20 de agosto de 1930, día de la Operación Ciclón Rojo.Hans Meyer avanzaba con paso firme hacia la parada del tren, su mente inmersa en las imágenes desgarradoras que había presenciado en el hospital militar minutos antes. A su alrededor, el bullicio de una multitud ansiosa se aglomeraba, desesperada por obtener noticias de sus seres queridos. Sin embargo, lo que más le impactó fue la indiferencia de los policías hacia las familias de los soldados caídos, cuyas vidas probablemente se habían perdido en el combate.En ese caos, una mujer valiente se atrevió a detener al capitán de policía, Alexander Preston, en busca de información sobre su hijo. El golpe brutal de un soldado la derribó, dejándola postrada en el suelo, mientras Preston continuaba su marcha sin miramientos.— ¿Acaso estás sordo, Preston? — Interrogó Hans con firmeza, deteniendo al capitán en su camino.— Capitán Meyer, un placer verlo. ¿A qué se refiere con esta señora? ¿Cree que tengo tiempo para perder con esta basura cuando mis hombres tienen trabajo que hacer? — Respondió Preston con cinismo.— ¿No es tu deber proporcionar información en casos como este? — Reprochó Meyer, con la mirada fija en el oficial. La indignación lo impulsaba a actuar.Preston sonrió con arrogancia y se dirigió a la mujer con falsa cortesía, ayudándola a ponerse de pie.— Disculpe, señora. El capitán Meyer tiene razón. ¿El nombre de su hijo?La mujer, aún aturdida por el golpe, reunió sus pensamientos.— ¡Gracias, señor! Mi hijo... Santiago Valencia, señor.Preston murmuró una orden a un subordinado, quien regresó con una bolsa de tela. Un hedor pútrido se desprendía de ella, provocando repulsión entre la multitud. El subordinado vació la bolsa frente a la mujer.— Aquí tiene a su hijo, o lo que queda de él... Mire el lado positivo, señora. Al menos ahorrará en un ataúd. Y si quiere un nuevo hijo, puedo ayudarla con eso también. — Se burló Preston.La mujer quedó destrozada, sus lamentos llenaron el aire mientras abrazaba los restos de su hijo. La ira y el dolor se reflejaron en los ojos de Hans, quien sin previo aviso golpeó a Preston, haciéndolo caer al suelo.— ¡Preston! He matado a tantos que ya he perdido la cuenta... He visto el terror en los ojos de mis víctimas, he sentido el placer en su agonía. Pero ninguno de ellos merecía esto. Los civiles no tienen parte en nuestros conflictos, ellos son las verdaderas víctimas. Si vuelvo a verte hacer algo así, te aseguro que pagarás con creces. — Advirtió Hans con furia, antes de alejarse.Hans llegó a la estación del tren donde Sammuelle lo esperaba.— Un gusto verte, Hans.Hans confundido solo respondió con un gesto amable.— Creí que Sarah vendría a despedirse...— Verás... no quiso venir. Creo que está muy sensible. Vamos, debemos abordar el tren.El viaje se tornó incómodo, después de largos minutos de silencio Sammuelle extendió su mano y le entregó a Hans un revólver dorado, el mismo que su padre le había regalado cuando aún estaba vivo. Hans se impresionó por el gesto.— Sammuelle. ¿Por qué me entregas esto a mí?— Es un regalo, quiero darte lo único que mi padre me dio. Es una idea algo tonta pero cuando la uso siento como si mi madre estuviera junto a mí. Ahora tú necesitas sentirte acompañado, yo estaré bien.Hans se consternó por un momento, pero a la vez sintió admiración por las palabras de Sammuelle.— Eres la persona más buena que conozco, Sammuelle.— Tú eres como un hermano para mí, de una u otra forma quería agradecerte todo lo que has hecho por mí.— Es un detalle que atesoraré por siempre.Al llegar al aeropuerto, la inmensa cantidad de soldados abrumó a Sammuelle por un momento. Hacía dos años había abandonado el campo de batalla, y cada pequeño recuerdo parecía materializarse frente a sus ojos.— ¿Estás bien? — Preguntó Hans.— No es nada... Vamos, debes abordar tu avión.Hans subió a su avión con su escuadrón, y despegaron hacia las islas. Después de dos horas, mientras se aproximaban a territorio hannoriano, los capitanes alentaban a sus soldados.— Deben recordar que cada grupo tiene su líder. Somos quince aviones del escuadrón 1. Cuando estemos en tierra, tendremos que unirnos al escuadrón 3 y 6 hacia el sur de... — ¡Capitán, son ellos! ¡No! ¡Están por todas partes! ¡NOS VAN A DERRIBAR!Al ver por las ventanillas, los soldados observaron cómo los aviones aliados eran aniquilados por los helicópteros enemigos. Un misil se aproximó al avión y estalló en pedazos, aniquilando a la tripulación.