Chereads / Seducida (Brujas de Shania 1) / Chapter 1 - Prólogo

Seducida (Brujas de Shania 1)

🇪🇸Maryah_Well
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Synopsis

Chapter 1 - Prólogo

Por fin. Por fin había llegado la noche más especial del año. Las calles de Shania se llenan de personas con los disfraces más espeluznantes y extravagantes que han podido conseguir para celebrar el Día de los Muertos.

Sin embargo, Tiaila tenía que conformarse con el mismo vestido que sus antepasadas habían utilizado para ese día tan importante: un vestido negro y rojo con la falda corta y acabada en puntas. La parte de arriba era un corsé negro con los cordones rojos y, aunque no le dejaba respirar con facilidad, al menos, le hacía los pechos más grandes y redondos.

Ese día, el que había esperado durante trescientos sesenta y cinco días, había llegado. Su cumpleaños, su décimo octavo cumpleaños era esa noche y, al fin, su madre le entregaría sus poderes. «Mis poderes», pensó mientras se enroscaba un mechón de su pelo rubio cobrizo en su dedo índice y se miraba al espejo del tocador de madera de roble en el que estaba sentada.

—¡Tiaila! —La llamó su madre desde las escaleras—. ¡Es la hora!

Los labios de la chica formaron una gran sonrisa de oreja a oreja. «Es la hora», pensó emocionada y nerviosa. Se levantó del pequeño taburete del tocador, cogió aire y lo soltó despacio.

Salió de su pequeño cuarto y bajó las escaleras para encontrarse con sus padres y sus seis hermanas pequeñas.

—¿Estás lista, cielo? —le preguntó su padre al acercarse a ella con los brazos abiertos y sus ojos castaños rojizos brillando de felicidad.

—Sí, papá. Un poco nerviosa.

—No te preocupes. Todo irá bien —la tranquilizó con un beso en la sien.

Milaina, la madre de Tiaila, guio a sus hijas pequeñas hacia la playa privada detrás de la cabaña. Bajaron los escalones de madera de cedro rojo que llevaba a la arena de la playa y se acercaron a la gran hoguera que estaba encendida a tres metros de la orilla.

—Rodead la hoguera y daos las manos —le dijo a sus hijas suavemente.

Las seis niñas obedecieron formando un círculo alrededor de la hoguera. Valtian llevó a su hija del brazo hasta la hoguera para dejarla enfrente de su esposa. Su madre le sonrió, cerró los ojos mirando hacia el negro cielo estrellado y recitó:

—Universo que todo lo ves, entrégale a mi hija su poder.

Las llamas de la hoguera se elevaron hasta la pequeña luna creciente que iluminaba el agua del mar. Entre las llamas se podía ver una silueta de un hombre y una mujer abrazados dentro de un corazón.

Milaina abrió los ojos y los entrecerró para ver bien a través de las llamas.

—Seducción —informó a su hija con una sonrisa pícara en la cara y una sensual voz.

—Querida, no ha acabado —le comunicó su marido observando el fuego con los ojos muy abiertos.

Milaina volvió su atención a la hoguera que reubicaba sus llamas para formar otro dibujo más.

Las lenguas de fuego dibujaron la silueta de una cabeza con un gato diminuto dentro de ella y que, poco a poco, se hacía más grande a la vez que salía de la imaginación. El dibujo se alejó de Tiaila para ponerse encima de la cabeza de su hermana Dinora.

Los padres se quedaron boquiabiertos. No era posible que estuviera pasando. A Dinora aún le quedaba un año para conseguir el poder.

Las llamas chisporrotearon y formaron un nuevo dibujo. Dos siluetas que percibían las sensaciones de la otra. El dibujo se movió para acercarse hasta Casandra.

—¿Qué está pasando, querida? —le preguntó Valtian a su mujer perplejo.

Milaina se encogió de hombros. No sabía qué estaba ocurriendo. Nunca había pasado nada parecido. ¿Por qué con sus hijas? ¿Qué fallo habían cometido para que ocurriera?

Un fogonazo captó la atención de todos. La silueta de una cabeza con unos aros de energía entrando en ella apareció entre las llamas. Se dirigió hacia Naiara y se quedó flotando encima de su cabeza.

La silueta de un médico y un paciente levitaron hacia Aneley.

Otra silueta de una mujer y dos niños aparecieron entre las llamas. En medio de la mujer y los niños se formó una isla para separarlos. Olivia se quedó paralizada cuando vio que se movía hacia ella despacio y con elegancia.

