Chamanes, una existencia misteriosa, todo el mundo a escuchado de ellos, incluso varios dirían que saben de ellos, todas las culturas tienen una existencia similar, desde los druidas, los médiums, los psicopompo de la antigua Grecia. Y curiosamente aun cuando cualquiera puede ir hoy en día a internet y encontrar un montón de datos sobre estos, muy pocos realmente saben sobre ellos. Se creen que pueden ser elegidos por el destino, pero también que las habilidades pueden ser hereditarias, pero nadie puede decirlo por seguro. Al menos nadie más aparte de ellos.
La familia Akbal, es una de esas misteriosas familias, muchos incluso no saben del nombre, aunque si saben de los orígenes de la palabra, Akbal, la noche, la oscuridad, un nombre que salió de su tierra de origen y se volvió común al otro lado del mundo, pero incluso así no muy conocido, y es que esa familia tiene algo peculiar, el nombre Akbal, no es el nombre "legal" de la familia, es un nombre que solo ciertos miembros terminaban por tomar, una herencia especial, los chamanes de cada generación, abandonaban su viejo nombre obteniendo uno nuevo con el apellido especial.
Raira Akbal era el chamán de su generación, él era bastante joven comparándolo con sus antecesores, incluso el más joven de sus antepasados, no obtuvo su "ceremonia" si no fue hasta los 20 años de edad. Raira?, Raira nació con sus habilidades, su "ceremonia" fue el mismo día de su nacimiento, incluso ni siquiera conocía otro nombre aparte del que tenía actualmente, su abuelo siendo el que al final selecciono su nombre, Rei Reaiah Akbal.
-La vida que guía en la oscuridad -le respondió su abuelo cuando le pregunto por qué es que tenía un nombre tan extraño, e irritantemente difícil de pronunciar y aun mas de escribir para un niño de 5 años -Tu nombre es para que siempre sepas cuál es tu deber y tu camino -le gruño el mayor con tono serio, antes de mandarlo de vuelta a sus estudios.
-Llámame Raira -se presentaba cada que entraba a una escuela nueva, ya que se mudaban constantemente él y su abuelo, por todo el mundo, teniendo que aprender un idioma nuevo, una nueva forma de escribir, un numero inhumano de cosas nuevas, y el acto de escuchar a todos machacar su nombre -"Re -aah" no "Re -a-i-ah" – termino por fusionar sus dos nombres en un simple "Raira".
Su infancia, y su adolescencia, no fueron normales. Aun cuando eran "normal" para él, Raira nunca tuvo la ilusión de que su familia o su situación eran comunes, no cuando desde que tenías memoria tu abuelo te llevaba a barrios pobres a curar enfermedades y posesiones tocando a la gente y canticos que te hicieron memorizar, no cuando sabias el nombre de todo tipo de hierbas y piedras por sus propiedades curativas, venenosas y alucinógenas, no cuando experimentaste el efecto del peyote cuando tenías solo 12 años cuando tus guardianes sentían que necesitabas un poco de ayuda para aclarar tu "visión".
No cuando los espíritus de tus padres muertos te consuelan cuando el dolor en tu cuerpo es terrible luego de una ceremonia particularmente brutal porque tu abuelo creyó que su método era mejor que el que tu querías usar.
Definitivamente no era normal cuando a los 17 años, con una mochila en su hombro, escapaste de casa sin un solo centavo en tu bolsillo, guiado por los espíritus a tu alrededor que respondían a tu llamado, y no miraste hacia atrás ni una vez.
Raira escapo de casa, mas nunca de su naturaleza, el seguía siendo un Akbal, un chamán, alguien quien tenía la visión, la habilidad de curar el espíritu, y guiar almas al otro lado del velo, negar eso, sería como si quisiera negar que sus ojos eran verdes, que su piel era morena, que sus cabellos eran castaños rojizos, que respiraba, que el cielo era azul, simplemente no funcionaba así, jamás sería normal, y eso, era lo más normal para él.
Huyo, viajo, creció, hasta que ya no pudo seguir huyendo, el llamado llego, el día de su cumpleaños número veinticinco, sentado en la habitación de hotel diminuta y apenas decente, observando por la ventana la ciudad nocturna, la luna llena en lo alto del cielo, el teléfono celular junto al sonó, haciéndole dar un respingo, frunció el ceño mirando la pantalla mostrando que era un número desconocido, eran muy pocos los que sabían ese número, era un teléfono bastante viejo y casi desbaratado, no solía compartirlo, pero sin dudarlo lo tomo y contesto. Y luego de escuchar a la persona al otro lado supo que tendría que regresar.