Miel
"Estoy... oh, joder", gimió Enzo en mi oído. “Maldita sea, hermosa. Se supone que debo estar entrenándote”. Sus manos agarraron mi cintura desnuda, levantándome arriba y abajo sobre su polla. Lo besé, deslizando mi lengua en su boca. Sabía a café del desayuno.
Ni siquiera llegamos a mi cama. Se suponía que debía cambiarme, pero cuando entró, solo con un par de pantalones deportivos, pude ver el contorno de su polla. Medio duro. Y de repente sentí la necesidad de tenerlo en ese mismo momento. Así que cerré la puerta y lo tiré sobre mi alfombra.
Podía quejarse todo lo que quisiera, pero estaba más que ansioso por sacarse la polla de los pantalones deportivos, ponerse un condón y luego mostrarme cómo frotarlo. Me balanceé hacia adelante y hacia atrás, sintiendo la corona rozar perfectamente contra un manojo de nervios detrás de mi clítoris.