Los suaves toquidos y el sonido de su puerta abriéndose lo despertaron. Draven gruñó y se dio la vuelta, jalando su colcha con fuerza. Era molesto tener que despertarse todas las mañanas tan temprano, pero había una ventaja: las lindas y suaves sirvientas que caían en sus encantos y lo despertaban. Así que solo esperó a que la sirvienta de turno lo mimara y lo despertara.
—Buenos días, mi pequeño señor —le dijo la suave y dulce voz de Amelia.
Amelia era una de sus sirvientas favoritas. No solo por su actitud siempre gentil y dulce, sino también porque se dejaba "tocar" accidentalmente, pensando que solo era un inocente niño de ocho años. Además, sus gigantescos pechos, que como había estado notando, eran una característica común en muchas mujeres de este mundo, lo fascinaban.
Draven abrió los ojos lentamente, encontrándose con la sonrisa cálida de Amelia. Ella se inclinó para retirar la colcha, y él no pudo evitar notar el generoso escote que se formaba en su uniforme. Sus enormes pechos se movían ligeramente con cada uno de sus movimientos, capturando la atención de Draven.
—¿Dormiste bien, mi señor? —preguntó Amelia, mientras le apartaba el cabello de la frente con un gesto cariñoso.
—No muy bien —respondió Draven, con una tierna expresión. — Amelia, ¿me puedes abrazar? Me puedes consolar
Amelia puso una expresión de ternura y se inclinó hacia él, rodeándolo con sus brazos y hundiéndolo en sus enormes pechos. Draven inhaló su aroma y sintió cómo su erección matutina empezaba a despertar.
El calor del abrazo y la suavidad de los pechos de Amelia lo envolvieron, brindándole una sensación de confort y deseo al mismo tiempo. Ella lo sostuvo con ternura, acariciándole la espalda mientras él se perdía en la calidez de su cuerpo.
—Es un placer, joven señor —susurró Amelia, sin apartar la sonrisa de su rostro.
Draven se permitió disfrutar de su suavidad, hundiéndose más en ellos.
—Amelia mi miembro me duele, puedes hacer eso que siempre haces —le susurró a Amelia en aparente tono inocente.
Las mejillas de Amelia se sonrojaron de calor mientras obedecía la petición de Draven. Sus manos se deslizaron bajo las sábanas, envolvieron su erección y comenzaron a masajear su miembro con destreza. Draven dejó escapar un suspiro de satisfacción, disfrutando del suave calor que emanaba del tacto de Amelia. Amelia dejo libres sus enormes orbes con sus bonitos y rosados pezones erectos. El miembro de Draven se hinchó bajo su agarre, el líquido preseminal comenzó a filtrarse por la punta. Ella se lamió los labios y se inclinó para tomarlo en su boca.
Sus suaves labios besaron la punta, provocando que Draven gimiera suavemente. Luego lo tomó más profundamente, su lengua rozando la parte inferior sensible, provocando que él arqueara ligeramente la espalda de placer. Las mejillas de Amelia se hundieron mientras chupaba, su otra mano acariciaba sus bolas.
La habitación se llenó de los húmedos sonidos de su trabajo sobre él, cada gemido, quejido y jadeo escapaba de los labios de Draven. Sus dedos se enredaron en su cabello, guiando sus movimientos mientras él se volvía cada vez más impaciente.
—Hmm... ah, Amelia, eres una pequeña zorra tan buena —la elogió Draven, con la voz ronca por la necesidad.
El cumplido provocó una sacudida en Amelia, que se hizo más sumisa. Redobló sus esfuerzos y movió la boca más rápido y con más entusiasmo.
Draven ya no pudo contenerse más, sus caderas se sacudieron hacia arriba mientras se corría, inundando su boca con su semilla. Amelia se lo tragó todo, sin interrumpir el ritmo. Continuó lamiendo y chupando hasta que él estuvo suave de nuevo, sin mostrar signos de incomodidad.
—Gracias, Amelia —dijo Draven, sin aliento, mientras ella se alejaba con una expresión aturdida en su rostro.
Draven se levantó lentamente, su mirada aún fija en Amelia que se arrodilló ante el, cuyos ojos reflejaban un deseo apenas contenido. Con un movimiento delicado, sujetó su barbilla y trazó la comisura de sus labios con el pulgar, disfrutando del temblor que recorrió el cuerpo de la sirvienta.
