Ix sintió una sensación de vació al salir de la tienda. El sentimiento era perfectamente entendible, pero de todas maneras eso lo sorprendió. Como si estuviese movido por la emoción, se volteó hacia la entrada.
Estaba vacío adentro.
Viejos estantes alineados en las paredes. Los muebles en la habitación de atrás y el segundo piso habían sido dejados. Si el próximo residente los necesitara, estaban disponibles para su uso. De lo contrario, podría romper los muebles para conseguir madera.
Ix se preguntó si aparecería un comprador alguna vez. Después de todo, esta era una aldea en decadencia en medio de las montañas. Sin embargo, estaría en todo un predicamento si nadie lo comprara. Su padre adoptivo se había ido, e Ix no tenía ningún trabajo en curso en su ausencia. El poco dinero que tenía a su nombre podría cubrir sus necesidades por un tiempo, pero no mucho más.
Un rayo de luz se asomó dentro de la tienda a través de la ligeramente agrietada puerta, iluminando el polvo que se arremolinaba.
De pronto, Ix recordó la ronca voz de su maestro.
"¿Sabes lo que le sucede a tu cuerpo después de morir, según las escrituras Marayistas?", preguntó el hombre, endeble como un árbol viejo. Estaba recostado en la cama en el piso, con su cara mirando a Ix, mientras luchaba desesperadamente intentando hilar sus palabras. Estaba seguro de que moriría cuando sus palabras dejaran de surgir.
"Dicen que tu alma sale por tu boca, y luego se eleva al cielo— ¿No era así?", dijo el hombre.
"Sí, así es". Ix asintió indiferente.
"Hmph, no creo en esas tonterías. El mundo no es, hmm, no es tan conveniente".
"Entonces, ¿Qué ocurre cuando mueres?".
"Me convertiré en polvo".
"¿Polvo?"
"Los seres vivos se expanden cuando mueren. Se vuelven tan grandes que no los puedes ver. Y se hacen tan ligeros que se vuelven polvo y se dispersan por todas partes". El hombre habló con un solo aliento antes de dejar salir una tos que se asemejaba una brisa pasando a través de los árboles.
"Estar flotando suena agradable y despreocupado".
"Despreocupado, ¿Huh?". Los labios de su maestro temblaban. "¿Y qué queda después de eso? ¿Un artesano a medio cocer como tú? ¿Cómo es eso reconfortante?".
"Tienes a otros suficientes aprendices excelentes".
"Ah, no. No, no. No hay esperanza para ellos y la fabricación de varitas.
Qué desastre para mi clientela…".
Su voz se desvanecía gradualmente. Luego, su respiración finalmente se enlentecía, y asintió.
A medida que su muerte se acercaba, el anciano hombre alternaba entre largos descansos y divagaciones azarosas. Sus siestas se hacían más y más largas, hasta que un día el nunca más despertó. Esto ocurrió hace un mes.
Ix recordó todo esto mientras miraba al polvo flotando dentro de la habitación.
"¿Así que incluso el legendario fabricante de varitas Munzil se convierte en polvo al morir?". Las palabras cayeron de la lengua de Ix antes de que cerrase la puerta.
Un letrero ya no colgaba afuera de la tienda. El único vestigio del lugar donde las palabras Poniendo varitas en las manos correctas esculpidas en la madera de la entrada.
Primero, él planeaba ir hasta Leirest, una ciudad al sur. Incluso a pie, debería llegar antes del atardecer.
Después de pasar por la reja antibestias, Ix se paró en la entrada de la aldea. Justo entonces, vio a alguien que él no reconocía. Una figura solitaria estaba recorriendo el camino que llevaba al sur. Todo su cuerpo estaba cubierto por un abrigo gris, con el rostro oculto bajo una capucha.
A pesar de que Ix estaba a punto de decirle adiós, esta era la aldea en la que él creció. Por ello, una sensación de obligación a su pueblo natal lo dejó esperando en la puerta.
