RAVEN
Llevaba al menos uno o dos días bajo el control de los secuaces de Tony, aunque resultaba complicado estimar el tiempo desde que me habían secuestrado. Ahora, el desgraciado me había invitado a cenar, pretextando tener una conversación importante. No podía afirmar si era cierto.
Tony se sentó frente a mí, devorando un bistec y divagando sobre temas que no lograban captar mi atención. Mi mente estaba en otro lugar. Mi rostro y estómago dolían por los golpes recibidos de sus matones. Las cuerdas que aprisionaban mis muñecas me causaban heridas, mientras me encontraba atado a esa incómoda silla en su cocina. Lo único que deseaba era la libertad.
La irritante forma en que su cuchillo rasguñaba el plato me obligaba a apretar los dientes. ¿Por qué alguien sería tan descuidado al hacer ese ruido en medio de otras personas? Eran simplemente intolerantes.