El corazón de Waylon Huntington se encogió, su rostro se tornó extremadamente desagradable.
¡Novecientos treinta millones!
¡Eso era lo que valía el sedán—novecientos treinta millones!
Personalizado exclusivamente.
La pintura, las chapas metálicas, el interior.
Todo hecho a mano.
Esculpido y pulido meticulosamente.
Cada detalle requería una cantidad significativa de tiempo para perfeccionarse.
Pero ahora...
Estaba esparcido por todas partes.
Disperso en el suelo.
—¡Bastante llamativo! —Mirando su obra maestra, Julio Reed asintió satisfecho.
El sedán ya no tenía techo ni puertas.
El parabrisas delantero estaba directamente agrietado, pareciendo una telaraña.
—Vámonos.
Tenía un pie en el auto y ni siquiera había levantado el otro cuando
¡Crack!
Un ruido fuerte.
El chasis del coche se partió en dos mitades.
¡Partido por la mitad!
—¡Huff! —Waylon Huntington respiró hondo, su rostro se puso rojo.
¡Novecientos treinta millones!
Completamente destruido.