Llamé a la puerta de Ruth y esperé a que respondiera. En cuanto abrió la puerta, se le borró la sonrisa de la cara y juntó las cejas, confundida.
"¿Qué ha pasado?"
"Oh, ¿te refieres a esta cosa?" Me toqué un lado de la cara. "En realidad no es nada. Deberías ver al otro tipo".
Fue un pobre intento de broma que no pareció divertirla.
Me agarró del brazo y me llevó a su habitación. Me tumbó en la cama y sacó del bolso un botiquín de primeros auxilios para limpiarme el corte con un bastoncillo de algodón.
En cuanto el algodón entró en contacto con mi piel, siseé de dolor.
"Lo siento", murmuró. "¿Qué pasó y a quién tengo que golpear? Sólo dame un nombre y estaré sobre sus lamentables *culos".
"Está bien, Ruth. No quiero problemas. Sólo quiero olvidarlo".
"Pero..."
"Por favor", le supliqué.
"Vale, bien. No lo discutiremos". Guardó el algodón. "Pero si no estás aquí para darme nombres, ¿qué estás haciendo aquí exactamente?"
"Necesito que me enseñes a coser".