"¡Cómo las tumbas entregan sus muertos,
y cómo el horroroso aire nocturno crece con chillidos!."
«Varney the Vampire» (1845).
PRÓLOGO.
Una brisa serpentea por los barrios abandonados de Madrid para luego morir contra tu ventana. Despiertas en penumbras y silencio. Pensamientos acuden a tu mente como fantasmas de vidas pasadas y te recuerdan donde estás.
Tus pupilas danzan investigando la habitación que lentamente comienza a enseñarte sus huesos.
Allí, tendido en el suelo, decides ponerte de pie,
Las rodillas parecen pedirle permiso a la noche para levantarte. Estás demasiado débil.. Inhalas entonces, para sentirte vivo, contaminando tus pulmones con polvo en el proceso.
Los objetos de la habitación se van transformando en siluetas y tus ojos se fijan en la puerta de entrada, donde un armario de madera continúa bloqueando el acceso.
Tras dar un paso, contemplas la mesa donde te espera el cuaderno especial pero ignoras la mesa e investigas la habitación.El cuaderno no se va a marchar a ningún sitio.
Avanzas percibiendo con tus manos lo que te rodea. En la manta donde descansas se encuentra una pistola H&K Standard (cortesía de un policía en vías de putrefacción). La coges y continúas. A pocos centímetros está la ventana y por debajo dos cubos de plástico.
Te encuentras palpando el escritorio cuando tu rodilla choca con algo metálico. Reprimes un grito y compruebas que has encontrado
el radiador. Tus instintos te piden que contraataques... pero sabes bien que tus enemigos no son objetos inanimados. Sonríes y sigues adelante y Llegas a la puerta. Frente a esta, el mismo armario de madera, de metro noventa impide la entrada o salida. Tus manos acarician la superficie del mueble para luego empujarlo con la punta de los dedos. Su rigidez te tranquiliza. Bajo tus pies, una alfombra soporta el peso del armario.
Te das la vuelta satisfecho y tu mirada recae, una vez más, sobre el escritorio,Te sientas en la silla y frunces el rostro al sentir el respaldo de metal. A continuación, coges el mechero y enciendes una vela. La zona se ilumina de inmediato al ritmo de la llama.
Algo dentro de ti arde en deseos de expresarse, de contarlo todo. Crees oír un coche a la distancia pero el ruido desaparece tan rápido que no te da ocasión a pensar en él.
Estiras tu mano sobre la mesa y coges el único bolígrafo que te queda. El cuaderno parece exigirte que des explicaciones. Ayer estuviste horas frente al endemoniado objeto; hoy, sin embargo, la batalla parece decantarse en tu favor.
Tras suspirar, escribes tu nombre, lo que queda de tu humanidad.Mi nombre es
........El reloj en mi muñeca me advierte de que son las 04:13 de la madrugada. La electricidad se ha convertido, irónicamente, en un lujo del pasado.
Marco Alenssio
De Saint
¿Por dónde empezar?...
Capitulo 1.
Antes de que Madrid se convirtiera en una nube de putrefacción y gritos pasaba la mayor parte de mi tiempo en la biblioteca.Libros polvorientos, libros nuevos... todos formaban parte de mi mundo. Catalogarlos era mi trabajo y necesidad,
estudiarlos mi objetivo.
"In principio creavit Deus caelum et terram. Terra autem erat inanis et vacua, et tenebrae super faciem abyssi, et spiritus Dei ferebatur super aquas."Traducido seria:"En el principio Dios creó los cielos y la tierra. Ahora la tierra estaba vacía y vacía, y las tinieblas cubrían la faz del abismo, y el espíritu de Dios se movía sobre las aguas."
Así comienza el Antiguo Testamento; jamás olvido lo que he estudiado.Por aquel entonces vivía en un piso en el sureste de Madrid con mi pareja:
UNA MUJER LLAMADA Mia,..., Mientras escribo y te pienso,
Mia,unas turbinas rugen en el cielo... Los ilusos aún creen que pueden retomar la ciudad. ¿Para qué.?,
, para qué!?.Otra explosión más, demasiado cerca.
El mismo polvo de yeso que respiro rodea ahora estas palabras. Y ¿para qué? Habría que bombardear toda la ciudad. Me siento como Anna Frank; me siento como ella pero sin sus ganas de vivir.
de mi vida a mi lado... ¿Que hable con Kitty? ¡Tú y tus ideas! Muy bien... de mi vida a mi lado...
ahora? ¡Eres curiosa! Te lo contaré. Pero será mejor que empiece por el principio. Por el día en el que Madrid se fue al infierno.
Recuerdo que viajaba en el metro y...Los murmullos de los pasajeros y el movimiento del tren van cerrando tus ojos. Dormitas apoyado contra la puerta hasta que un olor despierta tu olfato.
