Punto de vista de Selene
Esperé hasta que su coche dobló la esquina antes de girar y acercarme a la puerta de entrada. El familiar aroma a pino y tierra me rodeaba, tranquilizándome... Me detuve ante la puerta principal, con la mano flotando sobre la manija, intentando calmar mis nervios. Luego, con un profundo respiro, empujé la puerta para abrirla.
Dentro, fui recibida por el calor del hogar, el suave resplandor de la chimenea y el sonido de la risa de mis hijas que se filtraba desde la sala. Sus niñeras estaban en una esquina, observándolas con una sonrisa tenue. La vista de ellas —felices, seguras y ajenas al caos que se arremolinaba fuera de su mundo— me trajo lágrimas a los ojos.
Yo había pensado que podría vivir sin ellas. Irme de este mundo y dejarlas en manos de su padre o de otra mujer si tenía suerte, pero ahora que las miraba, no creía que podría hacerlo.