—Ahora vistámonos, joven señor —le susurró Amelia con voz temblorosa pero obediente, subiendo la parte superior de su vestido para cubrirse y preparándose para ayudarlo.
La habitación estaba iluminada por la luz grisácea de la mañana, y el frío se filtraba a través de las ventanas, haciendo que el calor del momento se sintiera aún más intenso. Amelia, con manos expertas, comenzó a vestir a Draven con ropas finas adecuadas para el clima frío y gris del norte.
Primero, le colocó una camisa de lino blanco, de mangas largas y con bordados delicados en los puños y el cuello, que destacaban por su elegancia y simpleza. La tela suave y cálida se ajustaba perfectamente a su cuerpo, proporcionando una capa inicial de confort. Luego, le ayudó a ponerse una chaqueta de terciopelo negro, con botones dorados y detalles de brocado en los hombros y las mangas. El terciopelo grueso y cálido era ideal para protegerse del frío, y su color contrastaba elegantemente con la palidez de su piel.
Para completar el atuendo, Amelia le colocó unos pantalones de lana gris, ajustados pero cómodos, que caían con gracia hasta sus botas de cuero negro, pulidas y decoradas con detalles dorados que hacían juego con los botones de la chaqueta. Finalmente, le colocó una bufanda de cachemira negra alrededor del cuello, envolviéndolo con suavidad y protegiéndolo del frío viento exterior.
Mientras lo vestía, Draven observaba a Amelia con una mezcla de agradecimiento y deseo. Sus manos se movían con precisión y cuidado, asegurándose de que cada prenda estuviera perfectamente colocada. A pesar de la frialdad del clima, el calor de su cercanía hacía que Draven se sintiera cálido y protegido.
—Eres muy amable, Amelia —dijo Draven con una sonrisa, mientras ella ajustaba los últimos detalles de su ropa.
—Es un honor servirle, mi señor —respondió Amelia, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto.
Draven pensó en lo afortunado que era de tener a alguien como Amelia en su vida. Su dedicación y ternura lo hacían sentir especial, y aunque sabía que su relación con ella no era del todo inocente, no podía evitar apreciar los momentos que compartían. Amelia no solo le proporcionaba consuelo y placer, sino que también lo cuidaba con devoción y esmero.
Los guardias de su padre, siempre vigilantes, custodiaban los pasillos con diligencia y seriedad. Su presencia imponente y constante era un recordatorio del poder y la disciplina que reinaban en el castillo. Al llegar al comedor privado, dos guardias abrieron las detalladas puertas de madera oscura, talladas con intrincados patrones y símbolos heráldicos que representaban el linaje noble de la familia.
Al entrar al comedor, iluminado por la luz grisácea del día, Draven notó inmediatamente la figura imponente de su padre, el duque Maximiliano. Sentado en la cabecera de la mesa, el duque proyectaba una aura de autoridad y poder. Su mirada severa y penetrante inspeccionaba a todos los presentes, asegurándose de que cada uno se comportara conforme a sus expectativas estrictas.
A la derecha del duque, su madre ocupaba el segundo lugar en la mesa. Era una mujer de porte elegante y mirada serena, cuya presencia irradiaba una mezcla de gracia y fortaleza. A pesar de ser una consorte más, su posición cercana al duque indicaba su importancia y el respeto que se le debía.
Las otras consortes, veintitrés en total, estaban sentadas en la mesa por orden de importancia, un orden determinado en gran parte por los deseos y caprichos del duque. Cada una tenía su propia historia y razones para estar allí, pero todas compartían el mismo destino de servir a los deseos del duque.
Casi todas sus treinta y dos hermanas estaban presentes, sus edades oscilaban desde los primeros meses hasta los catorce años. A la izquierda del duque, su hermano mayor Alex, de veinticinco años y heredero oficial, estaba sentado con una postura erguida y una expresión estoica. Los otros seis hermanos de Draven aún no habían llegado, pero su ausencia no pasó desapercibida.
Draven dio una profunda reverencia al entrar, manteniendo la cabeza baja y esperando a las órdenes de su estricto padre. Había aprendido, en sus ocho años de vida, que el duque Maximiliano valoraba la fuerza, la disciplina y la obediencia por encima de todo. El duque deseaba hijos varones que fueran fuertes, disciplinados y obedientes, que pudieran perpetuar su legado con firmeza.