Frunciendo la nariz, miras y hueles a tu alrededor. Un hombre frente a ti se lleva un pañuelo a la boca mientras tose. Te mareas. El tren continúa avanzando, «Próxima parada…», anuncia la grabación por los altavoces.El hedor está ya en tus pulmones. A tu izquierda un vagabundo pelea con una mujer. Mantienes tu mirada en dicha dirección e inhalas. Aquella peste solo puede venir del mendigo... Oyes otra tos.
Giras el cuello y descubres a un hombre que, acaparando dos de los tres asientos, se lleva el cuello de su camisa a la boca. Gotas de sudor resbalan por su frente al ritmo de un bolsa con patatas fritas y Coca Cola que se mece a sus pies.
Contemplas al hombre y piensas en:
QUEDARTE DONDE ESTÁS....
Estás cerrando los ojos una vez más cuando oyes un sonido gutural a tu derecha. El hombre obeso ha vomitado pintando un charco amarillento en el suelo. Una mujer —salpicada por el líquido— lo insulta con las manos en el aire y todo tipo de adjetivos en su boca.
«Próxima parada —anuncia la voz sintética—,
Ciudad Universitaria». Las puertas se abren y dejas que el aire llene tus pulmones mientras abandonas el tren con presteza.
CAPÍTULO II.
ALGO ANDA MAL.
Subes las escaleras de dos en dos con tal de dejar las instalaciones del metro detrás lo antes posible. El aire matutino refresca tus sentidos y caminas las dos calles que separan la estación de tu oficina rápidamente.
—Buenos días —el saludo de tu jefe apenas es audible.
—Buenos días, Gonzalo. ¿Cómo estás? —preguntas y cuelgas tu chaqueta en el perchero—. Pareces cansado.
—Lo estoy —responde mientras hojea unos papeles en su escritorio—. Martín debía venir hoy por la mañana para recibir la última tanda de libros que teníamos pendientes pero, como ves, no está aquí
.—¿Enfermo?.
—Supongo. La compañía de transportes me llamó a las 8:30 diciéndome que no había nadie en la biblioteca. Intenté comunicarme enseguida con Martín pero no me respondió ni en el móvil ni en el fijo —Gonzalo hace una breve pausa mientras te mira a los ojos—, ¿tú no sabes nada?.
—Pues siendo las 9 y… 5 minutos, aún no me he podido comunicar con él. Dije calmado.
El resto del día transcurre de manera rutinaria. Unos minutos antes de cerrar Gonzalo se acerca a tu escritorio, sus ojos buscan los tuyos.
—Algo anda mal. Martín es despistado pero nunca se ha ausentado del trabajo. Voy a ir a su casa —dice mientras coge su abrigo y las llaves tintinean dentro de él—, hazme el favor de llamarle antes de cerrar la oficina… a ver si tú tienes suerte.
—Vale, si me comunico con él te aviso. Seguramente sea una tontería.
Tu jefe se gira y, antes de abandonar la oficina, te otorga una mirada que parece vaticinar todo lo contrario.
La mirada de tu jefe permanece en tu mente, como la llama de una vela que has dejado de observar. A solas y un poco más nervioso, coges el móvil y tocas el nombre «Martín» con la yema de tu dedo. Da tono, esa «U» se alarga manteniéndote en espera. La vocal es cortada de pronto por un silencio y tu móvil comienza a contar la duración de la llamada:
1...2..3....4....5....6.. .7.....8....9 segundos.
Te parece distinguir algo moviéndose al otro lado de la línea... rozando el micrófono.
Tragas saliva y aguzas el oído. El sonido cambia otra vez. Oyes algo acuoso, un subir y bajar constante... un sisear, crujir, gorgoritear y gruñir. Y todo se transforma de golpe en un rugido. Pasos. Gritos. Más rugidos.
Fin de la llamada.
CAPÍTULO III
Nunca como al anochecer conoce el hombre lo que vale su morada.
«Fausto» (1808)
HORA DE VOLVER.
El camino hacia el metro parece alargarse bajo tus pies. Un soplo de aire frío se cuela entonces por entre tu ropa y muere tan rápido como ha nacido. Decides aligerar el paso.
Ya en el andén, el tren desacelera frente a ti hasta que emite un chirrido y se detiene. Subes al tercer coche. Estás reviviendo la llamada a Martín cuando tu móvil comienza a vibrar: Mia.Muestra el registro de llamada actual.
—Hola, cariño, ¿cómo ha estado tu día?. Habla la voz suave de Mia.
-Raro.respondes.
—Siempre tan elocuente. Por aquí está todo un poco caótico, nos han encargado un proyect… semana que vie… difícil…
—¿Hola? ¿
? —dices para luego mirar la pantalla del móvil y comprobar que no tienes señal.
Guardas el móvil y alzas la cabeza justo a tiempo para ver una figura desaparecer en el siguiente coche. Su silueta se ha esfumado detrás de la puerta que divide a ambos vagones.
El otro vagón serpentea con vida propia delante de ti de izquierda a derecha y de arriba abajo. Intentas ubicar la figura. Algo ajeno al tren se mueve velozmente en aquel coche. El tren avanza repleto de personas. Te balanceas de un lado a otro y no consigues enfocar tus ojos. Ladeas la cabeza. Te encuentras con el rostro de una mujer. Esta se lleva una mano a la boca y dirige su mirada al suelo.
