Los días en el pequeño pueblo de Crestwood solían pasar tan lentamente como las nubes en un día sin viento. Las calles adoquinadas estaban impregnadas de historias antiguas, susurros de un tiempo que se desvanecía lentamente en el olvido. Pero para Anna, cada paso por esas calles empedradas era como un retorno a su propia historia, una historia que aún resonaba en los rincones más profundos de su corazón.
En la vieja casona de la colina, donde las hiedras se enredaban en las grietas de las paredes de piedra, Anna se encontraba parada frente a la puerta de roble. Cada golpe de su corazón parecía eco en el silencio de la mañana. La casa había sido testigo de tantos momentos felices y también de tristezas insondables. Era aquí donde había pasado su infancia, donde las risas de su madre aún vibraban en las paredes y el perfume de las rosas del jardín parecía llevar consigo los suspiros de su padre.
Con un suspiro, Anna empujó la puerta entreabierta y entró en la penumbra de la entrada. El polvo danzaba en los rayos de sol que se filtraban por las ventanas, como si el tiempo mismo se hubiera detenido en este lugar. Cada mueble, cada fotografía en la pared, cada rincón tenía una historia que contar, una historia que ahora yacía dormida en el pasado.
Se acercó al viejo piano de cola en la esquina de la sala de estar, su mano temblorosa rozando las teclas cubiertas de polvo. Con un suspiro, levantó la tapa y dejó que sus dedos encontraran las notas familiares. La música llenó la habitación, un eco lejano de tiempos más felices, pero también un recordatorio de todo lo que se había perdido.
Mientras las melodías flotaban en el aire, Anna cerró los ojos y dejó que los recuerdos la envolvieran como una manta cálida en una fría noche de invierno. Recordó los días de verano corriendo por el jardín, las noches junto a la chimenea escuchando cuentos de hadas, los besos robados bajo la luz de la luna. Pero también recordó el día en que todo cambió, el día en que el eco del corazón de su madre dejó de resonar en esta casa, dejando un vacío doloroso que ningún recuerdo podría llenar.
Con lágrimas en los ojos, Anna dejó de tocar el piano y se levantó lentamente. Había venido a esta casa en busca de respuestas, en busca de un consuelo que parecía escurrirse entre sus dedos como arena. Pero ahora, mientras el sol se alzaba sobre el horizonte y los pájaros cantaban en los árboles fuera de la ventana, Anna se dio cuenta de que quizás las respuestas que buscaba no estaban aquí, entre las paredes de esta casa vieja y silenciosa. Tal vez, solo tal vez, estaban esperando ser encontradas en algún otro lugar, en algún rincón lejano de su corazón donde el eco del pasado se encontraba con el susurro del futuro.
Con determinación en su mirada, Anna se alejó del piano y salió de la casa. El sol brillaba en el cielo, iluminando el camino que se extendía ante ella como un lienzo en blanco. Quién sabe qué aventuras, qué secretos, qué verdades esperaban allí fuera, más allá de los límites de Crestwood. Pero una cosa era segura: Anna estaba lista para descubrirlo, lista para seguir el eco de su corazón hacia dondequiera que la llevara.