El miedo y el respeto que Draven sentía hacia su padre eran palpables, pero sabía cómo comportarse para ganarse la aprobación de ese hombre imponente. Enderezándose lentamente, Draven mantuvo la mirada baja, consciente de que cualquier signo de debilidad o rebeldía sería severamente castigado.
—Buenos días, padre —dijo Draven con voz firme y respetuosa, levantando apenas la mirada para encontrar los ojos fríos del duque.
—Buenos días, Draven —respondió el duque Maximiliano con tono grave, evaluando a su hijo con una mirada crítica. —Siéntate y come. Necesitas fuerzas para tus entrenamientos.
Draven asintió y tomó su lugar en la mesa, entre sus hermanas menores, quienes lo miraban con una mezcla de curiosidad y admiración. Mientras comenzaba a comer, no podía evitar sentir una mezcla de emociones: el temor constante de decepcionar a su padre, la presión de cumplir con las expectativas y el deseo de encontrar su propio camino en medio de la estricta disciplina que reinaba en el castillo.
El desayuno estaba compuesto de una variedad de platos elaborados y abundantes, diseñados para proporcionar la nutrición y energía necesarias para el día. Draven comió en silencio, manteniendo una postura impecable y cuidando cada uno de sus movimientos, consciente de que cualquier error podría ser motivo de reprimenda.
A su alrededor, las conversaciones eran suaves y medidas, dominadas por la presencia imponente del duque. Los sirvientes se movían con gracia y eficiencia, atendiendo a las necesidades de todos los presentes sin interrumpir el frágil equilibrio del ambiente. Mientras comía, Draven no pudo evitar sentir algunas de las sonrojadas miradas de sus hermanas y de algunas nuevas sirvientas. Sonrió internamente, complacido por la atención. Por algo era conocido como "El Hijo más Hermoso" del duque Maximiliano, aunque solo tuviera ocho años en ese momento.
Las miradas de sus hermanas no le extrañaban. La endogamia no estaba prohibida ni mal vista entre la nobleza, ya que, por alguna razón, los efectos de la endogamia no afectaban a las personas de sangre noble. Además, Draven había estado manipulando desde muy pequeñas a algunas de sus hermanas más hermosas, cultivando en ellas una mezcla de admiración y deseo que ahora se reflejaba en sus miradas.
Draven sabía cómo usar su encanto y apariencia a su favor. Su cabello perfectamente liso era de un rubio pálido, casi plateado, que caía sobre sus hombros y enmarcaba su rostro afilado y su barbilla definida. Con un tono dorado suavemente brillante, que le daba una apariencia majestuosa y serena. Su piel pálida y su rostro de porcelana contribuían a su presencia etérea. Sus ojos eran grandes y de color dorado claro, de mirada penetrante y serena. Sus pestañas largas y sus cejas finas, perfectamente arregladas, enmarcaban armoniosamente su mirada. Sus rasgos delicados y simétricos, la piel muy pálida y sin imperfecciones, y el rostro andrógino y afilado con un mentón definido, le conferían una belleza eterna y casi angelical que le habían ganado el aprecio y la fascinación de muchas personas en el castillo. Incluso a su corta edad, entendía el poder que su apariencia le confería y no dudaba en explotarlo cuando era necesario.
Las conversaciones en el comedor continuaban en un murmullo constante, una sinfonía de voces bajas y respetuosas. El duque Maximiliano hablaba ocasionalmente, su voz profunda y autoritaria imponiendo silencio cada vez que se dirigía a alguien. Las consortes y hermanas de Draven respondían con deferencia. Poco después llegaron sus demás hermanos, quienes dieron el mismo saludo respetuoso, y su padre les dirigió las mismas palabras.
Cuando finalmente todos habían terminado de comer, el duque se levantó de su asiento, indicando que el desayuno había concluido. Todos en la mesa siguieron su ejemplo. Draven y sus hermanos se dirigieron a sus clases comunes, que incluían economía, geografía, política, gestión, letras, números, estrategia y logística, y al final tendrían su entrenamiento con las armas.
