Sylvia se levantó con ayuda de Seraphina de la cama. La luz del sol se filtraba tenuemente a través de los cristales emplomados, creando un ambiente cálido y acogedor en la habitación de piedra. El aire era fresco y un ligero aroma a hierbas medicinales flotaba en el ambiente, aportando una sensación de calma y serenidad.
Por un momento, Sylvia se tambaleó y pareció a punto de perder la verticalidad. Su rostro mostraba una mezcla de agotamiento y determinación mientras sus piernas temblaban bajo su peso. Con la ayuda firme de la sacerdotisa de Olpao, consiguió mantenerse en pie, aferrándose a su brazo con manos temblorosas.
—¿Seguro te encuentras bien? —preguntó la maestra a la discípula, sus ojos reflejando una preocupación evidente mientras buscaba cualquier signo de debilidad en el rostro de Sylvia.
—Sí, tranquila. Es solo cansancio. En eso no puede hacer nada Olpao, ya lo tengo comprobado desde cuando estábamos en el Monasterio de la Rosa Ensangrentada —sonrió la elfa pelirroja, intentando disipar la preocupación del rostro de su mentora. Su sonrisa era débil, pero había un destello de determinación en sus ojos verdes.
Seraphina frunció ligeramente el ceño, sus labios curvándose en una expresión de duda y cuidado. —Bueno, apóyate en mí —sugirió, su tono firme pero suave, ofreciendo su brazo para brindar apoyo a Sylvia.
—No, no hay necesidad de preocupar a todos viéndome entrar sin valerme por mí misma. Ya lo sufrí en el Monasterio de la Rosa Ensangrentada. No quiero preocuparlos —dijo Sylvia, su voz temblorosa pero decidida. Ella se preocupaba profundamente por todos, y sabía que si la veían desfallecer, podría afectar negativamente la moral del grupo. Sus ojos reflejaban su preocupación y su deseo de ser fuerte por los demás.
La sacerdotisa la miró con orgullo, sintiendo un cálido aprecio por la fuerza y el espíritu de su joven pupila. Quizás un día, pensó, Sylvia sería una gran líder. —De acuerdo, pero si lo ves necesario, avisa. Es más fácil sujetar que levantar a una niña cabezota del suelo —dijo Seraphina, esbozando una sonrisa de complicidad.
Sylvia sonrió, asintiendo a las palabras de Seraphina, y dio un par de pasos dubitativos. Sus piernas temblaban ligeramente, pero logró mantenerse erguida. Suspiró profundamente, sintiendo cómo la fuerza volvía lentamente a su cuerpo, y se dirigió hacia la puerta. La abrió con cuidado, dejando que la luz del pasillo inundara la habitación, y se preparó para enfrentar la cena con renovada determinación.
Mientras caminaba por el pasillo de piedra, sus pisadas resonaban en su cabeza, aún afectada por las pesadillas de hacía un rato. Las paredes del pasillo estaban adornadas con antorchas encendidas, cuyo tenue resplandor arrojaba sombras danzantes que parecían cobrar vida en la penumbra. El eco de cada paso parecía susurrar los recuerdos de sus recientes tormentos.
De repente, uno de los espectros de las hermanas aún muertas se cruzó en su camino. La figura fantasmal flotaba serenamente, su rostro difuminado en una mueca que parecía una sonrisa amable, a pesar de los rasgos borrosos y etéreos, tan habituales en los espectros.
Sylvia la observó al pasar junto a ella, sintiendo una mezcla de tristeza y resolución. —No estoy matando soldados. Estoy sacrificando verdugos y torturadores para revivir a sus víctimas —murmuró en voz baja, como si intentara desterrar las pesadillas que aún la atormentaban.
Seraphina, caminando a su lado, le dio una palmada cariñosa en el hombro, su expresión llena de comprensión y apoyo. —Así es. Por ellas lo estás haciendo. No haces nada malo —la reconfortó, su voz suave y tranquilizadora.
Mientras continuaban su camino, Sylvia sintió un poco de alivio. La presencia y las palabras de Seraphina ayudaban a calmar su espíritu inquieto. Cuando llegaron a su destino, el comedor, este lucía espectacular con las chimeneas y candelabros encendidos, dando un aire acogedor al lugar. Las llamas danzaban alegremente, arrojando una luz cálida que contrastaba con la frialdad de las paredes de piedra.
