Hay millones de puntos de vista, tanta variedad como sabores en el mundo. Es tan divertido.... Para algunos los recuerdos son momentos cargados de añoranza, anhelo o felicidad, momentos de sus vidas que se sienten a gusto de recordar. Para mi, son cosas que no quiero desenterrar.
Los recuerdos son como agujas la mayor del tiempo, otras beses no son más que simples gotas de agua mientras otras tantas se convierten en dagas que apuñalan y susurros que envenenan y corroen cada recóndito del alma.
Dicen que nadie muere por amor, pero el amor es un estado espontáneo incapaz de ser controlado, por este se llegan a ser demasiadas locuras, incluso morir.
Grabados como fuego que jamas consume las brazas están esos recuerdos en mi memoria, aunque jamas lo acepte en voz alta, esas es una de las razones de mis pesadillas, de mi actitud y mi comportamiento, entre multitud de factores.
Vivíamos en una torre de lujosos apartamentos de 30 pisos de altura, algo no muy atrayente para alguien como yo, nosotros hospedábamos entre los 4 apartamentos del onceavo piso. Ese día era tan tan tranquilo como cualquier otro, las horas pasaban mientras la televisión encendida y el narrador del noticiero de las 3 pm hacia su trabajo, dar cháchara, hasta que llamaron a la puerta. Mi madre, Elena Holf, apellido de soltera, era una mujer entrada en la edad de los 34 años pero que mantenía una figura esbelta y hermosa de una joven de 26 años.
Por un segundo dudó, dejo el libro que leía sobre la mesa de centro frente a ella y se encamino a la puerta mirando por el ojo mágico incrustado en esta, al volver sobre sus pasos su semblante era digno de quien ve un fantasma, mi inocencia de 7 años de edad debió reflejar la preocupación que sentí pues casi de inmediato tras cargarme en brazos trato de mostrar una sonrisa consoladora que mas parecía un adiós o una forma para tranquilizarse ella misma.
Corrió escaleras arriba hasta llegar a la habitación principal donde seguidamente abrió la puerta corrediza del armario que se camuflaban con los tonos blanco perla de las paredes, al mismo tiempo se agacho y comenzó a apartar multitud de cajas de zapatos apilados ordenadamente en una esquina para dejar al descubierto una pequeña puertecilla cuadrada, lo suficientemente grande como para que entrara una persona a gatas, los fuertes y potentes golpes en la puerta eran acompañados por una voz que exclama a gritos el nombre de mi madre mientras Elena Holf no dejaba de respirar rápida y entrecortada mente conteniendo las lágrimas que luchaban por aflorar en sus ojos verde oliva.
- escucha me, Sam, mami ira a hablar con unos amigos, pero ya vuelvo ¿si? -dijo Elena tratando de tranquilizar me a pesar de su desesperado tono-. Tú te quedaras aquí, nada malo te pasara mi amor, solo entra y tapa tus oídos y no salgas hasta que venga por ti -explico la mujer aparentando calma cuando más parecía estar al borde de un ataque de nervios -. ¿Entendiste?.
No, no entendía porque debía esconderme, no entendía porque no debía escuchar, no entendí porque comenzaba a sentir esa presión en el pecho y ese mal presentimiento. Pero asentí en contestación recibiendo un efusivo y fugaz abrazo seguido de un húmedo beso en mi frente de sus temblorosos labios.
Me ayudó a entrar en el pequeño escondite de un metro cuadrado y dos metros de alto, oscuro, frío y silencioso si no fuera por los continuos golpes que parecían resonar en cada lugar. La puerta se cerro al tiempo de que 3 disparos golpeaban la puerta y esta cedía hacia dentro, los pasos de Elena se detuvieron en seco, mi mente ignoró inconscientemente los mandatos de mi madre y no cubrí mis oídos, escuchando cada detalle.
Lo que sucedía era claro: hombres armados estaban entrando como una horda al departamento con propósitos nada agradables. Pero la inocencia de un niño que desconocía el verdadero mundo y vivía recluido en un mundo idealista y fantasioso propio de su edad era una barrera que me impedía saber la respuesta a la pregunta que resonaba en mi mente: ¿porque?.
Vidrios rompiéndose, muebles volcados, estanterías completas cayendo al suelo al igual que su contenido, los separados de ambiente tampoco pasaban por alto siendo arrojados con fuerza y gritos, muchos gritos de la misma voz masculina de antes, fuerte y rasposa.
El hombre solo repetía incesantemente dos preguntas en medio de insultos y perjurios: ¿¡donde esta!? ¿¡Donde lo escondes!?. Parecía enfurecido, fuera de si, un animal acorralado capaz de cualquier cosa.
Los destrozos se detuvieron por un momento para seguidamente escuchar como la marabunta de extraños subía a trompicones por las escaleras y entraron a la habitación en donde Elena Holf seguía, petrificada.
Los segundos se detuvieron, el aire parecida pesado e incluso siendo un niño percibí la tensión casi palpable que se había instalado en el lugar. El silencio no fue roto hasta que aquel hombre volvió a hablar, esta vez tranquila y pausadamente, como si el desplante de antes no fuera nada. Hablo en una lengua que no conocía pero había escuchado en labios de mi madre en varias ocasiones, Griego.
- Έλενα, αγάπη μου, πες μου πού είναι το αγόρι και αυτό θα καταλήξει γρήγορα -aparentaba una calma abismal, impropia de aquel que solo minutos atrás parecía una bestia.
- Ποτέ, τέρας! Δεν θα βάλετε ένα μόνο δάχτυλο πάνω από το Sam!.