Pronto, ellos se encontraban cara a cara.
La otra persona era casi una cabeza más pequeña que Ix. Su abrigo estaba hecho de un material de calidad decentemente alta. A pesar de su vestimenta costosa, esta no tenía un sirviente para llevar sus cosas en su lugar; en cambio, había acarreado un gran bolso en su espalda. Todo sobre este viajero parecía contradictorio. Ix no podía ver su rostro bajo la sombra de su capucha.
Por un breve momento, las dos figuras se miraron en silencio.
"Um", vino una voz femenina de debajo de la capucha. Su voz era algo profunda. "¿Hay alguna tienda de varitas aquí?", ella preguntó.
"¿Una tienda de varitas?".
"Me dijeron que hay una en esta aldea".
"… Ah". Ix asintió ligeramente.
Ya veo— ella debe haber venido a chequearla.
Ya que no había nadie en la aldea para comprar el edificio, habían corrido la palabra de su venta a los pueblos situados en la base de las montañas. La mujer podría ser una potencial compradora que llegó a examinar la tienda antes de comprarla, o quizás era alguien que trabajaba en bienes raíces. Sin embargo, Ix no podía imaginarse el valor que ella habría visto en este lugar tan remoto…
De todas maneras, ella era su cliente. Él debía ser amable.
"Dirígete hacia la aldea, y será el primer edificio que veas", le informó.
"Gracias".
Con eso, ella desapareció dentro del pueblo.
"… ¿Acaso ella va a abrir una tienda?".
Ix suspiró. A pesar de que no quería, él tenía que empezar a alejarse de ese lugar a partir ese día. Todo lo que tenía en este momento eran unas pocas monedas y su habilidad como fabricante de varitas.
Hace aproximadamente veinte años, Ix había sido abandonado afuera de esa tienda –la tienda de varitas de Munzil. No había ni siquiera una nota a su lado, solo un bebé envuelto en harapos tirado en el umbral de la puerta. Estaba nevando ese día.
Munzil había salido para conseguir agua cuando vio al bebé, entonces lo tomó y lo crió por sí mismo. Nombró Ix al bebé, que significaba nieve.
Todos en el pueblo se sorprendieron. Munzil era un famoso artesano, renombrado en el reino tanto por su gran habilidad sin igual para hacer varitas, como por su terquedad. Nadie se imaginó que tomaría al chico y, de todas las cosas, lo criaría como su hijo.
Quizás él había visto su inminente muerte acercandose.
Eventualmente, ese niño se convirtió en el último aprendiz de Munzil, ya que todos los otros hace tiempo se habían ido. Ix fue el único presente cuando el artesano finalmente había fallecido.
Por voluntad de Munzil, no se hizo un funeral. El fabricante de varitas más célebre del reino dejó este mundo silenciosamente. Ya se habían encargado de sus materiales de artesanía y sus documentos antes de su muerte, y acorde a su voluntad, la tienda de varitas había sido cerrada. Él desapareció sin dejar rastro, como si fuese polvo en el viento. Ahora, todo lo que quedaba de Munzil eran las historias de sus hazañas y los aprendices que él entrenó.
Ix se detuvo para tomar aliento. Secando el sudor de su frente, alzó la vista al cielo. El sol había alcanzado su cénit. Una fuerte brisa sopló cuesta arriba, alborotando su cabello. Él decidió tomar un descanso y se sentó en el borde del camino.
Los árboles de esne se continuaban sin fin a la distancia en el otro lado del camino. Como repelían la magia, no eran adecuados para hacer varitas. Pero sí impedían que las bestias mágicas entrasen en el pueblo. Por esta misma razón, muchas ciudades habían plantado bosques de esne o vallas construidas con madera de esne alrededor de sus fronteras.
Hace mucho tiempo, este sendero había servido como arteria principal entre las ciudades del área porque había sido talado de un bosque natural de esne. Aparentemente, los pueblos a lo largo del camino habían prosperado gracias a los viajeros que se detenían allí para el alojamiento.
