"Si miras más allá de las palabras podrás encontrar la verdadera cara del autor". Eso es lo que decía mi editor cuando revisaba los trabajos de los escritores novatos. A veces reía, en otras ocasiones simplemente suspiraba y rascaba su cabeza en confusión, pero siempre trataba de entender lo que el escritor intentaba transmitir, sin importar la dificultad. Era un buen hombre. Murió de cáncer. Fue fulminante. Mi último recuerdo junto a él fue compartiendo mi último borrador. Él me recibió con una sonrisa y tomo mi mano. No dijo nada. Yo no necesitaba escuchar algo. Fue un momento precioso. Ahí nació mi idea de encontrar un nuevo horizonte.
─Perdón, debe ser extraño para ti ─dijo la chica, tenía su mirada perdida entre los pasos de la gente que avanzaba de un lado a otro. Estábamos recargados junto a una máquina expendedora cuyo brillo apenas lograba sobresalir del neón de los carteles que le rodeaban.
─Vine a Japón a cambiar mi manera de ver el mundo. Lo extraño es bienvenido. Bueno, no todo lo extraño.
Ambos reímos. La chica elevó su mirada al cielo, lejos de las personas ─. Me llamo Akane, mucho gusto. ─ suspiró bajando lentamente su mirada hasta que nuestros ojos se sostuvieron. Me presenté de la misma manera, con un comentario común.
─Tienes lindo nombre, pero preferiría decirte "señor" ─Akane estiró su mano en forma de saludo ─¿Hay problema? ─agregó.
─No, como gustes ─contesté.
Dejamos el lugar y seguimos caminando entre la multitud. Hablábamos de la vestimenta tan extravagante de algunas mujeres, su maquillaje cargado y los hombres con peinados repletos de aerosol. Era una cultura totalmente diferente.
─Huele a lluvia; además, el cielo se está amurallando. ¿Quieres ir a esa cafetería? ─preguntó Akane.
Nos metimos a una cafetería estilo americano, donde las mujeres se movían en patines. Me daba la sensación de que en cualquier momento se pondrían a cantar y bailar.
─¿De dónde eres? ─preguntó Akane.
─América. ─contesté mientras trataba de descifrar el menú. Ambos ordenamos, y esperamos. La cafetería lentamente se llenaba de personas de todo tipo: trabajadores, jóvenes de aspecto llamativo y adultos buscando algo de juventud. La lluvia los había arrastrado a este lugar. El rumor de su mormullo opacaba el jazz que el lugar tenía de manera discreta. Las primeras gotas cayeron de forma inconsistente hasta formar grandes líneas que impactaban en el suelo. El neón se distorsionaba a través de ellas. Los pasos de los que aún permanecían afuera eran rápidos. Unos jóvenes saltaban en la lluvia, y la sonrisa que enmarcaba su rostro desprendía vida.
Saqué una pequeña libreta que estaba en uno de los bolsillos de mi abrigo y comencé a escribir sobre lo que veía en estos momentos.
─¿Eres escritor? ─preguntó Akane.
─Uno muy mediocre ─contesté.
─¿Nadie lee tus libros?
─Si, si lo hacen. Pero, en algún punto, el contenido se fue convirtiendo en un pozo vació. No había que contar, pero la gente parecía conformarse con eso. ─bajé la pluma y elevé mi mirada hacia la de Akane ─. Escribir sin sentir que escribes es como vivir y darte cuenta al final que no viviste nada.
Akane afilo su mirada. Acercó su pecho contra la mesa y con su dedo índice empujo mi frente ─no me gustan las palabras tristes con miradas tristes ─. Akane libero una sonrisa cuya inocencia brillaba con la misma intensidad que sus ojos.
Ella me hacía recordar una parte del pasado que preferiría mantener lejos de mi atención. Un pasado en donde realmente creí que era feliz. Uno del cual las memorias se distorsionan entre el amor y la fantasía. Akane, en este momento, parecía un vestigio de mi juventud junto aquella mujer que me hizo entender que los sueños pueden hacerte perder el camino, obligándote a vagar entre la niebla sin rumbo, sin metas claras, sin existencia. Aleje mi rostro del tacto de Akane, una melancolía invadía mi cuerpo como un virus latente que se apoderaba de cualquier pensamiento dentro de mi cabeza. Las personas desaparecían, la música se enmudecía. Akane se volvía una sombra. Mis manos temblaban y mi respiración agitada me hacía pensar lo peor.
─¿Estás bien? ─preguntó Akane. Su voz me hizo emerger de aquel abismo.
─Si, solo me sentía un poco abrumado con está lluvia, lejos de casa ─contesté mirando al exterior.
─La lluvia es la misma, aquí y en América. ─contestó Akane mientras jugaba con su taza.
─¿Deberíamos mojarnos en está lluvia? ─pregunté.
─¿Es lo que deseas?
─Siento que traerá tranquilidad a mi mente.
Akane sacó un par de billetes de una de sus bolsas y los dejó sobre la mesa. Después, tomó mi mano y me arrastró hacia el exterior. Todo mi cuerpo se sentía lento, su mano era un arpón cuyo filo había atravesado un cascarón vacío. Me desangraba en ideas que carecían de sentido alguno. Me pregunto si estaría bien pensar en el final. Japón había demostrado ser un buen clímax para esta confusa vida. Akane me daba la espalda, en ningún momento se giró hacía mí. No trató de comprobar mi expresión, ni yo trate de descifrar sus acciones. Poco a poco nuestros cuerpos eran engullidos ante la lluvia que se sentía más calidad de lo que era. Solos avanzamos entre la tempestad de emociones que ambos desprendíamos con cada movimiento. El olor del momento me hacía preguntar si esté era el verdadero olor del neón.