Al escuchar el diminutivo que mi madre solía usar hizo que mi cuerpo se tensara sin razón, no entendía lo que estaban diciendo pero mis sentidos se fijaron en la discusión que tenía lugar a pocos pasos de mi escondite.
- Sam... -repitió el hombre pausadamente, como si el solo echo de pensarlo le causase repulsión-. Δεν υπηρετείτε πλέον... είστε μια άλλη ελαττωματική κούκλα... -el silencio fue ma respuesta ante las palabras de aquel hombre que no abandonaba esa perturbadora tranquilidad-. El proyecto Sams Lerds no sera lo mismo sin ti -admitio-. Lastima que te allás encariñado con él, en fin, te deseo suerte, espero que Hela cuide bien de ti -seguidamente el sonido de un disparo fue lo único que se escuchó.
El hueso, músculo y tejido perforado y consecuente atravesados fueron seguidos de un peso muerto cayendo sobre las frías baldosas del suelo de forma estrepitosa.
A pesar de no no poder mirar mas allá de aquellas paredes sentí como una parte de mi comenzaba a desmoronarse poco a poco en ese instante, no solo cada silaba de aquel lenguaje casi completamente incomprendido para mi se grabó en mi memoria junto a la voz de aquel hombre.
Una y otra vez se repetía en mi mente lo ocurrido, un reproductor sin botón de Display ni forma de parar.
Tan ensimismado estaba que no note los fuertes golpes que sucedían en la recámara, los cristales cayendo al suelo y los cajones siendo sacados de sus lugares. Aquellas personas revisaban cada rincón de ma habitación en busca de algo... O alguien.
Uno de aquellas personas abrió la puerta del armario y removió las ropas que colgaban de sus ganchos sin lograr antes de dar un portazo con la corrediza y soltar el aire con fuerza por sus fosas nasales frustrado. Ninguno había encontrado la entrada al pequeño escondite a pesar de estar tan cerca.
- no esta aquí señor -informó alguien.
- Elena no era tan estúpida después de todo... -dijo resignado aquel hombre antes de agregar con voz de mando:-. Ας πάμε!.
Los pasos se fueron alejando para dar paso al silencio mas absoluto, sepulcral, atosigante, aplastante... Tarde varios minutos en salir de aquel letargo y agacharme para abrir la puertecilla empujándola junto a las cajas de zapatos para poder salir deteniendo me enfrente a la puerta corrediza del armario.
No querían avanzar, no quería saber lo que había detrás de la puerta, quería permanecer encerrado en ese armario, no quería... Pero mis músculos actuaban antes de que me percatase de ello.
Abrí la puerta deslizando lentamente hacia la derecha, mis manos cayeron tendidas a mis costados, flácidos, mientras mis pierna respondían por si solas saliendo del armario.
La escena jamas llegaría a ser mínimamente alentadora; los vidrios de las lamparas y objetos de este material se repartían por el suelo y sobre la cama deshecha, los cajones con prendas y objetos varios se encontraban destrozadas o tendidas peligrosamente de sus soportes y cientos de destrozos seguían a esos. En la pared más alejada había manchas oscuras y grumosas que permanecían inertes mientras que gotas de color carmín se deslizaban por la pared dejando un rastro a su paso hasta llegar al suelo, donde se presentaba la peor de las escenas.
El cabello color trigo que antes permanecía recogido en un moño tras la cabeza ahora estaba desperdigado por el suelo manchado por la sangre, su piel ahora parecía tan pálida como las paredes, sus piernas tendidas sobre el suelo en un ángulo antinatural y sus brazos flácidos extendidos al frente en ángulos desproporcionados al tronco arqueado hacia adelante. Yacía sobre un charco de sangre que comenzaba a coagularse y sus ojos, dos esferas verdes sin brillo, muertos en todo el sentido, parecían observarlo con fijeza mientras su semblante expresaba se había contorsionado en una mueca de terror.
Di un paso, luego otro, sentía como mis piernas temblaban y mi cuerpo se volvía pesado, las arcadas de vomito subían por mi esófago hasta la garganta amenazando con salir en cualquier momento ante la aberrante escena de muerte hasta que al fino hicieron.
La fuerza abandono mis piernas y al caer contra el suelo sentí como todo lo que tenia en mi estómago era expulsado de golpe. Mis manos se mancharon con la grumosa y pestífera mezcla. Ignore todo y volví la vista a mi madre, me arrastró por el suelo a gatas sin importar que mi ropa se manche con él vomito y luego con la sangre, solo quería llegar hasta ella.
Una vez estando cerca la miro detenidamente, las lágrimas ya habían comenzado a caer por mis ojos mucho antes de darme cuenta mientras trataba de ver algún signo de vida en su expresión, algún movimiento, un parpadeo, lo que fuera
- ¿mama? -pregunte sin separar la mirada de sus ojos sin vida-. δημιουργός -trate, llamandola como me había enseñado al principio, desde que tenia memoria.
Mis lágrimas se mezclaban con la sangre que manchaba su vestido y otras caían sobre el charco en el suelo.
Al no obtener respuesta cedí al llanto y al dolor que se instalaban en mi pecho, aquello que había comenzado a desmoronarse dentro del armario había terminado por caerse a pedazos. Sentí que quería desaparecer, quería pensar que todo era una fantasía más, quería que mi madre me mirase con el mismo amor que siempre demostraba, quería que alguien llegase y consolara mi dolor.
Pero no había nadie, ella estaba muerta y ahora yo estaba sólo.
Mi llanto seso por unos segundos, suficientes para que limpiara mis retinas borrosas y notara un brillo que antes no había notado, mis ojos descendieron hasta toparse con el arma que mi madre seguía sosteniendo en su mano derecha.