*Estelle*
El olor a hierbas y humo era fuerte en la habitación poco iluminada. Edwyna me había dejado sola en la pequeña sala de rituales. Llevaba flores tejidas en el pelo y estaba vestida con un elaborado vestido blanco bordado.
Estaba sentada con las piernas cruzadas en el centro de la habitación y miraba fijamente una vela que parpadeaba. Debía elegir un lugar para mirar y despejar la mente. Edwyna me aseguró que tendría una visión, pero no supo decirme cuánto tardaría.
No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba aquí sentado. Podía oír que la fiesta en la plaza del pueblo estaba en pleno apogeo. El sonido de la música y las risas se amortiguaba a través de las paredes, pero estaba presente. Me encantaba oír a la manada celebrando. Su alegría me enorgullecía.