaban sobre mis hombros. Su capacidad para sembrar el caos y el miedo era un eco de las mismas fuerzas que había luchado por erradicar en mi propio reino.
En un mundo donde la estabilidad y la paz eran tan frágiles, la aparición de los Korudi representaba una crisis que amenazaba con desestabilizar no solo Camelot, sino potencialmente todo el País de las Maravillas y el mundo mágico. Mi determinación de enfrentar y superar esta nueva amenaza se fortalecía con cada momento de caos que presenciaba, impulsándome a buscar soluciones y alianzas que pudieran devolver la paz a nuestros reinos.
Dentro del torbellino de responsabilidades y desafíos que me rodeaban como gobernante, Cheshire, el Gato, no era solo un consejero astuto, sino un amigo y confidente genuino. Su naturaleza enigmática, que inicialmente me desconcertaba, reveló con el tiempo su valor incalculable: su sabiduría y su visión única eran faros de luz en el caótico País de las Maravillas.
Nuestra amistad se forjó a través de innumerables aventuras y desafíos. Cheshire, con su habilidad para aparecer y desaparecer según su voluntad, no solo me sacó de múltiples aprietos, sino que también me proporcionó consejos crípticos, pero cruciales, en momentos clave. Su ingenio y habilidad para ver más allá de lo aparente me ayudaron a navegar por las complejidades y locuras de nuestro mundo.
Tras mi ascenso al trono, Cheshire se convirtió en una presencia aún más esencial. Era como tener un consejero, un amigo y un mago de fiesta todo en uno. Juntos, enfrentamos el delicado equilibrio de gobernar un reino tan diverso y dividido. Su perspicacia y visión profunda fueron vitales para mis decisiones, logrando un balance entre justicia y compasión, justipasión.
Mi viaje al reino de Camelot no fue un mero capricho, sino una necesidad apremiante. El País de las Maravillas estaba siendo desgarrado por conflictos y guerras, especialmente entre los reinos de las Reinas Roja y Blanca. Sus batallas interminables amenazaban con destruir nuestro país. Buscaba la ayuda del Rey Arturo, con la esperanza de que su sabiduría y su influencia pudieran mediar en este conflicto sin fin y traer una paz duradera a mi hogar afligido.
La desaparición de Cheshire pesaba sobre mi corazón. Su ausencia en estos momentos críticos me dejaba una sensación de vacío, como si una parte esencial de mi ser faltara. Su consejo, su presencia reconfortante, su sonrisa misteriosa y sabia, todo me hacía falta. Cheshire siempre había sido más que una mascota o un simple compañero; era un fragmento de mi hogar, una conexión con un mundo que, aunque loco y caótico, era mío.
El ataque a Camelot fue una catástrofe inesperada y aplastante. Los Korudi, emergiendo como una ola venenosa de verdor, se esparcieron por las calles, transformando la ciudad en un caos de terror y confusión. Recuerdo esos momentos como un torbellino de gritos y desesperación, una invasión implacable y despiadada.
Cheshire y yo aguardábamos nuestra audiencia con el Rey Arturo cuando los primeros gritos de alarma atravesaron el castillo. " '¿Quizás es hora del té?', bromeó Cheshire. Sin un segundo de duda, la ventana de la sala de espera se convirtió en nuestra ruta de escape. Con Cheshire aferrado a mi hombro, saltamos al caos que se desataba más allá del castillo. "¡Esta no es exactamente el gran recibimiento que esperaba por parte de Arturo!", exclamé mientras caíamos.
La situación en las calles era más caótica que un juego de ajedrez con la Reina de Roja. Los habitantes corrían en busca de refugio, mientras los soldados enfrentaban valientemente a las incesantes hordas de Korudi. Me dediqué a sanar a los heridos con mi magia, intentando crear barreras mágicas para detener el avance de los hongos. Cheshire, me guiaba a través del entramado de calles, intentando llevar a los civiles a un lugar seguro todo mientras me recordaba que él había predicho algo así... como siempre.
Sin embargo, por cada vida que lográbamos salvar, otra parecía sucumbir bajo la oleada implacable de los Korudi. La situación rápidamente se tornó insostenible, con los hongos acechando en cada esquina.
De repente, una voz profunda y resonante inundó mis oídos, clara y poderosa a pesar del caos circundante. Alguien estaba conjurando un hechizo complejo y potente, uno que se deslizaba más allá de mi comprensión inmediata.
"¡Alicia, ten cuidado! Merlín está evacuando la ciudad. Está utilizando un hechizo de teletrans…" Las palabras de Cheshire se cortaron abruptamente, dejando el mensaje incompleto y un zumbido de ansiedad en el aire.
Era un momento de caos total y luego, el rayo. En un momento, estaba luchando contra los hongos, y al siguiente, me sentía como si hubiera vuelto a tomar algo del té especial del Sombrerero.
No recuerdo el impacto, solo la sensación abrumadora de ser arrastrada fuera de la realidad, lanzada a un vórtice de luz y sombra. Cuando la claridad regresó, me encontré desorientada y sola en este mágico lugar.