El salón de clases estaba iluminado tenuemente por la luz que se filtraba a través de las ventanas altas y estrechas. Los muebles eran de madera oscura, con elaborados tallados que reflejaban la opulencia del castillo. Los hermanos se sentaron en sus respectivos asientos, preparados para absorber el conocimiento que sus tutores les impartirían. Para Draven, era tedioso. Aunque ya había estado en clases en su antigua vida y no era un mal estudiante, nunca le gustó la escuela. Sin embargo, encontraba interesante que este mundo, a pesar de estar en un periodo como la Edad Media, parecía ser enorme, no solo en extensión territorial sino también en población.
Los tutores comenzaron las lecciones, explicando los conceptos con detalle. Draven escuchaba con algo de aburrimiento, los temas de economía y geografía fueron los primeros. Su tutor, un hombre de mediana edad con una barba bien cuidada y ojos agudos, se llamaba Edmund.
—Bien, empecemos, mis señores —dijo Edmund con una sonrisa amable mientras extendía un mapa sobre la gran mesa de enseñanza. El mapa era detallado, mostrando montañas, ríos, ciudades y fronteras con una precisión meticulosa.
—Creo que recuerdan que el Imperio Zeavosta, nuestra nación, abarca casi completamente el norte del continente de Aurith —continuó Edmund, señalando con una varita la vasta extensión del imperio en el mapa. Las tierras se extendían desde las heladas tundras del norte hasta los frondosos bosques y las montañas del sur.
—¿Alguien recuerda cuántas familias nobles hay en total en nuestro imperio? —preguntó Edmund, dirigiendo su mirada a los alumnos.
Draven, con una voz sosa y aburrida, respondió casi automáticamente:
—Son cuatro mil familias nobles, erudito Edmund.
El tutor asintió, complacido con la respuesta correcta.
—Exactamente, cuatro mil familias nobles divididas entre las cinco regiones: Halthoria, Vexoria, Elandria, Thaloria, y Norethia. Cada una, si mal no recuerdan, muchas de ellas fueron sus propios reinos, hasta las guerras de Unificación dirigidas por el fundador de la Casa Imperial de Valerian, el Emperador Aelric.
Edmund hizo una pausa, permitiendo que la información calara en sus estudiantes. Luego continuó con más detalles sobre la estructura del imperio.
—Nosotros, los de Norethia, del norte del imperio, fuimos los últimos en ser conquistados. Sin importar cuántos ejércitos, barcos y dragones nos mandaran, alguien puede decirme por qué Norethia es tan difícil de invadir y de mantener que incluso para la Casa Valerian les costó medio siglo? —dijo mientras posaba su vara en el mapa y señalaba la frontera que separaba Norethia del resto del imperio.
Draven levantó la mano y respondió con el mismo tono.
—Por las Montañas de Hielo y los Bosques Eternos, Sir Edmund. Las montañas son casi intransitables durante la mayor parte del año debido al clima extremo, y los bosques están llenos de criaturas peligrosas y tribus y clanes que son leales a los nobles de Norethia. Además, nuestros castillos y fortalezas están construidos en lugares estratégicos que son casi imposibles de asediar. Además que el único camino que los nobles fuera de Norethia conocen para conducir un ejército es muy pantanoso y vulnerable a ataques.
Edmund asintió con aprobación, animado por la respuesta precisa de Draven.
—Exactamente, Lord Draven. Norethia es una región naturalmente fortificada. La dureza de su clima y la geografía accidentada, combinados con la lealtad y el conocimiento del terreno por parte de sus habitantes, hicieron que incluso la poderosa Casa Valerian tuviera que emplear todos sus recursos y medio siglo para someterla completamente.
Edmund continuó con la lección, detallando las particularidades de cada una de las cinco regiones y cómo contribuyen al imperio en términos de recursos, economía y política.
—Norethia es una región muy extensa y en su mayoría infértil —comenzó Edmund—, pero somos ricos en madera y minerales. Los bosques del norte nos proporcionan una madera de altísima calidad, esencial para la construcción naval y la fabricación de armas. Además, nuestras minas producen una variedad de metales preciosos y útiles, como el hierro, cobre, estaño, carbón, oro, platino, plata y una gran variedad de piedras preciosas. Los clanes y tribus locales, aunque difíciles de controlar, también son valiosos por su conocimiento del terreno y su habilidad en la caza y la recolección de recursos. Además, tenemos los soldados más duros, fieros, brutales y sanguinarios del imperio, así que somos una región que es mejor tener como aliados que como enemigos.
