Aunque Sabrina Leocadia era médica,
y además una experta de primer nivel,
su especialidad era la psiquiatría.
En última instancia, debido a su edad, su condición física era mucho peor en comparación con la de los jóvenes.
Ahora, un grupo de jóvenes y fuertes muchachos, armados con palos de madera, la perseguían implacablemente.
El miedo había empapado a Sabrina Leocadia en un sudor frío.
Si realmente la atrapaban, una paliza era lo de menos.
Su verdadero temor era que Nikodem Lee la mataría para mantener las cosas en silencio si su secreto se revelaba.
¡Cualquiera con su estatus ciertamente no tenía las manos limpias!
—Doctora Leocadia, estamos aquí para salvarla, ¡por favor deténgase! —gritaron los jóvenes.
Sabrina Leocadia corría desenfrenadamente sin mirar atrás.
—¿Salvarla? —se preguntó incrédula.
—¿Acaso pensaban que era ciega? ¿No podía ver los palos de madera en sus manos?
—¿Quién llevaría un bastón para salvar a alguien? —reflexionó mientras seguía huyendo.