El comedor estaba parcialmente lleno; solo habían llegado Morwen, Keira y el grupo de reconstrucción. El grueso del grupo aún no había aparecido. Sylvia se sentó con una sonrisa, ocultando todos sus pesares, junto a Harry.
—Hola, ¿qué tal va la reconstrucción? —preguntó Sylvia con un ánimo inusual en ella, pero decidida a no preocupar a su amigo.
Harry, con los ojos brillantes de entusiasmo, respondió con una gran sonrisa. —Increíble. Las dos hermanas resucitadas por ti son la caña. Su poder se puede comparar al de Lyanna. Algún día espero canalizar como ellas. Si vieras cómo se levantan los muros cuando los cuatro trabajamos juntos... —dijo, gesticulando con entusiasmo mientras explicaba cómo lanzaban su poder y los muros se alzaban.
Sylvia rió ante la emoción expresada por su amigo, contagiada por su entusiasmo. —Debería observarlos de verdad —admitió, sus ojos brillando con curiosidad.
—Hay mucho trabajo cuando termino de resucitar. Si me recupero rápido, ayudo en otras tareas menos exigentes con el poder mágico de los dioses —trató de excusarse Sylvia, aunque la verdad era que deseaba verlos en acción.
Harry la miró con determinación, su entusiasmo inquebrantable. —Pero solo sería un rato pequeño. Si quieres, hablo con Morwen. No sé si aún es por ese castigo, pero también te mereces descansar.
Sylvia sonrió ante el entusiasmo de Harry. Si deseaba animarse, él era siempre el mejor de todos para ese propósito. La calidez de su amistad y su inquebrantable espíritu levantaban el ánimo de Sylvia, ayudándola a olvidar, aunque fuera por un momento, las pesadillas y los miedos que la atormentaban.
Sylvia notó que Seraphina, Lyanna, Morwen y Keira se habían levantado y discutían en la esquina más alejada del comedor, tratando de mantener sus palabras lejos de oídos indiscretos. La luz cálida de los candelabros y las chimeneas proyectaba sombras inquietas en las paredes de piedra, intensificando la gravedad de su conversación.
—¿Qué? ¿A Sylvia le están persiguiendo los demonios de las pesadillas? —preguntó Lyanna, con incredulidad evidente en su voz y expresión.
—Sí, según la descripción de Sylvia no me cabe duda. No son simples pesadillas. Al menos parece estar protegida por Nerthys. Según contó, fue ella quien los expulsó justo cuando estaba a punto de quitarse la vida —reiteró Seraphina, su rostro reflejando una mezcla de preocupación y alivio.
Morwen y Keira intercambiaron miradas, sus rostros marcados por la preocupación. Esos demonios eran conocidos por su peligrosidad. No podían causar daño físico directo, pero se alimentaban de los miedos y pesares de sus víctimas, llevándolas a la muerte. No importaba si la muerte ocurría en la pesadilla o si, debido a ellas, la víctima se quitaba la vida. El resultado era el mismo: muerte. Y con Nerthys odiando a los suicidas, el
alma de Sylvia sería devorada por esos seres.
—Me preocupa lo de Sylvia, pero al menos no parece necesario suplicar a Nerthys por su protección —suspiró Morwen, su voz temblando ligeramente. Temía a su diosa y no estaba dispuesta a enfrentarla para pedir por Sylvia. Nerthys podía interpretar la petición como una súplica o, peor, como una exigencia. Y exigir a Nerthys nunca era una buena idea.
—Nerthys ha salvado a Sylvia. Nos ha enviado una salvadora a nosotras. Aun así, deberíamos hacer un ritual de agradecimiento después de cenar. También debemos estar atentas a Sylvia. Si alberga esas dudas, podríamos perderla —dijo Keira, su voz firme pero con una nota de inquietud. Aún no tenía un especial cariño por Sylvia, pero reconocía su importancia fundamental para recuperar su congregación.
Morwen, Lyanna y Seraphina observaron con atención a Keira. Su comentario había revelado una prioridad clara: la misión por encima del bienestar individual. Era un pequeño detalle, pero significativo, que mostraba cuáles eran realmente sus prioridades.
Seraphina, con una mezcla de decepción y comprensión, se dirigió a las otras dos. —Debemos proteger a Sylvia, no solo por la misión, sino porque es una persona valiosa y un alma en tormento. No podemos permitir que estos demonios la destruyan.
