—¡Mmm! ¡Delicioso! Pásame ese cangrejo real.
—¡Tranquilo con la comida! ¡Deja algo para mí!
—¡Maldición! Prometiste invitarme a comer, ¿cómo terminaste comiéndote todas las langostas? Camarero, ¡tráeme diez más!
—¿Diez más? ¿Eres un cerdo? Ya has comido por valor de más de 3000 dólares, ¿cuánto más piensas comer?!
—Como tú pagas, ¿no vale la pena el dinero para salvarte dos veces?
—¡Tráele veinte! Estoy forrado, ¡te haré reventar!
Itai Huntington lanzó la cáscara de langosta que tenía en la mano sobre la mesa, inclinándose hacia atrás en su silla de una manera muy desanimada.
—Eso es, ¡definitivamente voy a ganar peso otra vez!
Ella tocó su estómago, su cara llena de culpa.
Hoy había comido demasiado.
—¡Jaja! Dime, viuda, ¿por qué te cuidas tanto? ¿Intentando seducir a los hombres?
Julio Reed agarró una botella de Coca y la bebió de un trago.
—Así que si intentara seducirte, ¿te interesaría?