Me puse de puntillas, la arena cubría mis pies y encontré sus labios entreabiertos. En ese momento, esperaba que se alejara, que lo tomaran con la guardia baja, pero no lo hizo.
Él me devolvió el beso pero no lo profundizó como esperaba.
Matías puso una mano en mitad de mi espalda y me acercó a él, solo para abrir más su boca, pero no para besarme, más bien para hablar.
"Llámame Mateo", susurró, la sensación de su cálido aliento descansando en mis labios mientras sus ojos apuntaban a los míos. Sus orbes marrones, que parecían más bien un color canela más intenso, habían cambiado bajo los rayos del sol y parecían más suaves, más parecidos al color de la arena debajo de nosotros.