Señalando el mapa, Edmund movió su vara hacia la región de Halthoria.
—Ahora, pasemos a Halthoria. Esta región es conocida por sus vastas llanuras fértiles, que son ideales para la agricultura. Es el granero del imperio, produciendo una abundancia de trigo, cebada y otros granos. Además, su clima templado permite la crianza de ganado, proporcionando carne, leche y cuero. Las ciudades de Halthoria también son centros de comercio importantes, ya que muchas rutas comerciales pasan por sus tierras. Sus campos son también famosos por la producción de lino y cáñamo, usados para fabricar textiles y cuerdas de alta calidad. Los ríos que atraviesan Halthoria son cruciales para el riego de los campos y el transporte de mercancías.
La fertilidad de Halthoria no solo se debe a su clima, sino también a sus prácticas agrícolas avanzadas. Los agricultores locales utilizan una técnica de rotación de cultivos que permite mantener la productividad del suelo, evitando su agotamiento. Los molinos de viento y de agua están estratégicamente ubicados para aprovechar la energía natural, lo que facilita la molienda de los granos y otros procesos de manufactura. Además, la región cuenta con una red de canales y acequias que aseguran el riego constante de los campos, incluso en épocas de sequía. Los comerciantes de Halthoria son conocidos por su astucia y habilidades negociadoras, siendo capaces de asegurar tratados comerciales beneficiosos tanto para ellos como para el imperio.
—Vexoria, al oeste, es conocida por sus montañas y colinas, tan o más ricas en minerales que nosotros. En especial el oro, que es tan común que se dice que es más fácil encontrar oro que tierra para cultivar. Sus nobles y gentes son bastante orgullosos de su riqueza y estatus. La región es famosa por sus minas de oro, que han hecho de Vexoria una de las regiones más ricas del imperio. Además del oro, Vexoria es rica en otros minerales como la plata y el cobre, lo que ha llevado a una floreciente industria de orfebrería y joyería. Sus nobles viven en fastuosos palacios adornados con obras de arte y lujos de todo tipo.
La riqueza de Vexoria no solo proviene de sus minas, sino también de su capacidad para comerciar estos recursos con otras regiones y naciones. Sus comerciantes son astutos y manejan una vasta red de rutas comerciales que aseguran un flujo constante de riquezas hacia y desde la región. Los artesanos de Vexoria son famosos por su habilidad para trabajar los metales preciosos, creando joyas y objetos de arte que son muy valorados en todo el imperio. Además, Vexoria es conocida por sus caballos de pura raza, criados en las vastas llanuras de la región y entrenados para la guerra y la nobleza.
—Elandria, situada en el centro del imperio y la región donde la familia imperial mantiene un mayor control a poca distancia de las demás regiones, es conocida por su cultura y conocimiento. Es el corazón intelectual y artístico de Zeavosta. La región alberga las mejores universidades y academias, donde se forman los eruditos, científicos y militares del imperio. Las bibliotecas de Elandria son vastas y contienen manuscritos antiguos y libros raros, acumulados a lo largo de siglos de historia. Las ciudades de Elandria son elegantes y bien planificadas, es común encontrar actuaciones y conciertos en plazas públicas y auditorios. Son el centro del comercio del imperio tanto por su ubicación como por ser el hogar de la familia imperial.
Elandria es la cuna de las tradiciones caballerescas de los Valerian, y una región fértil y rica en gemas preciosas como el zafiro y el rubí. Las forjas de Elandria son famosas por la calidad de sus armas y armaduras, que son demandadas en todo el imperio. Las montañas de Elandria, tan grandes como mil castillos, contienen vastas reservas de gemas y minerales preciosos. La región cuenta con una infraestructura avanzada, con caminos pavimentados y puentes que facilitan el comercio y el transporte. Los artistas y artesanos de Elandria son conocidos por su creatividad y habilidad, produciendo obras maestras en pintura, escultura y arquitectura que adornan los palacios y templos de todo el imperio.
