Emma se despertó con los primeros rayos del sol filtrándose a través de las cortinas. La serenidad del nuevo día la llenó de energía y decidió que hoy sería un buen día para explorar más a fondo su nuevo entorno. Se levantó de la cama, se estiró y se dirigió a la cocina. Optó por un desayuno ligero que consistía en un tazón de yogur natural con frutas frescas y un puñado de granola crujiente. Añadió algunas fresas, arándanos y un chorrito de miel, creando una mezcla perfecta de sabores dulces y ácidos. Mientras comía, saboreó cada bocado, disfrutando de la frescura y simplicidad de la comida. Con una taza de té verde caliente, se sentó en la pequeña mesa de la cocina, dejando que el aroma reconfortante la envolviera y la preparara para el día que tenía por delante.
Después de terminar su desayuno y lavar los platos, se puso ropa cómoda y salió al jardín delantero para disfrutar del aire fresco de la mañana.
Mientras admiraba las flores que bordeaban el camino de entrada, notó que la puerta de la imponente mansión vecina estaba entreabierta. La mansión, una estructura majestuosa de estilo neogótico, se alzaba con una presencia imponente. Sus altas torretas y elaborados detalles arquitectónicos evocaban una elegancia de tiempos pasados. Las paredes de piedra oscura estaban cubiertas en parte por enredaderas que trepaban con gracia, añadiendo un toque de naturaleza a la imponente fachada. Grandes ventanales con vitrales coloridos reflejaban la luz del sol, proyectando un caleidoscopio de colores en el suelo del jardín.
Recordó la nota que había encontrado la noche anterior y la misteriosa desaparición de la antigua inquilina. Su curiosidad natural la impulsó a acercarse un poco más.
De repente, un perro grande y amistoso apareció en el jardín de la mansión. Era un labrador retriever de color chocolate, con ojos brillantes y llenos de vitalidad. Corrió hacia Emma con entusiasmo, moviendo la cola con vigor. Emma se agachó para acariciarlo, riendo ante la inesperada compañía.
—¿Te has perdido? —preguntó, sabiendo que no obtendría respuesta.
—Max, vuelve aquí —llamó una voz profunda y melodiosa desde la entrada de la mansión.
Emma levantó la vista y vio a un hombre que parecía salido de una fantasía romántica. Alto y elegante, su figura desprendía una mezcla de poder y gracia. Vestía ropa casual pero de exquisito gusto: una camisa de lino que se ceñía a su torso atlético y unos pantalones que caían perfectamente sobre sus zapatos de cuero. Su cabello oscuro, ligeramente despeinado, enmarcaba un rostro de rasgos cincelados y masculinos. Pero lo que realmente capturó a Emma fueron sus ojos: profundos y penetrantes, de un color verde oscuro que parecían ver más allá de la superficie. Una sonrisa ladeada asomó en sus labios, irradiando un encanto irresistible.
—Lo siento mucho, espero que no te haya molestado —dijo el hombre, con una voz que era un susurro grave y seductor.
—No te preocupes, es un perro muy amigable —respondió Emma, sonriendo también—. Me llamo Emma Wright, acabo de mudarme aquí.
—Un placer conocerte, Emma. Soy Alexander Blackwood, tu vecino. Bienvenida al vecindario —dijo, extendiendo la mano.
Emma tomó su mano y sintió un leve escalofrío al contacto. Su piel era cálida y firme, y el apretón de manos, seguro y firme, dejó una impresión duradera. Había algo en Alexander que la hacía sentir una extraña mezcla de seguridad e inquietud.
—Gracias, Alexander. Estoy buscando un poco de tranquilidad para escribir —comentó, tratando de romper el hielo.
—Me alegra escuchar eso. Este es un lugar perfecto para encontrar inspiración. ¿Qué escribes, si puedo preguntar? —inquirió Alexander, con genuino interés.
—Principalmente novelas de misterio y romance. Me gusta explorar los secretos y emociones de mis personajes —dijo Emma, notando cómo los ojos de Alexander parecían brillar con un interés renovado.
—Eso suena fascinante. Yo también estoy muy interesado en los misterios, aunque mi trabajo es más técnico. Dirijo una empresa de tecnología —explicó Alexander.