Un cosquilleo recorre cada nervio de tu cuerpo. Tus piernas se tornan pesadas. Aun así, das un paso adelante. La mujer abre cada vez más sus ojos y el resto de pasajeros a su alrededor comienzan a seguir su mirada. La curiosidad te insta a averiguar qué es lo que está sucediendo y, sin siquiera percatarte, das otro paso adelante… allí está de nuevo ese
Te detienes, inhalas y decides:PERMANECER DONDE ESTÁS.
Frotas tus manos sudadas, te detienes y observas la escena en el otro coche. La mujer destapa su boca. En ese momento las luces del tren
parpadean una vez...se extinguen
Parches fosforescentes se iluminan de repente, al mismo tiempo que un golpe hace estallar en pedazos el cristal de la puerta que separa a ambos coches. Fragmentos de vidrio caen al suelo y oyes como crujen debajo de diferentes zapatos. En ese instante el tren acelera furioso y sales despedido en dirección contraria. Te estrellas contra la puerta.
Un grito retumba en el vagón. El tren sigue acelerando. Las luces diminutas en el túnel aparecen y se esfuman en menos de un segundo consumidas por la velocidad.De pronto, la luz blanca del andén inunda el vehículo y este frena con un quejido metálico. Terminas por perder el equilibrio y golpeas tu rostro contra la espalda de alguien. Pestañeas una y otra vez. Las puertas se abren y un soldado entra al tren apuntando su rifle de asalto en la dirección de la puerta con el cristal destrozado.
Más militares se adentran en el vehículo en medio del griterío, y el movimiento de los pasajeros te lleva hacia el andén como ganado.
—¡Salid por las escaleras a mi derecha! —vocifera un uniformado por encima del resto—. ¡Abandonad el metro ahora mismo!
Pasos como martillazos retumban en todas las direcciones. Miras entonces atrás para comprobar que la longitud del tren está cubierta por soldados, sus uniformes verdes ocultan el chasis del vehículo. Entre la multitud de voces te sientes observado... Recuerdas a la figura, recuerdas a la mujer. «¿Eran ambas la misma persona?» te preguntas.
—Caballero, abandone el andén ahora mismo —las palabras de un soldado te arrastran al presente de nuevo.
Te has quedado observando el tren, perdiendo la noción del tiempo. El militar te vuelve a apercibir. Te das la vuelta y te encaminas obediente hacia las escaleras.
Comienzas a subir y ves como el último de los pasajeros —un hombre de vaqueros y jersey negro— sube el último escalón y gira a la izquierda. Las escaleras quedan desiertas. Aligeras el paso mientras las voces de los militares a tu espalda, y los pasos de los pasajeros más adelante, van dando paso al silencio.
Las pisadas se acercan. Te das la vuelta pero no distingues nada, la luz sobre tu cabeza no ofrece sombra alguna. Silencio. El sonido desaparece y te quedas contemplando la esquina sin conseguir ver las escaleras. Aguantas la respiración con la mirada puesta en esa bendita esquina.
Tu mente continúa sugiriéndote ideas...Como si fuese una danza sincronizada, en el momento en que llegas a la siguiente planta «Jersey Negro» gira a la derecha y desaparece tras la esquina que conecta con las escaleras mecánicas a unos 40 metros de tu ubicación.
Solo en las instalaciones del Metro de Madrid. De repente oyes pasos detrás de ti. Aguzas el oído: los sonidos son espaciados, lentos, pesados. Ya no puedes oír a los pasajeros ni a los militares.
Tu cerebro —procesando información a una velocidad vertiginosa— te dice:Debería haber huido.
Con puños apretados, reprimes las sensaciones corporales que surgen en ti como una cascada y permaneces rígido.
El misterio se desvanece cuando la figura de un soldado —el que te había indicado que abandonaras el andén— aparece al final de las escaleras. Su mirada se posa sobre ti.
—¿Y el resto de pasajeros? —pregunta tras secarse el sudor del rostro a lo cual solo me quedo callado.
Al ver su silencio el soldado continúa.
—Voy a subir con usted y asegurarme de que todos han evacuado las instalaciones —dice ignorando tu reacción.
—¿Tú solo? —preguntas mirando sobre su hombro.
—Sí.
—Algo ha sucedido en el vagón donde estalló el cristal, ¿verdad?
—Sígame, por favor.
El soldado se dirige a las escaleras mecánicas. Sus botas impactan contra el suelo al mismo tiempo que su rifle roza su uniforme componiendo una monótona sinfonía. El hombre
pronto te aventaja por unos cuantos pasos y te ves forzado a equiparar la velocidad para no quedarte atrás.
En cuestión de segundos estáis subiendo las escaleras y vislumbrando las luces de la noche madrileña. Atravesáis los tornos de la entrada y llegáis a la superficie.