—Thaloria, situada en la costa este, es la región marítima del imperio. Sus puertos son los más grandes y activos, facilitando el comercio con tierras lejanas. Thaloria es famosa por su flota naval, que protege las rutas marítimas y asegura el dominio del imperio en los océanos. La pesca y la recolección de mariscos son actividades económicas importantes, y los mercados de Thaloria están siempre llenos de productos frescos del mar.
Los astilleros de Thaloria son conocidos por construir los mejores barcos del imperio, utilizando técnicas avanzadas y materiales de alta calidad. Las ciudades costeras de la región son vibrantes y cosmopolitas, con una mezcla de culturas y tradiciones que se refleja en su arquitectura, gastronomía y festivales. Los habitantes de Thaloria son conocidos por su espíritu aventurero y su habilidad para la navegación. La región también cuenta con playas hermosas y paisajes costeros impresionantes, que atraen a visitantes de todo el imperio. Los festivales marítimos de Thaloria son eventos grandiosos, con desfiles de barcos decorados, competencias de pesca y banquetes de mariscos que celebran la rica herencia marítima de la región.
Edmund hizo una pausa, permitiendo que la información calara en sus estudiantes. Luego continuó con más detalles sobre la estructura del imperio.
—Es fundamental que comprendan esas regiones, ya que aunque en teoría estamos en un imperio, la casa imperial ha perdido mucho poder a lo largo de los años, así que muchas regiones fuera de su jurisdicción directa han mantenido más independencia. La comprensión de las fortalezas y debilidades de cada región es crucial para la administración efectiva y la preservación de la estabilidad del imperio.
La jornada continuó con clases de política y gestión, donde un nuevo profesor entró al salón. El hombre era alto y delgado, con una expresión severa y ojos penetrantes. Se llamaba Seraphim y era conocido por su rigurosa enseñanza y su vasto conocimiento en política y administración.
—Buenos días, jóvenes señores —saludó Seraphim con voz firme y autoritaria—. Hoy nos adentraremos en el complejo mundo de la política y la gestión. Es vital que comprendan no solo las estructuras de poder dentro de nuestra región, sino también cómo interactuar y negociar con otras naciones y regiones.
Seraphim comenzó a explicar los intrincados detalles de la administración ducal, desde la organización de los ministerios hasta las estrategias diplomáticas utilizadas para mantener una estabilidad en Norethia.
—La gestión de un ducado como el de Caeven requiere una combinación de sabiduría, astucia y firmeza —continuó Seraphim—. Deben aprender a manejar recursos, mediar en conflictos y tomar decisiones que beneficien a su casa. Sea quien sea que su padre escoja como heredero, debe saber cómo se manejan las tierras en nuestra región. La política es un juego de poder y equilibrio, donde cada movimiento debe ser cuidadosamente calculado. Bueno, eso en las demás regiones más floreadas y patéticas; aquí en Norethia se aprecia que se sea directo y sin embellecer las verdades que se requieren.
—En Norethia, la fortaleza no es solo una opción, es una necesidad. Nuestra tierra es dura, y nuestra gente aún más. Los clanes y tribus locales pueden ser aliados formidables o enemigos implacables. Es crucial entender sus costumbres y liderar con una mano firme. La diplomacia aquí es una espada de doble filo; deben ser tan hábiles en el salón de consejos como en el campo de batalla.
Seraphim hizo una pausa para asegurarse de que sus palabras fueran asimiladas completamente por los jóvenes estudiantes. Luego continuó con un tono aún más serio.
—Es importante recordar que nuestra región, Norethia, ha sido moldeada por siglos de luchas y alianzas. No son solo los clanes y tribus que habitan nuestras tierras, sino también los demás ducados, condados, marquesados, vizcondados y otras casas nobles de Norethia, muchas veces en conflicto con las de nuestro ducado. La lealtad se gana a través de la fuerza y el respeto, no solo mediante promesas vacías o palabras bien elaboradas. Deben ser capaces de entender y manejar estas dinámicas complejas si quieren gobernar con éxito.
Uno de sus hermanos, llamado Alaric, levantó la mano y preguntó:
—Profesor Seraphim, ¿qué sucede cuando la diplomacia falla? ¿Cuál es el siguiente paso?
Seraphim lo miró directamente, su expresión grave.