La conversación fluyó con naturalidad, y Emma se dio cuenta de que estaba disfrutando más de lo esperado. Alexander tenía una manera de escuchar que la hacía sentirse importante y comprendida. A medida que hablaban, notó pequeños detalles sobre él: la forma en que sus ojos se entrecerraban ligeramente cuando pensaba, el tono cálido de su voz, y la manera en que sus labios se curvaban en una sonrisa apenas perceptible.
Sin darse cuenta del tiempo, pasaron del tema de los libros a discutir sobre películas, música y viajes. Emma perdió la noción de las horas mientras Alexander compartía historias fascinantes sobre sus aventuras de negocios y ella le contaba anécdotas de sus escritos y personajes. El sol continuaba su ascenso en el cielo, y las sombras se acortaban, indicando que la mañana avanzaba rápidamente.
Justo cuando la conversación comenzaba a profundizar, Max empezó a dar vueltas alrededor de Alexander, indicándole que era hora de regresar a casa. Emma se sorprendió al mirar su reloj y darse cuenta de cuánto tiempo había pasado.
—Parece que Max está impaciente por su almuerzo —dijo Alexander con una sonrisa—. ¿Te gustaría unirte a nosotros? Me encantaría seguir conversando.
Emma, sorprendida por la invitación pero encantada por la oportunidad, aceptó.
—Claro, me encantaría.
Entraron a la mansión, y Emma quedó impresionada por la elegancia y el buen gusto que se reflejaban en cada detalle. Los techos altos y las molduras detalladas eran testigos de una época de esplendor. Grandes candelabros colgaban del techo, iluminando con una luz cálida y acogedora. Las paredes estaban adornadas con cuadros antiguos y fotografías enmarcadas, cada una contando una historia de la familia Blackwood.
Alexander la condujo a una terraza en la parte trasera de la casa, desde donde se podía ver un hermoso jardín. Los setos perfectamente recortados y las flores de colores vibrantes creaban un ambiente de paz y tranquilidad. Sin embargo, aunque el jardín era una obra de arte en sí mismo, Emma apenas podía concentrarse en su belleza. Toda su atención estaba en Alexander: cómo se movía con una gracia innata, la forma en que su voz resonaba en el aire, y la intensidad de sus ojos cuando la miraban.
Las rosas florecían en tonos de rojo y rosa, y los caminos de grava blanca serpenteaban entre los parterres, pero para Emma, eran solo un telón de fondo para la figura fascinante de Alexander. El canto de los pájaros y el susurro del viento en las hojas añadían una serenidad al ambiente, pero su mente estaba absorta en cada palabra y gesto de su anfitrión.
—Por favor, siéntate. Voy a preparar algo rápido —dijo Alexander, desapareciendo en la cocina.
Emma se acomodó en una silla de mimbre, observando el paisaje con la mirada perdida, todavía bajo el hechizo de la presencia de Alexander. Pronto, él regresó con una bandeja de sándwiches, ensalada y dos copas de vino.
—Espero que te guste el vino. Es de mi colección personal —dijo mientras servía las copas.
—Gracias, Alexander. Todo esto es maravilloso —respondió Emma, tomando un sorbo del vino y disfrutando de su sabor rico y profundo.
La conversación continuó, tocando temas diversos desde sus libros favoritos hasta lugares que les gustaría visitar. Emma se sentía cada vez más cómoda con Alexander, notando una conexión que no había sentido en mucho tiempo.
Después del almuerzo, Alexander la llevó a dar un recorrido por la mansión. Emma quedó impresionada por la mezcla de modernidad y antigüedad que coexistían en perfecta armonía. El salón principal, con sus altos techos abovedados y grandes ventanales que dejaban entrar la luz natural, era una combinación de muebles antiguos y tecnología moderna. Los sofás de terciopelo se enfrentaban a una chimenea de mármol, mientras que una moderna pantalla plana colgaba sobre ella, creando un contraste sorprendente pero agradable.
—Esta casa ha estado en mi familia por generaciones, pero he intentado modernizarla sin perder su esencia —comentó Alexander, notando la mirada apreciativa de Emma.
Pasaron por una biblioteca con estanterías de madera oscura llenas de libros antiguos y modernos, un espacio que respiraba sabiduría y historia. Emma se detuvo un momento para admirar los lomos dorados de los libros, algunos de los cuales parecían ediciones raras.