Donde las escaleras se convierten en acera te encuentras una vez más a «Jersey Negro».
—Muy bien —el militar rompe el silencio—, continúe hasta la salida, por favor.
Asientes y empiezas a subir las escaleras mientras el soldado se queda detrás bloqueando la entrada al metro. La silueta de «Jersey Negro» capta el reflejo de un semáforo y va cambiando de color: verde, ámbar, rojo... El hombre mira en dirección contraria a ti, inmóvil. Subes el primer escalón. La suela de tu zapato raspa la escalera de hormigón y el sonido parece despertarlo.
Se da la vuelta lentamente mientras observa sus manos. Ahora eres tú quien se ha quedado inmóvil. Jersey Negro contempla sus manos extendidas, cubiertas de sangre. El pasajero eleva un tanto la cabeza y clava sus ojos en ti… están vacíos. No hay pupilas, ni córnea o iris… la blanca esclerótica cubre la totalidad de sus ojos. Jersey Negro deja escapar un rugido inhumano y comienza a descender las escaleras.
El movimiento te coge por sorpresa y antes de que puedas reaccionar Jersey Negro ya está sobre ti. El hombre extiende sus brazos cogiéndote por los hombros. Abre su mandíbula como un tiburón y te enseña sus dientes ennegrecidos. Reaccionas poniendo tus manos en el pecho de tu atacante e intentas alejarlo mientras sientes como tus pies comienzan a dudar sobre el suelo.
—¡Apártese ahora mismo! —ruge el soldado.
El hombre ejerce cada vez más fuerza al mismo tiempo que profiere dentelladas al aire. Con los pies en escalones distintos sientes que estás a punto de perder el equilibrio.
—¡Última advertencia!
La presión en tus hombros es insoportable. Su cara está a centímetros de la tuya. Un olor acre se cuela por tu nariz.
Un sonido explota a tu alrededor y muere al instante. Un resplandor blanco te enceguece durante un segundo seguido por un pitido agudo en tus oídos. Enseguida te das la vuelta para encontrarte a Jersey Negro en el suelo junto a la puerta de entrada.
El hombre ha caído escaleras abajo y yace a centímetros del soldado. Sus piernas han quedado dislocadas en un ángulo grotesco. La tibia ha perforado la piel de su espinilla derecha.
El sujeto comienza a gemir y rugir una vez más. Al parecer ha perdido el control de su cuello ya que en su rostro solo se mueven aquellos
sabe que aún estás allí
—Tenemos uno en la entrada —comunica el militar a través del micrófono en su casco.
—¿Un qué? —preguntas agitado.
—Por favor, vuelva a su casa —te dice sin dejar de apuntar al hombre en el suelo.
Le ha disparado!.Dices, Sientes tus labios moviéndose pero no consigues oír el sonido de tu voz.
El zombi se arrastra apoyando el peso de su cuerpo sobre los codos. El soldado no aparta su vista de él.
—¡Vuelva a su casa! —su voz se magnifica en las escaleras y recuperas así tu sentido auditivo.
Sin pensarlo dos veces, abandonas, por fin, el metro.
Capitulo 4: Mia
Una vez en la superficie tu corazón se relaja y la sangre vuelve a fluir parsimoniosa por tus venas. Los sonidos del tráfico te rodean y, con la imagen de Jersey Negro aún en tu mente, te subes al primer taxi que ves.
—Hace calor para ser octubre, ¿eh? —comenta el taxista mirándote por el espejo retrovisor—. Normalmente hace más frío por estas fechas.
—Sí.
—¿Ha oído las noticias? —pregunta mientras se incorpora a la M30.
—No —respondes contemplando tus manos.
—El paro ha subido un 3 %. Dijo el taxista.
"Puede callarse y conducir?".Dije en un tono vacío y molesto.
El taxista arquea una ceja, se acomoda en su asiento y no vuelve a molestarte.
Tu cuerpo se mece con el movimiento del coche y en breve cierras los ojos.
Salto de tiempo: 1 hora despues.
—Son 25 euros —dice el taxista por tercera vez.
Te bajas del vehículo y contemplas el edificio con su fachada de ladrillos. «Estoy en casa.
—¿Dónde has estado?.
apenas atraviesas la puerta.Mia te pregunta .
Tu expresión debe de delatar algo ya que se acerca de inmediato y pone sus manos en tu rostro.
—¿Estás bien?.pregunta Mia de nuevo ahora más preocupada
ALGO SUCEDIÓ EN EL METRO...respondo con cansancio.
Mia te agarra de las manos, te ayuda a sentarte en el sofá y apaga el televisor.
—Cuéntamelo. Dice Mia con una voz suave y calmante, como una brisa otoñal.
De a poco, le cuento lo sucedido sin omitir detalle alguno.
Mia, solo asiente sin soltar tus manos. Cuando acabas, te observa frunciendo la frente.
—¿Has dicho que el hombre intentó morderte?. Pregunta ella.
—Sí. Respondes.