Sin embargo, la construcción de Kusa Zuf, el camino real, unos cincuenta años atrás había hecho redundante el camino serpenteante. Las malas hierbas cortas que crecían a lo largo del camino eran testimonio de cuán pocos peatones tenía en estos días.
Cuando Ix se levantó de su descanso, escuchó el crujido de pasos acercándose en la hierba.
Mirando hacia atrás, vio a la mujer de esta mañana caminando rápidamente hacia él. Sostuvo su capucha con una mano contra el viento para mantenerla en su lugar.
Ella ya debía de haber terminado de revisar la tienda.
Mientras Ix pensaba en lo ocupado que debía ser el mundo mercantil, la mujer se detuvo ante él.
Sus hombros estaban caídos, y su respación era rasgada; probablemente se apresuró en venir.
Aún sin aliento, ella gritó, "¡¿Por qué me mentiste?!".
Ix estaba confundido. "La localización que te dije debería ser la correcta".
"¡La tienda ya no está ahí!".
"El dueño murió".
"¿Qué…? ¿Por qué no me lo dijiste antes?".
"No lo preguntaste".
"Nadie a los pies de la montaña sabía decirme si él estaba vivo o muerto.
Aparentemente, no ha habido un funeral".
"Desafortunadamente, no lo habrá. ¿Es eso lo que viniste a confirmar?". "¡No, no lo es!", gritó ella, apretando sus puños con rabia. Cuando soltó su capucha, el viento la llenó y la empujó.
Se asomó un cabello negro teñido con azul, seguido de una piel morena. Un aro decorativo en su oreja derecha hizo un sonido metálico. Su joven rostro probaba que ella claramente no era una adulta.
Por un momento, pareció sorprendida, pero rápidamente eso dio lugar a la ira.
"¿Una niña?", murmuró Ix a sí mismo. Luego le preguntó "¿De dónde vienes?".
"De la capital".
"¿Derecho a las montañas?"
"No podría ser capaz de obtenerlo si no me venía".
"¿Obtener qué?".
Su aguda mirada atravesó a Ix. Ella lo señaló con un dedo "A ti, artesano de varitas".
"Lo has entendido todo mal".
"¿Huh? ¿No eres Ix?".
"Lo soy. ¿Quién eres tú?".
"Mi nombre es Yuui", anunció ella, sosteniendo una mano en su pecho.
"Pero tú ¿De verdad eres Ix, correcto?".
"Lo soy".
"Lo oí de los aldeanos. El dueño de la tienda murió, y su aprendiz se dirigía a Leirest hoy".
"Sí, ese soy yo, pero no soy ningún fabricante de varitas. No estoy registrado en el Gremio".
"Huh, uh, ¿Qué…?", ella parecía desconcertada. Probablemente ella no sabía del sistema del Gremio. Basándose en su apariencia, ella era probablemente del este. Ahora que lo pensaba, él se dio cuenta de que su acento sonaba algo rígido, pero ella era tan fluida en el Estándar Central, que uno ni lo notaría si no estaba prestando mucha atención.
"El afirmar falsamente que eres un artesano si no estás registrado en el Gremio es un crimen. En este momento, solo soy un aprendiz—excepto que ni siquiera soy eso, estrictamente hablando. Ninguna tienda me contrataría", admitió.
"N-no puedes engañarme", dijo Yuui, sacudiendo su cabeza. "Aprendiz o no, estás involucrado con la tienda de Munzil, ¿Cierto?".
"Eso es cierto".
"E-entonces, al fin lo admites. Ahora no te dejaré huir".
"Lo dije al principio. Aquí nadie está huyendo", dijo lacónicamente 1 Ix.
Se topó con la mirada de Yuui con una expresión vacía.
"Está bien, ¿Qué asunto tienes con alguien relacionado a Munzil?", preguntó él.
"S-si solo hubieras sido honesto conmigo desde el principio…".
"Lo entiendo. Dime lo que quieres".
