Esta noche, sin importar qué sucediera, los miembros de la familia Leocadia no lo encontraron sorprendente.
Miraron, atónitos pero extremadamente insensibles.
—¡Si alguien se atreve a respirar una palabra de este asunto, tomaré su vida!
Evangeline Leocadia se tambaleó hasta ponerse de pie y con un gesto de su mano ordenó:
—¡Despedidos!
Los miembros de la familia Leocadia sintieron como si se les hubiera quitado un gran peso de encima.
Algunos acababan de levantarse cuando sus piernas se debilitaron, y volvieron a sentarse en sus sillas.
Las piernas de la mayoría de las personas ya no les obedecían.
Solo podían apoyarse unos en otros, saliendo lentamente del salón del banquete.
—Señor Reed, ¿necesita alguna ayuda? —preguntó Evangeline Leocadia, su rostro pálido.
—¡Whoosh!
—Julio Reed apuntó con su dedo, tocando su hombro —Tú ve a detener la hemorragia primero. Yo me ocuparé del veneno de Sophia Leocadia.
Habiendo dicho eso, agitó su mano cansadamente.