Mia con calma pero rapidez coge el mando a distancia y enciende la televisión. El sonido de las noticias irrumpe en el hogar y te señala la pantalla.
«Lo que ciertos médicos ya han calificado como un caso de Rhabdoviridae, es decir rabia, ha sido ya reportado en varias zonas del país y, según nos confirma nuestro corresponsal en Bruselas, en diferentes partes de Europa también —la joven presentadora transmite la noticia como si de meros chubascos se tratase—. Varios de estos infectados son violentos, por lo que se recomienda que se les lleven a un hospital lo antes posible.»
—Han estado repitiendo lo mismo toda la tarde —acota Mia.
Una pequeña imagen aparece en el extremo izquierdo de la pantalla y la presentadora cambia el tono de voz. «Es inevitable que, tras conocer estos casos de rabia en humanos, muchos recordemos el incidente de hace unas semanas en el cual el presidente del Banco Central Europeo era atacado salvajemente durante una comparecencia en directo por un mandatario del gobierno inglés».
El sonido de agua hirviendo proveniente de la cocina rompe el trance en el que te encuentras y miras a
—Conozco esa cara de bibliotecario hambriento —te dice poniéndose de pie—, pongo los espaguetis y comemos en diez minutos.
Pero con este cansancio que tengo ahora mismo solo quiero.susurras en tu cabeza y te levantas con una suave sonrisa.
al verte entrar en la cocina—, ¿vas a ayudarme a preparar la cena?, Voy a tener que contratar a alguien para que intente morderte más a menudo.Dice Mia con una sonrisa juguetona
—¿Qué harías sin mí? —preguntas sonriente abrazándola por la espalda.
Que haria yo sin ti?,Anda, ve a poner la mesa, príncipe azul. Dice Mia con un pequeño resoplido entre sus frases juguetonas.
La cena transcurre de forma rutinaria. La pasta sabe igual que siempre y el mismo divorciado de todos los miércoles realiza sus surrealistas tonterías por televisión.
te acaricia el cabello y besa tu rostro. El contacto físico parece alimentar tu agotamiento y tras unos minutos el sueño te envuelve en su manto onírico.
Un rayo de luz se cuela en el dormitorio e ilumina tu rostro. Despegas los párpados entonces y en la oscuridad crees ver a, Jersey Negro.
Giras en la cama y tras bostezar compruebas que Ti querida y futura esposa,Mia, ya se ha marchado. Ojeas el reloj despertador y sus números verdes te indican que son las 07:09. Todavía tienes tiempo.
Te das una vuelta más en la cama y decido levantarme, después de una ducha relajante la cual, parece que se lleva y arrastra consigo los hechos de ayer, drenandoños de tu cuerpo temporalmente mientras el sentimiento de relajación pasa por tu mente al sentir el agua tibia pasando por tu cuerpo.
Envuelto en una toalla y con la radio de fondo contemplas el armario y escoges unos pantalones negros y una camisa blanca.
Vestido y con el desayuno preparado te sientas en la mesa y dejas que el aroma del café te despierte del todo. Te llevas un cruasán a la boca y notas, a través de la ventana, como una columna de humo se alza hacia el cielo. Te preguntas mientras masticas a qué se deberá aquello… hasta que recuerdas que en esa dirección hay una chabola: misterio resuelto. «Bien hecho, Sherlock», te dices a ti mismo y sonríes.
Contemplas a continuación un ejército de nubes grises apoderándose del cielo, mientras las blancas huyen desordenadas por doquier. Estás inmerso en tales pensamientos cuando el móvil comienza a vibrar en la mesa. Pegas un salto y el café se vuelca sobre tu mano acompañado por un elocuente insulto.
—Dígame. Respondes calmado después de esta gratificante rutina matutina.
Marco Alenssio?, soy Gonzalo —te dice tu jefe.
—. ¿Has visto las noticias hoy?.Continúa Gonzalo
—No. Respondes dudoso
—El gobierno ha emitido un comunicado «aconsejando» a la población que se quede en sus casas.
—¿Qué?. Respondes sorprendido.
—Es por los casos de rabia. Ayer hablé con la esposa de Martín, ella tampoco sabe dónde está.
Los sonidos de aquella llamada... No dices nada Solo tu mente empieza a llenarte de preguntas que pronto no parecian tener una respuesta.«¿Jersey Negro no había sonado igual?» piensas.
Marco Alenssio?.Pregunta la voz de tu Jefe de nuevo atraves de el teléfono.
—¿Eh?. Le respondes, de vuelta a la realidad.
—Que teniendo en cuenta las circunstancias será mejor no abrir hoy.Dijo Gonzalo Calmado.
—Sí...
—Creo que deberías decirle que vuelva a casa… por lo menos hasta que acabe la epidemia esta de los cojones. dice gonzalo con ganas de alivianar el ambiente tenso que se estaba formando.
—Vale, gracias, Gonzalo —dices e inmediatamente llamas a Mia.