—Cuando la diplomacia falla, Alaric, debemos estar preparados para la guerra. En Norethia, la fuerza es una moneda tan valiosa como la palabra. Si alguna otra casa nos ataca o nos perjudica, o nosotros a ella, estallará un conflicto que normalmente acaba con la otra casa rival. Pero recuerden esto: un buen gobernante sabe cuándo usar la espada y cuándo usar la pluma.
Seraphim se paseó por la sala, su mirada penetrante recorriendo a cada uno de los estudiantes.
—La administración de nuestras tierras no se trata solo de mantener el poder. Se trata de asegurar que nuestra gente prospere en un entorno hostil. Deben aprender a gestionar los recursos, negociar tratados comerciales, y entender las necesidades de sus súbditos. La lealtad de nuestra gente no se compra solo con fuerza y oro, sino también en cómo son tratados. Muchos no lo saben y menos los del pueblo, pero si una gran masa se revela, será difícil controlarlos. Aunque haya más de 4,000 familias nobles en este imperio decadente, no somos ni de chiste la cantidad suficiente para hacerles frente.
Seraphim continuó detallando las diversas estrategias administrativas y políticas que habían mantenido a Norethia fuerte y unida a lo largo de los años. Explicó cómo manejar las disputas internas, las técnicas para mejorar la productividad de las minas y bosques, y la importancia de mantener una red de espías e informantes para estar siempre un paso adelante de posibles enemigos.
—Recuerden siempre, jóvenes señores —concluyó Seraphim—, que el verdadero poder no reside solo en la fuerza bruta o en la riqueza, sino en la habilidad para tomar decisiones. Un buen líder debe ser tanto un guerrero como un erudito. Deben aprender a balancear la dureza con la compasión, y la estrategia con la valentía.
La clase de política y gestión se extendió hasta el mediodía, con Seraphim guiando a los estudiantes a través de casos prácticos y ejemplos históricos que ilustraban los desafíos y las soluciones en la gobernanza del ducado. Draven, aunque a veces se aburría, tomaba notas meticulosas, consciente de que estos conocimientos serían esenciales para su futuro.
Finalmente, la clase de tácticas y estrategias se canceló, así que concluyeron sus estudios y los hermanos se dirigieron a sus entrenamientos con las armas. El patio de entrenamiento estaba lleno de actividad, con soldados practicando sus habilidades bajo la supervisión de instructores experimentados. Draven, a pesar de su corta edad, mostraba una destreza impresionante con la alabarda, reflejando su dedicación y talento innato. El eco de los choques de metal y los gritos de los entrenadores resonaban en el aire.
Sin embargo, no era el mejor. Alex, su hermano mayor, simplemente era el mejor en las armas. Un prodigio en toda regla, pero un idiota en lo demás. Buen guerrero, pero no le quitaba lo imbécil.
—Vamos, Draven, ¿eso es todo lo que tienes? —gritó Alex, burlándose mientras esquivaba un golpe de alabarda con una facilidad desconcertante.
Draven apretó los dientes y se lanzó de nuevo, su alabarda trazando un arco mortal en el aire. Alex bloqueó el ataque con su espada, sus movimientos rápidos y precisos, reflejando su talento, su único talento.
—No te preocupes, hermanito —dijo Alex con una sonrisa burlona—. Algún día aprenderás a pelear como un verdadero hombre y no como la princesita que eres.
Draven no respondió. Sabía que discutir con Alex solo lo distraería. En cambio, se concentró en sus movimientos, intentando predecir el siguiente ataque de su hermano. Alex era arrogante, pero también era increíblemente hábil. Cada golpe, cada parry, era un recordatorio de la destreza superior de Alex.
Después de varias horas de entrenamiento, los hermanos estaban exhaustos. Draven, con el sudor corriendo por su rostro, miró a Alex, quien parecía apenas sin aliento.
—Tal vez seas bueno con la espada, Alex —dijo Draven, jadeando—, pero eres demasiado idiota y feo para lo demás.
Alex frunció el ceño y se acercó a Draven, colocando una mano pesada sobre su hombro.
—Y tú recuerda, Draven, que yo soy el heredero y que esa cara de niña bonita no te hace más atractivo ni más inteligente —replicó Alex, apretando el hombro de Draven con fuerza—. La belleza no es todo, y menos en nuestro mundo. Aquí, la fuerza y la habilidad son lo que cuenta.
Draven soltó una risa amarga, apartando la mano de su hermano de su hombro.
