*Kael*
Si alguien me hubiera preguntado antes de la guerra qué haría cuando cumpliera veintiocho años, no habría dicho que me casaría con mi pareja, que vino desde el continente oriental.
No habría dicho que ella no vino hasta el final porque fue secuestrada, ni que ella sola pondría fin a una guerra de doce años.
No habría podido comprender el orgullo, el amor y el asombro (y la irritación ocasional por su terquedad) que se hinchaban en mi pecho y me hacían difícil respirar cada vez que pensaba en ella.
Ella me encontró como un heredero perdido ensangrentado y destrozado que no podía imaginar regresar alguna vez a su tierra natal. Ahora, gracias a ella, era rey de una ciudad renovada vestida todo de blanco bajo el cielo nocturno en el templo de la Diosa de la Luna.