Mantienes el teléfono pegado a tu oreja mientras dibujas círculos con los pies en el suelo del salón y oyes el desquiciante tono de espera.
— finalmente,—, no te preocupes. Nos han dicho a todos que volvamos a casa. Por eso llamabas, ¿no? Estoy a punto de salir.
Marco Alenssio —responde Mia
—Te voy a buscar, quédate en la oficina.
—No hace falta, pienso cogerme un taxi ni bien salga por la puerta.
—Cierra la puerta del despacho —dices apretando el móvil—, te aviso cuando esté fuera.
Marco Alenssio, que no es necesario —,Mia,hace una breve pausa—. Además, ¿no han dicho que es peligroso ir por la calle? ¿Para que vamos a arriesgarnos los dos?.
Quien dijo que es una oferta mi querida señorita, te voy a recoger, espérame afuera.
—Marco Alenssio… [Clic]. Antes de que ella pudiera seguir negándose colgué y salí disparado hacia allá.
La razón por la que estaba actuando de esta manera era por el miedo, yo siempre había sido muy protector con ella,tenía miedo de perderla, es lo más importante que tengo después de mis padres, y con el caso de Jersey Negro no estoy dispuesto a perderla, si este caso de Rabia se desata y no es posible de contrarrestar y en adición aparecen más personas como Jersey negro planeo protegerla con mi vida. Piensas con calma.
Las calles parecen acoger un domingo de madrugada en plena luz del día. Tu Ford Focus navega solitario por la M40 en dirección norte. Una vez traspasas la M30 y te adentras en Madrid, vuelves a ver coches particulares y unas cuantas patrullas tanto de policía municipal como nacional. No encuentras militares a tu paso... el incidente del metro debe de haber sido un hecho aislado. De vez en cuando alguien se asoma tras las cortinas de una ventana y te ve pasar.
Tras quince minutos estás frente a la puerta de las oficinas donde trabaja tu futura esposa.
Con el motor al ralentí coges el móvil y
Te bajas del coche y la llamas al móvil.
—¿Marco?.Pregunta Mia
—Ya estoy abajo. Dije calmado
—¿Qué tal todo por allí afuera? —te pregunta y oyes como sube al ascensor.
—Todo bien, parece que lo tienen todo bajo —cuando estás a punto de decir «control» sientes una mano en tu espalda.
Giras y te encuentras a un ser repulsivo abriendo su boca mugrienta y bañándote con un olor rancio.
—… por favor —oyes decir al mendigo, tras apartar el móvil de tu oreja.
—No, lo siento —respondes respirando una vez más.
todo bien?. Pregunta Mia al salir por la puerta.
—Venga, vámonos —dices justo cuando una patrulla pasa como un rayo esparciendo el sonido de su sirena por la ciudad.
Sintonizas una estación de música en la radio y conduces de nuevo a casa. Sentada a tu lado, Mia, desliza su pulgar por la pantalla del móvil mientras repasa las noticias.
En breve llegas a casa y aparcas el coche en el garaje subterráneo de la urbanización.
—¿Quieres comer algo? —te pregunta tras dejar las llaves en la mesa.
Mejor no, tengo hambre otra cosa.dije sonriendo suavemente.
Mia, te rodea con sus brazos y te acerca a su pecho. Recorres su cuerpo con tus manos mientras ella hace lo mismo. El abrazo se rompe cuando Mia te empuja, risa de por medio, y comienza a quitarse su camisa.
—Con que ese es el juego, ¿eh? –dices luego de tirar la tuya al suelo.
—Así es –responde ella y se escabulle en ropa interior hacia la habitación.
«Juguemos», te dices a ti mismo.
«Juguemos», te dices a ti mismo.
Al entrar al dormitorio tu Venus está en la cama esperándote. Un dedo índice te invita a unírtele. Tus pantalones vuelan por los aires y saltas sobre la cama. Las risas de
no tardan en transformase en gemidos a medida que empiezas a recorrer su cuerpo con tu boca. Dilatas los besos lo más que puedes mientras sientes como ella se estremece esperando ese beso inigualable. Cuando llega, cuando tus labios encuentran su pubis, sus manos aprisionan tu cabello.
—Te amo –las palabras se escapan entre gemido y gemido.
Su respiración es cada vez más pausada, acompañando el ritmo de tus dedos. Su cuerpo se tensa de pronto y da paso a un gemido más largo que los demás, más profundo. Es entonces cuando unes tu cuerpo al de ella y te pierdes en el momento.
UNAS HORAS MÁS TARDE...
Coméis en el sofá. Las noticias sobre casos de rabia en humanos siguen apareciendo, así como las de hospitales desbordados y fuerzas de seguridad desfilando por las calles. En Bruselas ya no están aceptando más pacientes en sus hospitales y en Holanda han declarado toque de queda.
Alemania, al igual que Francia, ha cerrado sus fronteras e, irónicamente, Italia ha movilizado gran parte de su ejército a su frontera con Suiza... más efectivos de seguridad hacia el norte (frontera con Europa) que en el sur (zona continuamente azotada por la inmigración africana).
