En el amplio cuarto privado.
Aullidos de lobos y lamentos de fantasmas, desgarradores y agonizantes.
Zahir Huntington estaba bajo la atenta mirada de su propio padre.
En los ojos aterrados de una docena de compañeros.
¡Bajo los párpados de docenas de figuras poderosas de la capital!
Le atravesaron la palma con un tenedor de acero.
La sangre brotaba profusamente.
—Muévete, y seguramente morirás.
Julio Reed levantó la cabeza y miró a Vance Huntington, que quería lanzarse hacia adelante.
—Vivo, todavía puedes vengarte. De lo contrario, Fernando Lee será tu cuento de advertencia —dijo.
—Tú... —Vance Huntington señaló a Julio Reed.
Su rostro se tornó rojo, su cuerpo temblaba.
—Lo siento, no me gusta que me señalen —Julio Reed levantó su mano derecha y luego la bajó suavemente.
—¡Zas!
El sonido de una caja de dardos.
Clic.
Un dedo medio cortado cayó al suelo.
—¡Sss! —Vance Huntington jadeó, con los ojos muy abiertos.
Mirando su medio dedo cortado.
Con incredulidad.