Lyanna asintió, sus ojos llenos de determinación. —Haremos todo lo posible para mantener su espíritu fuerte y sus miedos a raya. No está sola en esto.
Morwen miró a sus compañeras y, tras un momento de reflexión, asintió. —De acuerdo. Esta noche, realizaremos el ritual de agradecimiento. Y a partir de ahora, debemos estar más atentas a los signos de su tormento interno. Si vemos que se agrava, debemos intervenir de inmediato.
Keira, aunque aún centrada en la misión, no pudo evitar sentir una leve punzada de culpabilidad. Tal vez había subestimado la importancia de apoyar emocionalmente a Sylvia. La joven elfa no solo era una herramienta en su lucha, sino una persona que necesitaba comprensión y apoyo. Se permitió un momento de reflexión, observando a sus compañeras con una expresión pensativa.
—Seraphina, ¿consideras oportuno dejarla descansar unos días a Sylvia? —preguntó Keira, su voz cargada de incertidumbre. Dudaba si seguir forzándola no sería contraproducente.
Seraphina, con una mirada seria, respondió mientras se cruzaba de brazos. —No termino de saberlo. Nunca había visto a nadie resucitar a otra persona. Desconozco exactamente cómo sufre el cuerpo y cuánto tiempo tarda en recuperarse. Si lo comparamos con el desgaste de los conjuros de sanación, debe ser algo mucho más intenso. Sylvia no había perdido el conocimiento con otras plegarias. Ni siquiera cuando se realizó el ritual en Aurelia Vicus.
Keira asintió lentamente, procesando las palabras de Seraphina. Lyanna, por su parte, no pudo contenerse y se inclinó hacia adelante, su rostro mostraba preocupación.
—¿Parar a Sylvia de seguir resucitando a las hermanas? ¿No recordáis cómo se exigió cuando fue castigada por poner en peligro a sus amigos? —preguntó Lyanna, mirando con seriedad a Seraphina y Morwen.
Sigfrid, que acababa de llegar junto a Lysandra, se unió a la conversación. —Esa niña no se quedará parada. Es muy cabezota —intervino, cruzando los brazos con firmeza.
Morwen, con un tono de frustración y cierto mosqueo, añadió —Pues habrá que convencerla, y si es necesario, atarla. No voy a perder una pieza clave como ella. En realidad, le he cogido cariño a esa cría, pero además, es la única con poder para resucitar a las hermanas muertas. Si ella muere, no tenemos otra para resucitarla.
Keira miró a Morwen con una mezcla de comprensión y preocupación. —Podríamos poner a Günter pegado a ella. Últimamente no parece muy predispuesto a verla morir. Si le explicamos cómo están las cosas, incluso le romperá las piernas para evitar su muerte.
Morwen frunció el ceño, desaprobando la sugerencia. —Consientes demasiado a ese guerrero, Sigfrid —regañó, aún sin haber perdonado a Günter su indisciplina en Aurelia Vicus—. Ese joven tiene una fijación con Sylvia obsesiva.
Sigfrid, con una expresión seria, replicó —Por eso mismo es el mejor indicado. A Tirnel Estel y a Frederick se les escapó. ¿Qué pasaría si se empeñara en resucitar a una sin supervisión?
Morwen estaba a punto de mostrar otra vez su oposición cuando Sylvia intervino, su voz clara y decidida resonando en la habitación. —Si estáis hablando de mí, podríais preguntar directamente. Acataré las órdenes, no soy tan estúpida para resucitar a una sola. Cuando empiezo a extraer la energía del soldado, este sale del estado de congelación y en ese momento me podría atacar y matar. Si no pasara eso, ¿quién me garantiza mi cuidado si pierdo el conocimiento y no soy asesinada por la hermana resucitada? Ponerme a Günter, Tirnel Estel o varios más a vigilarme si lo creéis necesario, pero aprecio mi vida. Quiero cumplir con los designios de Nerthys. Si lo consideráis oportuno, pararé una temporada o haré solo una al día o una cada dos días.
Morwen la miró con una mezcla de cariño y exasperación. —Eres tan indisciplinada como Günter. Si nos habíamos venido aquí era para tratar esto de forma discreta —regañó, aunque con un destello de ternura en sus ojos.
Sylvia sonrió levemente y se encogió de hombros. —Sí, pero empieza a haber murmullos en la mesa y los elfos tenemos muy buen oído. Realmente os estaba escuchando desde allí, por eso he venido —se justificó Sylvia.