"Ugh… Más vale que no te arrepientas de preguntarlo". Ella deslizó una mano en su abrigo y sacó una varita. "¡Arregla esto!".
"No puedo".
"Huh, e-espera, al menos tómate un momento para considerarlo…".
"Ya te lo dije, no soy un artesano. Es un crimen para alguien que no es un artesano ejercer ese trabajo. Incluso solo una reparación", él dijo cuidadosamente, mirando a la varita.
Técnicamente, un fabricante de varitas trabajaba tanto con varitas como con bastones. Los bastones eran tan altos como una persona, mientras que las varitas tendían a ser del largo de tu codo a la punta de tus dedos. Por lo demás, eran iguales, aunque la longitud afectaba su durabilidad y la tasa de producción de hechizos. Cuanto más largo sea el bastón, más duradero será. Por otro lado, la varita que Yuui había sacado era del tipo estándar. Estas sobresalían en el lanzamiento rápido de hechizos.
Había un dicho común sobre cuándo usar una varita y cuándo usar un bastón: Varitas para persona contra persona, bastones para ejército contra ejército. También había una frase en broma que lo acompañaba: Usa una varita una vez al día, luego tírala. Usa un bastón todos los días, porque siempre obedecerá.
De todas formas, la varita que Yuui sostenía era una obra maestra como ninguna otra que Ix había visto.
La madera era probablemente nueb de quinientos años de antigüedad. Era casi de color negro, decolorada por un uso significativo. A pesar de su edad, la suave forma de la varita apenas mostraba signos de deformación. En términos de valor, Ix pensó que un noble menor podría comprarlo solo si vendía todo lo que poseía.
Laconismo es la forma de expresarse breve y concisamente, con las palabras justas y, a la vez, ingeniosamente. Esta palabra hace referencia a la forma de hablar y pensar de los habitantes de la región de Laconia, en la Antigua Grecia, donde estaba situada Esparta.
"¿Acaso Munzil hizo esa varita?", preguntó él.
"S-sí. ¿La reconoces?".
"No, nunca la he visto. Debe ser de antes de mi tiempo".
"Lo dices como si recordaras cada varita que él haya hecho desde entonces".
"Lo hago".
"¿Qué…?", ella miró fijamente a Ix, con el ceño fruncido.
Mientras que cada varita era difícil de obtener, era casi imposible para los ciudadanos del reino hacerse con las que su maestro había hecho.
¿Entonces por qué esta chica tiene una…?
Incluso si esta área estaba bastante cerca de una gran ciudad, también era muy raro que alguien del este viajara hasta las montañas del reino.
"¡¿Q-qué?!", gritó Yuui al notar que Ix la miraba sospechosamente. "De todas maneras, no creas que te dejaré ir si intentas huir", afirmó ella. "Tengo un contrato".
"¿Un contrato?".
"Sí. Una promesa de reparar la varita".
"No estoy obligado por promesas".
"Incluso si tú no lo estás", dijo Yuui mientras buscaba en su bolso antes de sacar un viejo sobre, "tu maestro sí lo está".
"¿Eso es lo que dice?".
"Eso es lo que te he dicho".
Con su ceño fruncido, Ix abrió el sobre.
El sello era definitivamente de Munzil. No había duda alguna de que su maestro escribió esto. Dentro del sobre había solo una hoja de papel.
En honor al nombre de Munzil Alreff, se declara que cualquier mantenimiento a esta varita (número de serie: 8305, Calma) se llevará a cabo sin costo, si es solicitado dentro de los próximos trescientos años.
Además, se garantiza que, si esto ocurre tras la muerte de Munzil, el contrato será llevado a cabo por uno de sus aprendices artesanos.
Al primero en leer esto, ese serías tú, simplón.
Ni te atrevas a tocar una varita de nuevo si abandonas esta tarea.
Parecía que el maestro de Ix había regresado sorprendentemente rápido como algo mucho más pesado, más grande y, lo más importante, más molesto que el polvo.