En este bosque, cada paso era un reto. No había camino claro, ni brújula que pudiera guiarme. Pero no era la primera vez que estaba aquí. Sonreí a pesar de la situación, recordando las muchas veces que había tomado el camino equivocado solo para terminar en una aventura inesperada. El Bosque Encantado era un lugar conocido por su magia y seres fantásticos, un lugar al que llegaban toda clase de aventureros en busca de tesoros y conocimiento antiguo.
Cada rincón del bosque parecía tener vida propia, y los sonidos naturales se entrelazaban con ecos que parecían provenir de otro mundo. Me recordó a mi querido Cheshire. "¿Dónde estás cuando te necesito, gato tonto?", murmuré, casi esperando verlo aparecer con una de sus sonrisas enigmáticas.
Desde entonces he vagado por el bosque. Sí Merlín evacuó la ciudad, definitivamente no lo haría hacía un lugar tan peligroso, algo debió salir mal. Sí yo fui transportada aquí quizá no soy la única, puede haber personas en peligro.
Además habían pasado varios años desde mi última vez aquí y este lugar ha cambiado mucho. Puedo sentir una tensión constante, el vivido Bosque Encantado parecía enfermo. El bosque se encontraba en territorio del reino de corazones, mi reino. Era mi deber conocer el estado actual del bosque y ayudar a quien pudiera necesitarme.
Al adentrarme más en el Bosque Encantado, la noción del tiempo parecía desdibujarse, cada día era una amalgama de desafíos y sorpresas. Caminando entre los árboles, un destello de colores capturó mi atención. Parecía como si alguien hubiera dejado caer un arcoíris en medio del bosque. Al acercarme, descubrí una pequeña casa que parecía sacada de un cuento de hadas, con paredes de galleta y un techo glaseado. "¡Qué encantador!", pensé. Pero a medida que me acercaba, la escena cambió a "¡Que aterrador!".
La casa de dulces, que inicialmente parecía un sueño, comenzó a transformarse en una pesadilla. Los dulces y gomitas que adornaban sus paredes se derramaban en formas grotescas, como si estuvieran llorando lágrimas pegajosas y coloridas. Las ventanas, que antes brillaban bajo el sol, ahora distorsionaban mi reflejo, deformando mi imagen de una manera casi burlona. Me acerqué con cautela, sintiendo una creciente sensación de inquietud.
El aire alrededor de la casa era pesado, cargado con un aroma a dulces podridos que me recordaba a la vez que Cheshire y yo intentamos hornear galletas. Algo no estaba bien con esa casa; los adornos parecían estar luchando contra una maldición, las puertas, forradas con lo que parecían ser barras de chocolate, estaban ligeramente entreabiertas, sugiriendo una invitación que mi instinto me decía que rechazara.
Mientras me debatía entre el miedo y la curiosidad, un ruido sordo desde el interior de la casa rompió el silencio. Sonaba como algo grande moviéndose en un charco de mermelada. Me congelé, la idea de quién o qué podría estar viviendo dentro me llenó de un temor visceral. La atmósfera se volvió tensa, y mi instinto me decía que era hora de decir "adiós, casa rara".
Retrocedí lentamente, manteniendo mis ojos en la casa. Cada paso que me alejaba parecía disminuir la presión en el aire, como si estuviera escapando de algo que ni siquiera quería imaginar. A salvo, me volví para echar un último vistazo. La casa de dulces se quedó allí, un recordatorio de que, en el Bosque Encantado, hasta lo más dulce puede tener un lado amargo y peligroso.
En mi segundo día, descubrí algo que me dejó sin aliento. Delante de mí se alzaba un árbol tan gigalosal que casi parecía un chiste, como si alguien hubiera dado súper vitaminas a una planta de frijol. Era tan alto que su copa se perdía en el cielo, un gigante verde que se erguía con la energía vibrante de un joven y la dignidad de un guardián ancestral.
Al acercarme, la sorpresa se transformó en asombro. Las hojas del árbol eran un verde vibrante, cada una brillando con una vitalidad que hacía que el resto del bosque pareciera un poco descolorido en comparación. El tronco, gigantesco, tenía la suavidad y el brillo de la juventud. Era como si cada hoja estuviera bailando al ritmo de una música que solo ellas podían escuchar, y el aire alrededor del árbol vibraba con una promesa de crecimiento y nuevas aventuras.
Sin embargo, este árbol no era solo un gigante joven. Había algo en él, como si en su corta vida, este árbol hubiera vivido mil años de historias y leyendas. Me preguntaba si era el resultado de un hechizo, quizás un experimento de algún mago que quería ver qué pasaría si daba demasiado abono mágico a una planta.
Al tocar su corteza, sentí una conexión instantánea. Era como si el árbol estuviera hablándome, contándome secretos del viento y las estrellas. Sentí su energía fluir a través de mí, llenándome de una mezcla de fuerza y un montón de preguntas.
Pero a pesar de su belleza y poder, no pude evitar sentirme un poco inquieta. Había algo en este árbol que iba más allá de mi comprensión, como si estuviera esperando un momento especial o una persona en particular.