Las llamas se mecieron y enredaron formando el último dibujo. Dos personas, una consolando a la otra, se movió hacia Nereida, la hermana más pequeña de Tiaila.

—¿Hemos hecho algo mal? —le preguntó Tiaila a su madre sin comprender cómo sus hermanas pequeñas recibían también los poderes.

Su madre no respondió. Ella tampoco lo entendía. Algo se le escapaba de las manos y no sabía qué era.

Los dibujos desaparecieron al entrar dentro de sus respectivas portadoras y tatuando en el interior de la muñeca derecha de cada niña una estrella de cinco puntas blanca y negra que se mecía en una luna creciente.

En cuanto la llama se metió dentro de Casandra, una sensación de peligro y angustia se apoderó de ella. Cayó de rodillas al suelo con la respiración entrecortada. Valtian corrió hacia ella, preocupado.

Las manos de Naiara se levantaron hacia su cabeza, agarrándola con fuerza y gritando. Cayó al suelo con los dientes apretados. Valtian se acercó a su hija y la abrazó.

—Tranquila. Déjalo entrar —le susurró mientras le acariciaba el pelo cobrizo.

Naiara paró de chillar y dejó caer sus manos. Unas voces, muchas voces se agolpaban en su cabeza. Gritaban ferozmente dentro de ella. «¡Matadlos! ¡Son brujas, hijas del Diablo!». Los gritos enfurecidos se acercaban aún más.

—Vienen… a por nosotros —tartamudeó la adolescente con su dulce voz apagada por el miedo.

—¿Quiénes, cariño? —le preguntó su padre.

—Todos —contestó la chica con lágrimas en los ojos.

Milaina y Valtian se miraron. El miedo se reflejaba en los ojos de ambos. El hombre se levantó, se alejó de las chicas mirando hacia el otro extremo de la playa y los ojos se le abrieron de par en par. Todos sus vecinos se acercaban a ellos con antorchas, lanzas y hoces en las manos, como si de la edad media se tratara, y gritando a pleno pulmón:

—¡Matadlos!

—¡Son los hijos del Diablo! —vociferaron enfurecidos.

Valtian dio media vuelta y corrió hacia las chicas.

—¡Tiaila! —Le gritó a su hija mayor—. Llévate a tus hermanas.

—Puedo ayudaros.

—No. Quiero que te lleves a tus hermanas y las pongas a salvo —Valtian le dio un beso en la frente y se alejó mientras se convertía en un enorme y feroz león dorado.

Milaina cogió las manos de su hija y le dedicó una sonrisa.

—Ya sabes qué hacer —le dijo dejando un beso en su frente—. Te queremos.

Los ojos castaños rojizos de la chica se llenaron de lágrimas. Asintió y se dio la vuelta guiando a sus hermanas hacia la cabaña.

—¡Corred! —les gritó Tiaila mientras subía las escaleras.

Entraron en la cocina y pasaron corriendo hacia las escaleras que llevaban a la planta de arriba.

—¡Coged solo los libros! —les dijo Tiaila desde su cuarto mientras cogía la mochila gris y la llenaba con los libros de sus antepasadas—. ¡Vámonos!

Bajaron las escaleras de caracol hacia el salón y abrieron la puerta oculta detrás de una estantería, al lado de la chimenea.

Tiaila dejó que sus hermanas entraran primero. Miró hacia la playa por la ventana de la cocina y vio a sus padres intentando detener a la marabunta que se cernía sobre ellos. Pero era inútil. Eran demasiados.

—¡Tiaila! ¡Vamos! —la llamó Dinora desde la puerta secreta.

La chica no quería dejar a sus padres solos. Quería pelear con ellos, a su lado.

Uno de los vecinos consiguió clavarle una lanza al león que se abalanzaba hacia él con las fauces abiertas. El felino cayó al suelo, inmóvil. «Papá», pensó Tiaila con las lágrimas resbalando por sus mejillas. Los dobles de su madre intentaban resistir, pero la pena por la pérdida de su marido se apoderó de ella dejando una oportunidad a los atacantes y una lanza le atravesó el corazón.

Los ojos de la chica se cerraron con fuerza. Se alejó de la ventana y corrió hacia la puerta detrás de la estantería. Puso el mueble en su sitio para ocultar la puerta y la cerró detrás de ella.

—¿A dónde vamos, Tiaila? —le preguntó en un susurro Dinora alumbrando con la linterna el oscuro y estrecho pasadizo que se abría delante de ellas.

—El túnel acaba en el bosque.

—Y después, ¿qué?

—No lo sé.