«¿Se avecinará la guerra? —te preguntas mientras observas a los militares— ¿Otra vez Europa dividida?».
—Tengo miedo —dice Mia como si pudiese leer tus pensamientos.
Al mirarla compruebas que la comida en su plato está intacta. Le quitas un mechón de pelo de su frente y cuando te dispones a ofrecerle unas palabras de ánimo, alguien llama a la puerta.
CAPÍTULO 6.
[...] y las tumbas se abrieron.
(Mateo 27.52).
TOC. Observas la puerta como a un objeto extraño.
miras en la dirección del sonido y luego busca una explicación en tus pupilas. Dispuesto a encontrarla, te pones de pie y caminas hasta la entrada.
La lente muestra solo la silueta ensombrecida de la puerta del vecino.
otro golpe. Quien sea que está allí fuera debe de estar pegado a la puerta, por debajo de la mirilla. Te das la vuelta y vas a buscar el teléfono para avisar a la policía.
.!!PUM!!!! .
!CLAC!.
el interruptor de luz resuena en el rellano. Observas confundido a Mia la cual solo echa un vistazo por la mirilla y se gira al instante.
—Es Felipe —dice mencionando al anciano que vive en la misma planta.
—Pregúntale qué... —comienzas a decir pero tus palabras se pierden tras el sonido de la cerradura...
—¿Felipe?.Dice Mia.
—¡Cierra la puerta!.Dices pero Ya es demasiado Tarde.
Felipe detecta vuestra presencia y su brazo macilento se cuela entre puerta y marco agarrando la muñeca de Mia.
EN UNA RÁFAGA VISUAL de recuerdos,SE TE PRESENTA JERSEY NEGRO INCAPACITADO EN LA ENTRADA DEL METRO.
Tu pie impacta un segundo después con la pierna de Felipe la cual se dobla con un estallido y arrastra al hombre al suelo.
Entre los gritos de Mia y los tuyos los cuales desataban rabia y odio, uno de los dos cierra la puerta y dejan al anciano convaleciente del otro lado.
—¿Estás bien? —preguntas mientras oyes a Felipe reincorporándose en el rellano.
—No lo sé. Dice Mia con voz temblorosa.
—Siéntate. Voy a avisar a la policía. Dices con panico ahora que la rabia había abandonado tu cuerpo.
Después de un minuto entero sigues pegado al teléfono esperando. Vas a hacer un comentario al respecto pero la postura de
te hace desistir. Tu pareja está sentada en el sofá, su mano derecha sujetando el antebrazo izquierdo con la mirada en el infinito.
Finalmente alguien contesta y sin perder tiempo pides que envíen una ambulancia. La operadora te informa de que dos agentes se personaran en breve pero que no podrán enviar ambulancia alguna. La totalidad del personal médico ha sido convocado a los diferentes hospitales de la comunidad. «Lo más conveniente es que lleve usted a su pareja al hospital más cercano», te dice la mujer.
10 minutos después.
Debido a la presencia tanto de la Guardia Civil como la policia pululando en las calles no tardaron mucho en llegar.
—¡Policía! —oyes el grito amortiguado por la puerta.
Los golpes dan paso a un rugido animal que te congela la sangre.
—¡Deténgase!.
Un sonido seco explota en el rellano. Los pasos persisten. Otra explosión. Más pasos. Tercer disparo… Algo choca contra el suelo.
Tres rítmicos golpes en la puerta son entonces acompañados por la voz autoritaria de un hombre:
-es la policia.Dice el hombre.
Te diriges a la entrada y al abrir la puerta te encuentras con un hombre joven de físico fornido y expresión solemne. Detrás de él, otro policía examina en cuclillas el cuerpo de Felipe que yace ahora junto a la puerta cortafuego.
—La situación está bajo control. Por favor, permanezca en su casa.
—Mi esposa.Dices aunque Mia y tú no están casados— fue atacada,la han mordido… tiene una herida en su brazo. Necesito llevarla a un hospital. Dices Con un panico creciente.
—Caballero, eso es precisamente lo último que debería hacer. Los hospitales parecen estar propagando la enfermedad en vez de curarla. Hemos oído que hasta los trabajadores de los hospitales están sucumbiendo ante el virus; si es que se le puede llamar eso.
—Pero un médico tiene que checarla—das un paso adelante—, podría estar infectada también.
—Caballero, créame, lo mejor es que su pareja permanezca en casa. Por empezar, no hay ambulancias disponibles de momento que puedan trasladar,y créame cuando le digo que Nadie ha abandonado un hospital en toda la Comunidad de Madrid después de haber ingresado con un caso de rabia
—Pero, debe de haber algo que…Dices con tu última esperanza en juego.
—Lo siento, caballero. Quédese en casa, desinfecte la herida y si lo considera oportuno dele medicación para menguar el dolor —concluye y mira de reojo a su compañero—. Vuelva a su casa, por favor.