—Prefiero ser inteligente y astuto que un bruto sin cerebro, Alex. La fuerza bruta puede ganar batallas, pero la inteligencia gana guerras.
Alex rodó los ojos, claramente molesto por la respuesta de su hermano menor.
—Sigue soñando, Draven. Cuando estés en el campo de batalla, frente a un enemigo que quiere verte muerto, veremos cuánta ayuda te brinda tu inteligencia.
—No necesito ser buen guerrero si tengo buenos guardias —respondió Draven con una sonrisa burlona—. Cuando sea el duque de Caeven y te mate junto a los demás idiotas aquí, sabrás que tener hombres hábiles es mejor que ser un buen guerrero.
Antes de que Alex pudiera responder, la voz de uno de los guardias de élite de su padre resonó por el patio de entrenamiento, llamándolos a ambos a la oficina del duque. Ambos hermanos se dirigieron hacia el castillo, caminando en silencio uno al lado del otro, cada uno sumido en sus propios pensamientos, viéndose con recelo.
Mientras caminaban por los pasillos del castillo, adornados con tapices y armaduras antiguas, la tensión entre ellos era palpable. Las antorchas en las paredes proyectaban sombras danzantes que parecían reflejar la intensidad de sus emociones.
—Sabes, Draven —dijo Alex finalmente, rompiendo el silencio—, aunque eres un fastidio y la puta de tu madre sustituyó a la mía, admito que tienes cerebro. Si algún día admites tu subordinación y te sublevas a mí, consideraré hacerte mi súbdito.
Draven lo miró de reojo, manteniendo su expresión serena.
—Y yo espero que no llores como una niña cuando te haga eunuco.
Llegaron a la puerta de la oficina del duque. Los guardias abrieron la pesada puerta de madera, permitiéndoles entrar. El duque, su padre, estaba sentado detrás de un enorme escritorio de roble, revisando documentos importantes. Al ver a sus hijos, levantó la vista y les hizo un gesto para que se acercaran.
—Alex, Draven, Alaric, Cedric, Gareth, Lionel —dijo el duque con voz grave—, los he llamado aquí porque hay asuntos importantes que debemos discutir. Ya están en edad, y ya están despertando codicias y ambiciones tanto por sus madres como por el poder —dijo, mientras miraba a Alex—. A partir de hoy tendrán a sus propios guardias, cien mil hombres a su servicio. Y Alex, ya no serás el heredero oficial. Solo quien gane mi favor será el nuevo heredero y futuro duque de Caeven.
La sorpresa y el asombro se reflejaron en los rostros de los hermanos. Alex apretó los puños, claramente furioso por la decisión de su padre, mientras que Draven esbozó una pequeña sonrisa, sabiendo que esta nueva competencia era una oportunidad.
—Padre, ¿qué significa esto? —preguntó Cedric, el más afeminado y delicado de los hermanos—. ¿Qué debemos hacer para ganar tu favor?
El duque se levantó de su silla, caminando lentamente hacia la ventana y mirando hacia el horizonte.
—A partir de ahora, demostrarán su valía a través de sus acciones. Cada uno de ustedes tendrá la oportunidad de mostrar sus habilidades en la administración, la diplomacia y la guerra. Aquél que se destaque en todas estas áreas y gane el favor de nuestra gente será mi sucesor. Además, quien demuestre ser un verdadero hombre estará más que contento de hacerlo mi heredero. No quiero un marica o un afeminado en esta familia.
Alaric, siempre el más curioso, levantó una ceja.
—¿Y cuáles son los criterios específicos, padre? ¿Cómo sabremos si estamos progresando?
El duque se giró para enfrentar a sus hijos, sus ojos brillando.
—Serán evaluados constantemente. Sus decisiones, su capacidad para manejar crisis, su habilidad para formar alianzas y su destreza en el campo de batalla. No solo es cuestión de ser el más fuerte o el más astuto. Deben ser líderes completos, capaces de mantener y expandir nuestro legado.
El duque hizo una pausa, dejando que sus palabras se asimilaran completamente. Luego continuó con un tono más serio.
—Ahora, váyanse y déjenme. En un rato verán a sus hombres. No me decepcionen. Según el alquimista, ya no hay muchas probabilidades de que tenga más hijos varones, sin importar cuántas mujeres tenga.