Mi erección estaba impaciente por entrar. Ella seguía haciendo un último esfuerzo. Me incliné sobre ella y mi pene se detuvo en la húmeda entrada. Sus piernas me rodeaban la cintura. La cálida funda parecía desprender una enorme fuerza de succión. En cuanto la penetré, lanzó un grito seductor. "Edmond. Yo también te deseo. ¡Ah! Edmond. Mi Edmond."
Sus gritos me provocaron una pasión sin límites. Seguí profundizando más y más. Cada vez que me movía, llegaba a lo más profundo de ella. Soltaba gemidos de placer. Sus manos seguían tocando los músculos de mi pecho. El misterioso poder de su vientre me atraía profundamente, animándome a seguir empujando. La incomparable humedad rozaba mis nervios, haciéndome incapaz de controlarme.