Cierras la puerta después de que el policía se retira sin mediar más palabra y vuelves al salón. Tus hombros se hunden en tu pecho; el cansancio físico va contagiando al mental —o viceversa— y tus ánimos descienden en caída libre.
—¿Mia? —preguntas sin obtener respuesta.
Arrastras los pies hasta el cuarto de baño en busca del botiquín de primeros auxilios.
Ya estoy bien.sus palabras te sorprenden mientras coges alcohol y gasas.
—Ahora mismo curamos esa herida —le dices e intentas ofrecerle una sonrisa pero tus labios no obedecen.
Te sientas junto a Mia en el sofá. Dispones su mano sobre tu muslo y compruebas que la zona cercana a la muñeca ha comenzado a inflamarse. Aplicas un paño humedecido con alcohol sobre la herida. Con delicadeza, presionas la tela contra el brazo de Mia quien entonces se despierta del todo.
—Ten cuidado.Dice Mia.
—¡Su majestad nos honra con su presencia! —dices, ahora sí, sonrisa de por medio.
—¿Qué te ha dicho la policía?.
—Que lo más seguro es que nos quedemos en casa de momento. Respondes a su pregunta.
—¿Nada más?. Pregunta Mia de nuevo.
—Nada más. —respondes y terminas de aplicar la gasa en la herida desinfectada—. ¡Ya está!.
Mia se queda observando el vendaje, recorriendo con sus ojos el contorno de la tela y deteniéndose en el centro donde una mancha rojiza comienza a expandirse.
—Felipe era como el hombre del que me hablaste, ¿verdad? El del metro. Pregunta Mia por tercera vez.
—Sí.respondes
—No quiero convertirme en eso... Dijo Mia.
—Y no lo harás... Bueno, y si por alguna casualidad te transformas en uno de esos caníbales, yo me infecto también y nos vamos a dar una vuelta por el Retiro a comer niños entre los dos.
Mia te mira incredula por un segundo para luego soltar una carcajada.
—Venga, ve a retocarte el pelo que lo tienes hecho un desastre. Dices
—¡Oye!.Te grita suavemente para luego darte un toque en el hombro.
—Voy a hacer un poco de café que no nos vendría mal a ninguno de los dos —dices tras ponerte de pie—. Pon la televisión, a ver si nos enteramos de lo que están haciendo el resto de caníbales
Caníbales. Repite Mia,meneando la cabeza a diestra y siniestra.
«Reportes indican que gran parte de la población de Bruselas ha sido evacuada…», la voz del periodista llega a tus oídos en la cocina. El aroma a café pronto relaja tus músculos y ahuyenta algo del pesimismo que venía manchando la casa durante las últimas horas.
Con las tazas humeantes en ambas manos te diriges al salón. A escasos metros se encuentra el cuarto de baño. Allí, con la puerta semiabierta, se contempla frente al espejo. Estás a punto de caminar hasta allí para darle su bebida cuando todo ruido escapa de la casa. El periodista de la televisión se ha quedado mudo.
El presentador lee algo en su portátil y se queda en silencio. Si recuerdas bien, es el mismo periodista de la noche anterior. Sus ojos parecen estar manteniendo una conversación con alguien detrás de cámara. Un miembro de la redacción se cuela por un instante en la toma y deja un papel en el escritorio. El presentador se inclina un poco sobre la nota y vuelve la vista al portátil. Lo único que puede oírse es la tos de alguien detrás de cámara. El periodista vuelve a posar entonces sus ojos en alguien para luego mirar directamente a la cámara.
«Perdonen la interrupción» dice al fin. Su rostro está poblado por gotas de sudor que seca con la manga de su traje. «Tenemos información desde Bruselas… que creo… que todo ciudadano…» las palabras se disuelven en sus labios.
Observas la pantalla de pie, detrás del sofá, con las tazas de café en tus manos. Apenas respiras.
«… la información es que… La información nos comunica que la infección es un virus letal —dice recobrando algo de su compostura—. Una vez alguien ha sido infectado, se transforma en portador del virus. Indefectiblemente, la persona muere dentro de las próximas 24 horas… El sujeto, sin embargo, será reanimado —por causas aún desconocidas— y su único propósito será alimentarse de personas no infectadas y continuar propagando el virus… no hay tratamiento o medicación que pueda impedirlo; por lo menos de momento. Por último, y lo que creo que es más importante para toda la ciudadanía es lo siguiente: el contagio se puede producir mediante contacto sanguíneo con algún infectado o, y esta es la forma más común según nos indican, la mordida de un portador del virus».
Las noticias continúan de fondo ignoradas ahora por tus sentidos; sentidos esclavizados por un nuevo estímulo:
MORDIDA....VIRUS....
Mia continúa observándose en el espejo, moviendo el cuello de un lado a otro. Carraspea y lleva una mano al espejo. Estudia la imagen con sus dedos.
Tus músculos queman tu piel. Los latidos van in crescendo al igual que tu respiración. Las tazas se han vuelto pesadas.