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«Siempre supe que este hombre estaba enfermo de la cabeza», pensó Ari mientras apretaba los puños en su regazo. Tenía que salir de este lugar, ¿pero cómo? Samuel había colocado guardias en cada rincón y pasillo de esta mansión. Aunque quisiera salir de aquí, era casi imposible.
Cuando estaba perdida en sus pensamientos, Ari escuchó el sonido de pasos y luego miró a la criada que traía dos cuencos de helado de mango que iban a servirse de postre.
Sus ojos destellaron y una audaz —aunque peligrosa— idea llegó a su cabeza. Ari esperaba que funcionara, porque si no lograba llevarlo a cabo, terminaría perdiendo la vida. Aunque era una locura, quería intentar escapar de este lugar y no esperar a que Samuel se saliera con la suya.
La criada se detuvo frente a la mesa antes de colocar los dos cuencos de helado en la mesa del comedor frente a Ari y Samuel.
Samuel tomó la pequeña cuchara que se usaba para comer helado y tomó un bocado del deleite de mango que les habían servido.