—Es impresionante. ¿Lees mucho? —preguntó Emma.
—Siempre que tengo tiempo. Los libros son una ventana a otros mundos, ¿no crees? —respondió Alexander con una sonrisa.
Luego se dirigieron a una sala de música, donde un piano de cola negro se encontraba en el centro. Las paredes estaban adornadas con instrumentos de cuerda y viento, y un gramófono antiguo reposaba en una esquina.
—Toco el piano cuando necesito relajarme. La música es otra de mis pasiones —dijo Alexander, pasando sus dedos sobre las teclas como si fueran viejos amigos.
Emma sentía una mezcla de admiración y curiosidad por este hombre tan multifacético. Continuaron su recorrido, y cada habitación parecía tener su propia historia que contar, desde la sala de trofeos hasta la galería de arte familiar.
Sin embargo, hubo un momento que la dejó intrigada. Al pasar por un corredor, notó una puerta cerrada con llave. La puerta, más robusta y antigua que las demás, parecía fuera de lugar en comparación con el resto de la casa. Al acercarse, una sensación de peligro y horror se apoderó de Emma, un escalofrío recorrió su espalda y sintió un nudo en el estómago.
—¿Qué hay allí? —preguntó, señalando la puerta.
Alexander se detuvo por un momento antes de responder, su expresión volviéndose un poco más seria.
—Es una habitación privada. Todos tenemos nuestros secretos, ¿verdad? —dijo con una sonrisa enigmática.
Emma sintió otro escalofrío, pero decidió no presionar más. La tarde continuó sin incidentes, y finalmente, Alexander la acompañó a la puerta principal.
—Ha sido un placer conocerte, Emma. Espero que podamos repetirlo pronto —dijo Alexander, tomando su mano nuevamente.
—Igualmente, Alexander. Gracias por todo —respondió Emma, sintiendo nuevamente esa mezcla de seguridad e inquietud.
De regreso en su casa, Emma no podía dejar de pensar en Alexander. Su corazón latía con fuerza al recordar cada mirada, cada sonrisa. La sensación de sus dedos rozando su piel aún la estremecía. Caminaba por su casa en un estado de ensueño, reviviendo cada instante que había pasado con él. Había algo en Alexander que despertaba en ella una mezcla de excitación y deseo que no podía negar. Se prometió a sí misma que descubriría más sobre su enigmático vecino.
Al llegar a su dormitorio, se acercó a la ventana y miró hacia la mansión de los Blackwood, visible a través de los árboles. La imaginación de Emma comenzó a vagar. ¿Estaría Alexander en ese momento leyendo en su biblioteca, sumergido en algún libro antiguo? ¿O tal vez estaba tocando el piano, dejando que la música llenara la majestuosa casa? Una imagen más intensa cruzó por su mente: ¿Podría estar en su sala de ejercicio, su torso desnudo mientras gotas de sudor se deslizaban por su piel bronceada?
Suspiró y se dejó caer en la cama, dejando que sus pensamientos se mezclaran con la atracción que sentía. Pero entonces, vio la nota sobre la mesita de noche. La abrió y leyó las palabras que ya conocía: "Ya vienen a por mí. Si no se sabe más de mí han sido esa gente que viene por la noche." Un escalofrío la recorrió, recordando la puerta cerrada con llave en la mansión de Alexander. ¿Podrían los visitantes de los que hablaba la nota tener algo que ver con su maravilloso Alexander? La duda se instaló en su mente, añadiendo una capa de intriga a su atracción.
Se levantó de la cama y se acercó nuevamente a la ventana, tratando de ver si había alguna señal de movimiento en la mansión de los Blackwood. Pero todo estaba en silencio y oscuro. Se rió de sí misma, pensando que quizás se estaba dejando sugestionar demasiado. Quizás simplemente había sido una idea garabateada para una historia que nunca escribió. Quizás la anterior inquilina también era escritora.
Finalmente, se acostó, dejando que sus pensamientos vagaran entre la atracción hacia Alexander y el misterio que rodeaba su nuevo hogar. Sabía que estaba al comienzo de una aventura emocionante y peligrosa.