—¿Loco... Dragón Furioso?
Los ojos de Shirley se abrieron de par en par, incrédula, mientras miraba a Julio Reed —¿Eres Dragón Furioso?
—¡No!
Antes de que pudiera responder, ella murmuró para sí misma —Dragón Furioso está muerto, ¡deja de fingir aquí!
¡Bang!
Se abofeteó su propio hombro.
Mucho sangre negra fluyó de la herida.
Era el veneno de las agujas plateadas de Nelson.
Para entonces, Shirley había expulsado la mayor parte.
—¡Julio Reed, entrégame el Trípode del Dragón Divino!
Ella sacó un porta lapiceros de su pecho y lo aplastó.
—¡Falso!
—Lo he dicho, soy Dragón Furioso —Julio Reed habló indiferente, mientras levemente hacía sonar su espada dorada con el dedo—. Si no lo crees, no hay nada que pueda hacer.
—Se lo acabo de decir a estas tres mujeres —Shirley sujetó su espada con ambas manos, su intención asesina era escalofriante—. ¡Una vez que mi espada se desenvaina, debe volver manchada de sangre!