Las caras de Morwen, Keira, Seraphina, Lyanna y Sigfrid mostraban preocupación por el fallo en su discreción. La tensión en el aire era palpable, cada uno de ellos consciente de la gravedad de la situación.
Keira, tomando la iniciativa, concluyó con firmeza —Pues entonces cenemos. Después del ritual de agradecimiento a Nerthys, hablaremos en privado en la biblioteca.
Asintiendo todos, se dispusieron a cenar, aunque la preocupación por Sylvia seguía presente en sus corazones, un recordatorio constante de la delicada situación en la que se encontraban.
La cena en el comedor del monasterio estaba en plena marcha. Las mesas de roble macizo estaban dispuestas en largas filas, flanqueadas por bancos robustos. Las chimeneas crepitaban alegremente, llenando el salón con un calor acogedor y el suave aroma de la leña quemada. Los candelabros colgantes y las lámparas de aceite proyectaban una luz cálida que iluminaba las caras de los comensales con un brillo suave.
Sylvia, sentada junto a Harry, trataba de mantener una conversación animada, aunque su mente aún estaba ocupada con los eventos recientes. A su alrededor, las risas y las voces de los demás llenaban el aire, creando una atmósfera de camaradería y esperanza.
El centro de atención de la mesa era un plato grande de croquetas doradas y crujientes, preparadas con las sobras del guiso de carne del almuerzo. El aroma tentador de las croquetas hacía que todos se inclinaran hacia adelante con anticipación.
—¡Estas croquetas están increíbles! —exclamó Sylvia, tomando una y probándola. Sus ojos se iluminaron de inmediato—. De verdad, están deliciosas.
Los goblins, Blogusz y Zalvulb, sonrieron ampliamente, sus caras llenas de orgullo. Marina, Roberto y Clara, que habían trabajado arduamente en la cocina, también mostraban expresiones de satisfacción y alegría.
—Gracias, Sylvia —dijo Marina, con una sonrisa brillante—. Nos esforzamos mucho para que salieran bien.
—Sí, usamos las sobras del guiso de carne para no desperdiciar nada —añadió Roberto, inclinándose hacia adelante con entusiasmo—. Primero, trituramos la carne y luego la mezclamos con un poco de bechamel para darle la consistencia perfecta.
—Luego las rebozamos en pan rallado y las freímos hasta que quedaron doradas y crujientes —continuó Clara, su rostro resplandeciente por los cumplidos—. ¡Nos aseguramos de que cada croqueta tuviera un buen equilibrio de sabor y textura!
Sylvia asintió mientras tomaba otra croqueta, disfrutando del sabor reconfortante. —Realmente lo habéis conseguido. Estas croquetas son una obra maestra. Me alegra mucho que hayáis hecho esto. Seguro que todos aquí lo aprecian.
Harry, que estaba devorando su propia porción de croquetas, intervino con entusiasmo—. ¡Estoy de acuerdo! ¡Son las mejores croquetas que he probado!
Blogusz, con una sonrisa traviesa, comentó—. Nos aseguramos de que cada bocado fuera perfecto. ¡Incluso hicimos una tanda especial solo para probar antes de servirlas!
Zalvulb asintió vigorosamente. —Sí, no podíamos arriesgarnos a que salieran mal. Queríamos que todos disfrutaran de algo delicioso esta noche.
Marina, riendo, añadió—. Además, nos divertimos mucho cocinando juntos. Es un alivio poder centrarse en algo positivo después de todo lo que hemos pasado.
Roberto, con una mirada de satisfacción, miró a los demás—. Sí, y creo que todos necesitamos momentos como estos para recordar por qué estamos aquí y por qué seguimos luchando.
Clara asintió, sus ojos brillando con emoción—. La comida tiene una forma especial de unir a las personas, y estoy feliz de que hayamos podido contribuir a eso esta noche.
Sylvia, sintiéndose más animada gracias a la energía positiva de sus amigos, sonrió ampliamente—. Gracias a todos por vuestro arduo trabajo. Realmente lo aprecio.
El ambiente en el comedor se llenó de risas y conversaciones animadas mientras todos disfrutaban de la cena. La comida deliciosa y la compañía cálida proporcionaron un momento de alivio y camaradería, un recordatorio de la fuerza y la esperanza que compartían en medio de los desafíos que enfrentaban.