Finalmente, con una mezcla de admiración y una pizca de confusión, me alejé del árbol.
Cuando me adentré a las profundidades del bosque, a lo lejos me encontré con el terror encarnado. Emergiendo de las sombras de una neblina densa se presentó una figura siniestra, un ser cuya mera presencia helaba la sangre. Su cabeza estaba oculta bajo un saco de tela áspera, atado al cuello con una cuerda con el nudo de una horca. A través de las costuras, brillaban destellos rojos que se asemejaban a ojos ardientes, inyectados de una malevolencia digna solo de aquellos relatos de los demonios que aterrorizan los círculos del infierno. "Bien… hoy no podré dormir…", me dije a mi misma mientras me llevaba mi mano en puño cabeza.
Aunque su forma fantasmal se asemejaba vagamente a la de un humano, se movía con una gracia perturbadora, deslizándose entre los árboles como si fuera una sombra viva. Su presencia era una mezcla de propósito definido y un acecho calculado. Era como si estuviera buscando a alguien... o algo. A pesar del peligro obvio que representaba, algo en mí sentía la necesidad de seguirlo, empujada por una mezcla de curiosidad y un instinto de descubrir su verdadero objetivo.
Pero mientras lo observaba oculta en un arbusto a la distancia, pude sentir cómo su atención se desviaba por un instante hacia mí. Aunque no cambió de dirección, la sensación de ser reconocida y deliberadamente ignorada por esta entidad me llenó de un escalofrío profundo. Era como si supiera que lo estaba observando, pero tuviera un enfoque más urgente en su presa.
El trance hipnótico en el que me había sumido la presencia de aquella siniestra figura se rompió abruptamente con el sonido penetrante de un chillido inhumano. Era un grito que cortaba el aire, lleno de ferocidad y dolor. Alguien estaba luchando y probablemente en problemas.
Corrí hacia el origen de esos sonidos, mis pasos guiados por una mezcla de curiosidad y urgencia. Mientras me adentraba más en el bosque, los chillidos agudos y los ruidos de la lucha crecían en intensidad. La sensación de estar abandonando a un cazador enigmático por otro tipo de peligro se apoderaba de mi mente, pero sabía que debía intervenir. Dejando atrás la presencia inquietante, corrí hacia el origen de los ruidos, guiada por los gritos y el estruendo de la lucha.
Al llegar al lugar de la batalla, me encontré con una escena de tensión y peligro inminente. Una joven guerrera estaba rodeada por una horda de esos malditos hongos. Su rostro reflejaba cansancio y dolor, parecía estar herida. La determinación en su rostro era evidente, pero las probabilidades estaban en su contra. Sin dudarlo, intervine en el enfrentamiento, recitando una oración mágica que me permitiera fulminarlos rápidamente y concentrando ese poder mágico en mi báculo desaté una furia de llamas contra aquella plaga que amenazaba con atacar a la joven.
Los Korudi retrocedían, consumidos por la luz y el calor de mi magia. La joven luchaba con una valentía y habilidad asombrosas, esforzándose por no parecer una víctima indefensa.
La batalla terminó, con los Korudi derrotados y sus restos siendo arrastrados por el viento, nos quedamos frente a frente en el claro del bosque. La guerrera frente a mí, con su postura firme y sus ojos penetrantes, irradiaba una fuerza y una determinación que me impresionaron. Podía sentir la urgencia de sus acciones pesando sobre sus hombros.
Con una sonrisa leve, extendí mi mano hacia ella en un gesto de camaradería. "¡Eso fue increíbloso!", exclamé, intentando aligerar el momento. "Tu destreza es impresionante. Soy Alicia, princesa del reino de corazones, por cierto."
Ella me miró con una mezcla de sorpresa y precaución, estudiando mi mano extendida antes de responder. "Roja," dijo finalmente, su voz revelando poco más que su nombre. Con un apretón de manos breve pero firme, aceptó mi saludo.
No pude evitar notar la forma en que escaneaba el área, siempre alerta. "Esas horribles criaturas ya no están ¿Siempre estás en modo de batalla?", pregunté con curiosidad, tratando de entender más sobre mi nueva compañera de circunstancias.
"En este lugar, nunca se sabe qué peligros acechan. Es mejor estar preparada," respondió Roja, su expresión rozando el escepticismo.
"Debo irme rápido," añadió, revisando sus armas con rapidez. "Hay alguien esperando mi ayuda. No puedo permitirme retrasos."
Mi sonrisa se amplió ante su urgencia. "¡Entonces alguien necesita nuestra ayuda!"
"¿Nuestra ayuda?" replicó Roja con una mirada de desaprobación.
"¿Qué te parece si voy contigo?", procedí a imitarla con su tono serio y mandón. "En este lugar, nunca se sabe qué peligros acechan". "Dos son mejor que una, ¿no te parece?".
Roja consideró un momento mi oferta antes de asentir con cautela, y con un destello de aprobación en su mirada. "Parece que no tenemos mucha opción," dijo, su voz mezclando resignación con aceptación.